Es verano de 2024. No sabemos si día, tarde o noche. Dos personajes se arrebujan entre escombros. Sus escombros, cargados de hogar, de catástrofe y de una vida perdida. Y entre tanto desastre, la palabra prohibida: teatro. La Sala Cuarta Pared cobija el tercer montaje de la compañía Teatro a la Plancha del 13 al 23 de mayo, después de haber sido un hospicio medio derrumbado en Los perros y una isla en la que dejarse arrastrar por la corriente en La última boqueá.
Dolores. Con las alas del amor salté la tapia es una obra presa del futuro que se ha venido abajo hasta tal punto de lastimar demasiado. Sin sueños por delante, solo queda rememorar lo que en un tiempo fue grandioso y que ahora les queda demasiado lejos a José Telón Bravo-Bravo y María Josefa De los Santos, cuando brillaban en los escenarios e incluso les daban premios con forma de santo de la suerte. Tras 13 años de residencia artística en un cuchitril dominado, como suele ocurrir, por algún Don que forma parte del espacio de arriba, Pepe y Pepi deambulan en un incierto limbo en el que la comedia vuelve a estar presente para indagar sobre las tragedias humanas.
Este par artistas escondidos, interpretados por Esther Alonso y Selu Nieto (quien también firma y dirige el montaje) son refugiados de un momento político-socialeconómico-cultural en el que el arte escénico ha pasado a mejor vida, una en la que el valor por el teatro ya no tiene cabida. Y a pesar de sus esfuerzos por alcanzar un pasado ya perdido, todo les sigue saliendo mal; el recuerdo de otra vida mejor ya parece no bastar para continuar y, entre tanta desgracia, los focos y las paredes a su alrededor se siguen cayendo. Su última esperanza quizás sea volver a soñar – aunque tampoco demasiado – y pisar por última vez un escenario hasta el último aliento, sin olvidarse del humor.
¿Sería yo la misma sin el teatro?, se pregunta Pepi en un momento crucial en el que su metapersonaje puede revivir, mientras se encuentra y se refleja en el patio de butacas afirmando “esta era yo”. Su cicatriz es la misma que mucha gente puede sentir y con la preguntarse hasta cuándo soportar por amor hacia una profesión en la que parece haber más sacrificio personal que virtud. Y es que este texto y estos dos fantasmas de Romeo y Julieta nos ayudan a poner en juego varios temas en los que hay que escarbar y sacar el polvo, sin olvidarse de atizar con pequeñas píldoras del gremio (la organicidad, el método Grotowski o la modernidad de Jan Fabre, entre otros). El teatro, en este caso, es la excusa para revolver asuntos marginales que necesitan un foco de atención entre el derrumbe de circunstancias tan bien mostradas gracias al diseño de escenografía de Alessio Meloni.
Y para seguir indagando sobre esta obra y descubrir más sobre su proceso, charlamos con su creador Selu Nieto, quien ha sabido plasmar una realidad común a muchas personas en el escenario y tiene aprendidos los regalos que le da su profesión, tanto buenos como malos, que bien resume en una frase que recibió de un amigo: el pájaro siempre lleva una semilla en el pico.
¿Cómo ha sido la construcción de esa escenografía tan potente?, ¿desde dónde partís?
En el texto, escribí el diseño de la escenografía como si fuera de ruina, de una casa, que es el teatro y refugio de estos personajes, que se viene abajo, dentro de un ambiente asfixiante. Y Alessio Meloni supo leer e interpretar a las mil maravillas el espacio que yo vi y que es el que ahora se ve en la obra, sin que le falte detalle.
¿Cuáles son los vínculos en común que puede encontrar el público con Pepe y Pepi?
El hecho de encontrarse con una pareja sostenida a lo largo del tiempo, en una relación larga que pasa por momentos maravillosos y pasionales y por otros más oscuros o rutinarios, es uno de esos vínculos, además del de lo que cuesta conseguir lo que uno quiere. Más allá del teatro o de la profesión, los sueños que tenemos y queremos alcanzar y lo complicado que es. Además, en común aparece ese deseo de seguir adelante, cueste lo que cueste, sacrificando lo que haga falta por conseguirlo.
Como en los dos anteriores montajes, encontramos personajes marginados y miserables, ¿por qué esa elección y qué aportan sus voces?
No está pretendido sino que nacen así. Yo estaba atravesando por una época complicada en mi profesión, con el teatro, e intenté dar voz a estos personajes. Lo que pasó es que estrenamos en 2019 y, aunque la pieza se sitúa en el 2024, parece que la obra habla del presente. Por desgracia, ha resultado profética.
¿Consideras que es un montaje en el que el espectador puede encontrar belleza o esperanza?
Sí, absolutamente porque lo que es oscuro no es el espectáculo ni los personajes, sino el mundo que les rodea, que se viene abajo, que les pone trabas y que resulta desgarrador. Pero ellos son una consecuencia de ese mundo y, aún así, tienen la esperanza y son personajes que, con su luz, intentan vencer a ese mundo que los asfixia.
Si el teatro nos cura, ¿cómo curamos al teatro y cuáles serían las medidas de seguridad que habría que ponerle?
La honestidad debería ser lo básico. Al subirse a un escenario, al sentarse en un escritorio o al hacer un diseño de producción. Y ojalá nos hartáramos de ganar dinero siendo honestos.
Después del bocadillo de teatro, ¿qué otros ingredientes te gustaría probar o que probásemos?
El amor, el humor, un poquito de fe, una mijita de esperanza, un poco de sentimiento de comunidad. También quitaría bastante ruido de la receta y pondría un poco de silencio, de contemplación y de belleza. Con eso ya hay ingredientes de sobra.
¿Ves posible que en algún momento los artistas pudierais llegar a tener algún tipo de estabilidad o de sueño cumplido?
Lo veo posible e imposible por momentos. Creo que hemos escogido una profesión en la que nos hemos acostumbrado a la estabilidad de la inestabilidad. Entonces, por momentos estaremos muy felices y muy arriba y en otros abajo. En esta profesión no creo que haya un tope en el que digas que a partir de ahí todo va a ir bien, que no hace falta preocuparse porque no te va a faltar nada. Es un trabajo que te quita la vida y te la da al mismo tiempo.
¿A qué te hubieras dedicado si no estuvieras en el teatro?
A algo creativo porque soy bastante culo inquieto y suelo estar siempre ideando cosas, escribiendo, componiendo, tocando la guitarra o intentando liar algo. Hay una parte creativa que no puedo parar. Y si no, soy un gran apasionado de la cocina.
Hoy puede ser un gran día así que, ¿cómo animarías a la gente a ir al teatro en un momento en el que tanta tragedia nos rodea?
Pienso que la gente necesita que digamos que no estáis solos. Igual que nosotros tampoco lo estamos porque os tenemos a vosotros. Porque el público necesita historias, libros, canciones, series, respirar, reírse. Si queda algo de comunidad antes de que todo esto se acabe, ayudémonos entre nosotros. El teatro es un lugar ideal para eso. Y ya que no podemos, de momento, viajar y estar tanto en compañía, por lo menos en el teatro podemos llevar de viaje hacia donde queramos a la gente.
Verano del año 2024. El panorama político-socialeconómico-cultural en el que nos encontramos, es asfixiante. ¿Los sueños? Inalcanzables. Nadie ha logrado convertirse en lo que realmente amaba. La vocación pasó a mejor vida, sobre todo para los teatreros. Los más inteligentes se quitaron de en medio cuando empezaron a cerrar las salas. Otros como José Telón Bravo-Bravo y María Josefa De los Santos, aquella multipremiada pareja que en su día nos deleitaban con sus giras por la provincia del Aljarafe, no desistieron hasta que acabaron desahuciados, sin más escenario que el de la propia calle. Hoy, su decorado son sus propias ruinas. Sólo se tienen el uno al otro como espectadores. Ya no son más que Pepe y Pepi: dos estrellas estrelladas.
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