Todos tenemos una isla.
No hay término medio para intentar explicar lo que ocurre en el espectador cuando se va a ver una obra de Teatro A La Plancha. Los sentimientos son contradictorios; el viaje interior navega desde la risa a la ternura y desde la tristeza a la alegría de vivir. Del 20 al 30 de septiembre, La última boqueá se presenta así en la Sala Cuarta Pared, como una forma oculta de vislumbrar lo más oculto que cada uno lleva dentro, para bien y para mal, para bucear y salir a coger aire en un paisaje que depende de la perspectiva con la que queramos mirar.
Fotografía de Luis Castilla
El mismo elenco ya nos había dejado inquietas con Los perros y ahora, en esta nueva obra, denominada “comedia de velatorio”, vuelven a repetir muchas pistas que les delatan como compañía de creación que osa y consigue meterse en las tripas de las soledades, los deseos, las penurias y el intento de felicidad humanas… en definitiva, las profundidades a las que únicamente se atreve a bajar un teatro que no tenga miedo de encallar con la isla que todo tenemos y de expandir los límites establecidos de la risa y del llanto.
Fotografía de Luis Castilla
Lo trágico vuelve a ser la excusa para mantener en vilo al público, acompasado también con el desconocimiento de no saber de dónde vienen estos personajes sin nombre, que vuelven a no tener tiempo, ni lugar, ni apenas espacio. Selu Nieto firma el texto y la dirección de un montaje emotivo y sincero, que navega con un lenguaje cargado de voces y personajes que se exigen a ellos mismos soñar con lo que no son. Sus propuestas son refugio y coartada para conocernos y para desarmarnos con preguntas que nos obligan a seguir nadando, ya sea en la misma dirección que nos marque la vida o a contracorriente.
Fotografía de Luis Castilla
Personajes enclaustrados
La responsabilidad de este salado drama la llevan a cuestas tres personajes que miran en tres direcciones; el qué felices éramos del pasado, el tiempo transitorio del presente y lo felices que seremos en un futuro incierto conviven en un angosto espacio que poco a poco les aprisiona, física y mentalmente. Lo cierto es que María Díaz, Selu Nieto y Manuel Ollero “Piñata” equivalen a un fuerte oleaje escénico que tan pronto te mece suave como te revuelve dentro de un remolino de inquietudes. Les acompaña en escena un protagonista que logra llevarse la mayoría de las miradas; Samué, el punto de gravedad sobre el que se construye esta historia que avanza entre la risa y la emoción.
Fotografía de Luis Castilla
Espacio escénico latente
Muchas obras deslumbran por mágicos cambios escenográficos, rodantes estructuras o grandes vacíos. En La última boqueá no hay nada de eso. La mayor fuerza y más sobrecogedora apuesta visual es que su espacio se mueve, gira y se retuerce por encontrar un lugar en el que enraizar. El cambio es tan fuerte que te hace cambiarte de postura varias veces en la butaca. Y eso siempre es muy buena señal. Además, la música desempeña un papel fundamental, para inundar más aún esta propuesta con metáforas que conquistan oportunamente, y los detalles escenográficos logran tener una presencia singular y sorprendente.
Fotografía de Luis Castilla
La última boqueá tiene la producción de Teatro a la plancha y la distribución de Teresa Velázquez. Además, este trabajo tan maravilloso se completa con la iluminación de Guillermo Jiménez, el vestuario de Margarita Ruesga, el espacio escénico de Selu Nieto, Margarita Ruesga y Carlos Villarreal, el espacio sonoro de Ignacio Román Muñoz, la fotografía de Luis Castilla, el diseño gráfico de Carlos Villarreal y Susana Hernández como ayudante de dirección. Vayan a ahogarse. Al fin y al cabo, el horizonte son los peces que nadan a contracorriente. Nademos. Boqueemos.
Estos son unos que viven en una isla y están celebrando un velatorio en un bar. Y coge uno un vaso y dice brindando: “Las penas hay que enterrarlas o te acaban enterrando ellas a ti”.
Y otra que está agarrada al muerto le dice llorando: “¡No lo puedo olvidar!”.
Y a todo esto, un camarero repite una y otra vez mirando al mar: “Así llevamos un año”. Y coge el del brindis y empieza a cantar: “¡Aquí estamos en el paraíso!”. Y la del muerto sigue llorando. Y el camarero mirando al mar repitiendo: “Y no necesitamos nada más…”
Más teatro
LA ÚLTIMA BOQUEA , Es una obra sorprendente , con toda la emoción que mueve algunas veces a las risa,Hay que ir a verla, vale la pena
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