Cuando era pequeña, tuve varios diarios. Especialmente, me acuerdo de uno con hojas muy finas, de distintos colores y perfumado. Qué cursilada. No escribía en ellos mucha cosa porque me parecía demasiado difícil ponerme a mí misma por escrito. Pero, curiosamente, las palabras me han ido acompañando durante los años y cada vez lo han hecho de manera diferente.
Antes de saber leer, recitaba mis cuentos favoritos de memoria porque me los aprendía gracias a las voces de mi madre y de mi padre cada noche. Ahora me pregunto cómo imaginaba las letras, qué verían mis ojos al lado de los dibujos y de qué manera me las ingeniaba para descifrarlas.
También de pequeña, me encantaba hacer caligrafía (y cuentas, ¡me flipaba hacer multiplicaciones!). Y durante mi adolescencia, cambié el estilo de mi letra tantas veces como verbos irregulares en inglés aprendí. Mi padre me regaló una pluma y mi madre los primeros clásicos.
En la universidad, un profesor nos obligó a ir a ver una obra de teatro. La que quisiéramos, para luego hacer un trabajo (¡qué impresión me causó el Hamlet de Tomaz Pandur, inolvidable!). Y escribí sobre teatro. Más tarde, llegué a Proyecto Duas y por aquí me he quedado.
Tengo en mi habitación desperdigadas, como mínimo, una docena de libretas en blanco que voy instalando conmigo y que, de vez en cuando, abro para dejar por escrito algo que me llama la atención. Y varias cajas llenas de entradas de obras que voy coleccionando, a modo de postales.
A veces, mando cartas y felicitaciones navideñas. Escribo mucho a ordenador. Leo obras de teatro publicadas. Hasta he hecho un taller en el que se estudia la acción de encarnar palabras para poderlas decir, con el deseo y con el cuerpo.
Me he ido encontrando con las palabras de una manera similar a la de cualquier persona que esté leyendo esto. En particular, uno de esos momentos ha sido desde el patio de butacas de los teatros. Y su mezcla me ha acomodado a hacer muchas reflexiones, como este Diario de voces.
Como espectadora, siempre estoy a la espera de algo. El público somos una especie de Vladimir y Estragon en constante expectación. Y el teatro nos puede saciar o no. Y hasta hace poco, creía que esa misión se cumplía solamente en un espacio físico determinado. Pero las palabras me han hecho extender la definición del Teatro a más lugares que no sólo signifiquen, literalmente, reunirnos delante de un escenario activado por nuestras miradas y que no atañan, de manera exclusiva, a lo que vemos delante, sino también a las personas que no se nombran y hasta las que se llevan la obra a sus casas, de muchas maneras.
Diario de voces pretende ser un pequeño refugio en el que escucharos signifique percibir lo que se dice en voz alta y algo que ya no está pero que mantienen las palabras / el teatro.
Porque… ¿Dónde está lo que ya no está aquí?
Quiero aparecer en tu vida siendo un desconocido que canta mientras duermes.
Estabas doblando la esquina cuando te vi.
Cuando me fui al extranjero a buscarme la vida, me llamaron valiente.
Come, come, mi vida. Tienes que crecer y hacerte fuerte.
Ruego a todos los que aquí, de vuestras penas me culpáis, me estéis atentos.
Este es el vuelo nocturno a San Francisco.
Me cago en la metamorfosis, en las iglesias que unen, en mi niña, en los paseos.
Todas las personas a lo largo de su vida viven, durante una época, el llamado punto trágico en la vida de una persona.
Ahora sé que te quiero. Lo sé porque ya solo me importan tus sonidos.
He soñado que las paredes se caían, se nos caían, y debajo de ellas aparecían otras pero no eran iguales.
Es siempre de menos a más y poniéndolo fácil. Despacio, muévelos despacio. Que siempre se vea la bolita.
Cuando la travesía emprendas hacia Ítaca, pide que sea largo tu camino.
Comedia sin título. Telón gris. Autor.
Me he acostumbrado a vivir muchos años fuera de mí, pensando en cosas que estaban muy lejos.
El gusto por la palabra resulta un indicio claro de inteligencia.
¿Te das cuenta de que no paras de encontrarme ridículo?
Es rara, ¿no? La nostalgia.
Imagínate una red. Una malla. Eso es. Imagina una red, una gran red. ¿Ves esa red?
Las dejaba morir dentro de un tarro. Y por colores las clavaba con agujas a una lámina de corcho.
Empecé a conocer a mi padre el día en que murió.