Alejandro Pau forma parte de la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico en Fuente Ovejuna. Además, lleva recorriendo escenarios con obras que dejan huella en el imaginario de cada espectador. Nosotras le conocimos en La cena del rey Baltasar pero ya tenía un trayecto anterior intenso. Shoot/get the treasure/repeat, Sunshine, Muerte en Venecia o El chico de la última fila son algunos ejemplos. Más recientemente, ha sido el Don Juan más atractivo del pasado 24 de junio, con el que vivimos las 8 horas más intensas de La última noche de Don Juan. Y también es el príncipe danés con más esplendor en los escenarios con Hamlet entre todos, dentro del Festival de Teatro Clásicos en Alcalá.
Fotografía de Silvia Grav
El mundo está fuera de juicio. Que haya tenido que nacer yo para enderezarlo.
Bienvenidos a Elsinore, Dinamarca, el reino del príncipe Hamlet. Todos somos invitados privilegiados de la Boda Real, en la que la irrealidad creada y compartida es tan atrayente como original. El universo edulcorante creado en este Hamlet nos hizo disfrutar de una tercera representación de esta obra con la emoción servida desde antes de entrar. Nunca me sentí tan segura en un teatro y nunca imaginé que Ofelia pudiera haber sido tan dichosa aunque fuera únicamente en algunos momentos.
Torpe para hacer versos, como se nos presentaba este Hamlet al grupo de Ofelias, en el que estuvimos sumergidas desde el principio, a Pau no le falta en ningún momento arte para exponer una obra que parece llevar en la sangre desde hace bastante tiempo, más del que imaginemos. Su Hamlet ha sido un gato negro que se ha paseado en el Corral de Alcalá a su aire, entre fantasmas y vivos, entre elocuentes diálogos que surgían con precisión y desasosegado brío. Sentirle cerca en cada momento, en su respiración sin tregua o en la atadura de su olor, nos ha dado la enorme oportunidad de contaros cómo llegamos a un reino del que no queríamos salir.
Fotografía de Samantha Herrera.
El público fuimos el nuevo rey Claudio, su madre viuda Gertrudis, su mejor amigo Horacio y su enamorada Ofelia. A veces, todos éramos uno, a veces nuestra grada nos marcaba el camino y estoy segura de que, en algún momento mágico, todos fuimos Hamlet, guiados por la valentía de los que empezaron este camino. Decidíamos cómo mirar, desde dónde y a qué altura hacerlo, mientras comimos y bebimos en lo que parecía un banquete nupcial sin fin. El lugar de representación se volteaba constantemente pero el punto de atracción no variaba, seguía siendo el único Hamlet, el mismo que nos hizo bailar, cantar, reír, aplaudir, sofocarnos, temblar y escucharle de una manera única. Espectáculo inmersivo con la participación activa de los espectadores. Eso creímos al principio pero, rápidamente, supimos que la advertencia se quedaba lejos de la experiencia.
Vive Dios que no ha existido un Hamlet tan poderoso y sublime como el que lleva tatuado en la piel y le sale del corazón a Alejandro Pau. El resto, sin duda más que nunca, es silencio. El silencio acorralado que se queda latente cuando deja de hablar, que te atrapa en el sitio en el que estás y que llega a poseer el teatro, en un abismo incalculable de valor, que reanima el alma y te hace recapacitar por el regalo de las cuatro horas que acabas de vivir. Su éxtasis es la resurrección de un clásico que, en palabras suyas, le permite hacer todas las cosas que le gustan. Y se nota. Y así se disfruta el doble.
¿Se puede representar La tragedia de Hamlet con tan sólo un guía en escena? ¿Se puede llevar a cabo un reto tan magnánimo que todos los presentes tengan algo que decir? La guitarra y la voz de Alejandro Pau lo afirmaban y su intrépida demostración de todas las perspectivas de un personaje tan omnipresente lo confirmaban a cada minuto que pisaba un lugar tan sagrado. ¿Ser o no ser? ¿Somos la imaginación de Hamlet, su dolor, su necesidad… acaso su conciencia? Fuimos su concierto, su arraigo, a la vez que su fuerza y su debilidad. Su ser. Quizás más que nunca, cobre sentido adivinar que, sin los espectadores, Hamlet seguiría vagando sin voz y sin respuestas.
Familia, amigos y resto del público nos reunimos en una plácida tarde que se transformaba en noche encarnizada en tragedia. Ayudado en todo momento de un equipo que protegía cada nuevo paso, Hamlet entre todos se iba configurando gracias a su guardia personal con Daniel Jumillas, Antiel Jiménez, Irene Domínguez, Pablo Gómez-Pando, Paloma García-Consuegra y el mismo director, Carlos Tuñón, quien una vez más vuelve a sorprendernos, a inquietarnos y acogernos en un teatro como si fuera su casa. Su adaptación a cualquier espacio y obra parece ser vital en su vocación y realiza un trabajo inmejorable, lleno de recovecos y detalles en los que habitar durante unas horas se nos antojaba el mayor placer escénico. Hubo alguna sorpresa incauta entre el público, como la dulce y liviana aparición de Ana Loig, en un momento sumamente especial a dos voces, el arte marcial de Dani Galindo o los espontáneos versos de Bodas de sangre de Nacho Sánchez.
Adiós, adiós, Hamlet. Recuérdame siempre.
Llegados a este punto y sin habernos recuperado aún de La última noche de Don Juan la semana pasada, inmortal e inolvidable, os aconsejamos que no vayáis a ver Hamlet entre todos, así como ninguno de los montajes que se le pase por la cabeza organizar a Carlos Tuñón. No. No lo hagáis porque cuando vayáis el resto de días a ver cualquier otra obra de la amplia oferta teatral os va a resultar aburrida. Cuando observéis a los actores, vais a buscar con avidez a gente como Alejandro Pau, Nacho Sánchez, Daniel Jumillas o Enrique Cervantes y no van a estar. Porque los vais a necesitar en un escenario desde que los descubráis. Porque el resto de teatro no os va a salvar como lo hacen Los números imaginarios. Porque su TEATRO se está escribiendo y derrochando de una manera que si no la vives, no la saboreas de verdad.
Tengo la esperanza, a la vez que la certeza, de que este pequeño grupo va a hacer grandes cosas. Porque ya las está haciendo. Pero llegará el día en el que, en un medio más grande que éste, se les apode como “la compañía que salvó el teatro” o se les dedique apelativos como “Carlos Tuñón y su equipo de furtivos actores empeñados en deshacer lo que se entiende por teatro para construirlo con la emoción de cada espectador”. O mi favorito; Los números imaginarios, el grupo que escribe para liberarnos de nuestra butaca. Larga vida. Gracias por salvarnos.
Hamlet solo en escena. Él y su pensamiento, su mente prodigiosa: su liberación y su cárcel. Solo frente a las gradas, Hamlet los necesita a todos, al mismo tiempo que su mirada y su silencio le condenan. Él la representación de la medida del hombre. Desde su naturaleza contradictoria, duda de los otros al mismo tiempo que es consciente de la necesidad de ellos.
Producción: Carlos Tuñón / Alejandro Pau
Estética: Antiel Jiménez
Iluminación: Miguel Ruz
Aytes. Dirección: Irene Domínguez / Daniel Jumillas
Diseño Sonoro: Daniel Jumillas
Asesor Canto: Rennier Piñero
Asesor Artes Marciales: Daniel Galindo “Escuela Shaolin Huwei”
Diseño Gráfico: Daniel Jumillas
Versión y Traducción: Carlos Tuñón / Alejandro Pau
Audiovisual: Gonzalo Bernal / Javier de Pascual
Fotografía: Virginia Rota / Bea Hohenleiter
Imagen Cuadro: Silvia Grav
Coreografía Combate: Marta Gómez
Asesores Música: Roma Calderón / Carlos Ramos
Más teatro