Estos días finales de mayo y los primeros de junio, se está celebrando en Madrid el Festival de teatro En algún lugar del ser o no ser, dedicado a los famosos dramaturgos Shakespeare y Cervantes. En el Teatro Galileo se dan cita grandes obras recordadas como clásicos pero reconvertidas en espectáculos contemporáneos con títulos como Un sueño de una noche de verano, Migue Will, Ante Romeo y Julieta, Don Quijote, una comedia gastronómica, Las expertas, Perplejo y Otelo. La última de ellas es la que se ha representado los pasados 27 y 28 de mayo y ha conseguido dos llenos consecutivos y las ganas de que Shakespeare no pare de representarse bajo el trabajo en equipo que tan bien manejan sus componentes.
Juan Carlos Sanz lo ha vuelto a hacer. Esta vez, acompañado en la dirección con Antonio Domínguez, ha sabido transformar y hacer gritar con fuerza un texto que vuelve a infundir fe en el teatro contemporáneo. Las lecciones feroces sobre el escenario son compartidas por todos los actores, destacando enormemente un Enrique García Conde que llena cada palabra en solitario con una pasión absoluta y que en los diálogos se ensalza en duelo para defender a su impresionante Yago. A su lado, Lucía Esteso volvía a brillar como el personaje impetuoso y sobresaliente que resalta en cuanto pisa el escenario. Alberto Barahona, Laura Fernández y Jesús Rodríguez completan un breve pero decidido reparto que sabe a drama cuanto más avanza la acción para indicar una intensidad plena necesaria en la interpretación de esta obra.
Desde que disfrutáramos de El caballero de Olmedo, se nos ha quedado la curiosidad de cómo reinterpretar un clásico en el momento actual. Actually Theatre, esta vez junto a La Red Company, vuelve a repetir en coproducir en Otelo su juego visual, sus calles y habitaciones exquisitamente imaginadas entre articuladas puertas y su astucia, para movernos en una trama propia del autor del siglo XVII confiada a todo un equipo que ha sabido proteger y exponer un resultado con una escenografía correcta, una videoescena de Mayte Barrera, que bien podría considerarse una obra de arte aparte por la grandeza que suplica en escena, y sobre todo porque la historia brilla en una oscuridad literal y metafórica que hace que este Otelo sea descubierto con más fuerza y valentía que nunca.
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