La historia está llena de pequeños sueños y fracasos que fueron protagonistas de la vida de los hombres y mujeres que los pensaron alguna vez. En múltiples ocasiones, todo ello se diluye en las aguas del tiempo quedando solo la sombra de, a priori, los más grandes. Pero todos tenían algo que contar y, sin ellos, nuestro siglo, sería distinto. Y eso, hacer teatro del más puro signo recuperando la memoria, es lo que han conseguido los componentes de Teatro de Poniente con El manuscrito de Indias en el escenario de Nave 73 bajo la dirección de Raúl Escudero y Antonio Velasco.
La obra cuenta las vivencias de Nuño Díaz, comediante apodado y conocido bajo el nombre de Matula, desde su tierna infancia en un pueblo de Salamanca hasta su participación en las expediciones en el nuevo mundo, llenas de aventuras, peligros y sinrazones, de Juan Ponce de León con el objetivo de revelar leyendas que, para ellos, se convirtieron en verdad. De esta manera, gracias a sus narraciones, descubrimos el siglo XVI y gran parte de los hechos históricos que sucedieron en esos momentos. Pero también, gracias a Díaz, asistimos al sentir y al vivir de la gente de aquel tiempo que, descubrimos, no eran muy distintos a como somos el común de los mortales ahora en el siglo XXI. El amor, la riqueza, la fe, la inmortalidad o la búsqueda de la eterna juventud estuvieron presentes entonces y lo están ahora. Eso y mucho más hace viajar al espectador a un universo lleno de sentir en el que disfrutará con empatía de todo lo que allí se viva.
Para contar todo ello, desde Teatro de Poniente apuestan por el más puro de los recursos dramáticos, utilizando técnicas que van desde el teatro con títeres hasta el de sombras. Este buen hacer es algo habitual de esta compañía en la que aman y viven el Arte de representar como ya pudimos ver en La loca historia de la literatura.
A su vez, se nota que esta creación está respaldada por una labor histórica importante al citar fuentes y beber de cultura tradicional, como es el hecho de poner sobre las tablas canciones como “Dime ramo verde” o “Canto de vendimia”; ambas estudiadas por Joaquín Díaz en discos como Canciones de Sanabria o Tierra de Pinares.
Este sublime monólogo recae, en escena, en la figura de Antonio Velasco (también dramaturgo de esta creación). Durante la misma, se deja la piel y avanza por muchos registros interpretando, con varios tonos y acentos, a los diversos personajes que aparecen en escena solo ayudado de un poco de atrezo. Su trabajo solo puede calificarse con una gran matrícula de honor y dejando claro, como dice el dicho, que “la maestría es un grado”. Cabe destacar que, además de todo ello, sabe introducir al público en la historia haciéndole partícipe en todo momento.
En cuanto a los aspectos técnicos, destaca la escenografía de Cristian Malo. Minimalista consiguiendo el efecto deseado en cada instante. Destacan esas estructuras de madera totalmente versátiles que sirven para construir un barco como para mostrar la ciudad de Sevilla y sus gentes.
En la misma línea, se encuentra el vestuario creado por Ester Lucas. Muy cuidado respondiendo a la época que representa pero con un toque contemporáneo que da mucho juego en varios momentos del montaje como es el realizado con las plumas del casco de Ponce de León. Todo ello iluminado por el trabajo de Xiqui Rodríguez de manera magistral.
Así que solo me queda pedir desde aquí que haya más funciones en Nave 73 porque esta maravilla teatral tiene que ser vista y disfrutada por más público.
Marcado por un hecho inverosímil en su niñez, Nuño Díaz huye con una compañía de cómicos de la abadía donde es criado. A partir de este momento se busca la vida en la oscura España del S.XVI hasta que, por un lío de faldas, tiene que huir de Sevilla y enrolarse en una Carabela con destino al Nuevo Mundo. Allí le esperan aventuras, desventuras, monstruos, tesoros, héroes y villanos. ¿Qué es mito y qué es realidad en esta historia?
Más teatro