Tiene Goya una estampa llamada Murió la Verdad con similar composición visual a la que conforma el inicio del montaje La gran Cenobia, estrenado el pasado 13 de enero. Un personaje yace en el suelo y las demás figuras a su alrededor se descubren como las piezas fundamentales del tablero de la tragedia de la guerra, al igual que las que se están empezando a formar en escena y que van a abordar las contiendas con las que las espectadoras y espectadores están a punto de deleitarse. Su contexto fue el de una sangrienta guerra en España y un paisaje político candente que le daba cientos de excusas a Lucientes para abordar las injusticias sobre casi cualquier soporte artístico. Pero da igual en qué país, frontera, año o trono estemos; la universalidad del derecho a defender la verdad parece sobrevolar cualquier dominio intrínseco al ser humano. El aguafuerte del artista zaragozano se ubica hacia 1814 – 1815. La lucha por el poder no tiene fecha, pues siempre está ocurriendo.
Escrita por Calderón entre 1624 y 1625 y resucitada en nuestros días bajo la versión de Luis Sorolla y la dirección de David Boceta, el viaje comienza en Roma pero navega sutilmente por nuestra intrahistoria a través de ejemplos y posibles resurgimientos cíclicos conjugados en futuro.
La Sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia acoge este juego de gobiernos, política y poder en el que incluso hay espacio para el amor, la obsesión y la fidelidad. No se escapan en esta producción preguntas como qué pasa cuando los peligrosos acaparan el poder o qué verdad se está contando o está llegando al público, acaso la de Cenobia, la histórica, la personal, la heredada o la leyenda, entre muchas opciones. La particularidad dramatúrgica nace en el tratamiento de la verdad y en el relato de su multiplicidad, sin intentar aprisionar, aceptando igualmente la responsabilidad del teatro para con ella. Lo magistral en cuanto a la dirección es que el mismo concepto es gritado y extrapolado en escena, incluida la música rock en directo, una concesión que aplaudir también.
Los y las protagonistas del mapa lleno de dragones son Cristina Arias, Mikel Arostegui, Mariano Estudillo, Marta Guerras, Alejandro Pau, José Juan Rodríguez, Víctor Sáinz, José Luis Verguizas e Irene Serrano. Esta última guerrera, esta Palas Atenea que mantiene el pulso, guía de manera destacada una función que no se detiene sea cual sea el peligro, la amenaza o el conflicto. Regia actriz con la que no parar de disfrutar, al igual que ocurre con Isabel Rodes, protagonista que desafía y no baja la guardia ni en su discurso final. Gracias a su interpretación de la mujer que lucha y la mujer que escribe, vemos construirse un relato escénico lleno de virtudes, en el que la Historia y las historias nos saben describir en presente.
La gran Cenobia también se levanta día a día por el trabajo de otro puñado de profesionales que queda en la sombra, un hecho que no les impide destacar. Es el caso, entre una larga lista, de la escenografía de Almudena Bautista, en la que casi a modo de yacimiento arqueológico, la función va descubriendo y arrasando los turbulentos acontecimientos, el vestuario de Paola de Diego, tan poderoso y crucial como lo fue el Imperio romano, o la videoescena de Álvaro Luna que hace que cualquier época histórica conviva en paz en esta obra.
A la goyesca estampa Murió la Verdad, le sigue otra llamada Si resucitará?, un alarmante título con el que posiblemente el autor aplastó la esperanza y puso en su lugar el escepticismo sobre el concepto de Verdad. La serie finaliza con Esto es lo verdadero. ¿Tiene sentido? Hay tiempo hasta el 6 de marzo con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Pero cuidado, hic sunt dracones.
Calderón de la Barca nos presenta en La gran Cenobia a la reina del imperio de Palmira, Cenobia, un personaje casi legendario caracterizado con cualidades como la inteligencia, prudencia o la belleza. La obra narra la llegada al poder en Roma del emperador Aureliano. Tras enterarse de la derrota de las tropas del general Decio vencidas por Cenobia; Aureliano emprende la guerra cegado por la obsesión de poder contra Palmira, con la misión de traer a Roma sometida a Cenobia.
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