Abedules desde la puerta a Noruega, una casa cada cien metros y un sol que no calienta nada. Este es el paisaje con el que se encuentra una joven pareja al llegar a su nuevo hogar situado en Helsinki. En realidad, es la sala 1 de los Teatros Luchana pero el viaje se hace rápido para situarnos en un paisaje físico y emocional que nos va abriendo paso para adentrarnos en un presente protagonizado por dos inuits en mitad de ninguna parte.
Define Helsinki. Obra de teatro, ciudad y retrato de vida en pareja que narra una historia de dos transformada en la búsqueda de un exilio. Se trata de una propuesta que nos permite asomarnos a un futuro imaginado lejos de las raíces, una situación anclada a extrarradio de cualquier sueño de vida en un constante intento de entender el significado del éxito y del cambio. Esta historia de amor es como contemplar un copo de nieve y seguir observándolo de cerca, dándonos cuenta del universo hexagonal que esconde, de las numerosas crisis vitales que contiene y de las fracturas afectivas entrelazadas que se van dibujando de manera traslúcida.
Rodeados de silencio y baja temperatura, caminando en mitad de la tempestad, aparecen en escena Mariona Tena y Pablo Castañón, como un cálido abrazo reconfortante entre tanta espiral de frío por el que pasan sus personajes. Ella es Ana, una investigadora consigue una beca para un proyecto científico fuera de España. Él es Marcos, un escritor que se imagina viviendo otras vidas, la de algunas escritoras y escritores que le inspiran en la meta de terminar su novela. En un punto y seguido, escribiré que si la vida es lo que merece la pena, sin duda, Tena y Castañón bien la merecen. Desde este recóndito lugar, ambos bien podrían seguir uniendo destinos en escena porque su química es tan brutal como sincera y sus interpretaciones evolucionan a la perfección para mostrarnos todos los prismas de desequilibrio que les visitan.
Dentro de la travesía de la que el público es testigo en esta pieza, destacan situaciones extremas que tienen que ver también con otro tipo de frío. El de la precariedad, la falta de deseo que desmotiva y la obligación de otra vida y de otros momentos, así como las numerosas crisis y los problemas sociales que no tienen piedad con estos jóvenes o la inestabilidad a muchos niveles que nos arrastra a decisiones impensables.
La dramaturgia de David Barreiro y la dirección de Olaya Pazos han creado un ecosistema en el que las palabras son cruciales para la supervivencia. Porque en un intento de protección contra el entorno gélido, este par de caminos se va separando y creando otras murallas de defensa a muchos kilómetros de distancia uno del otro. Si la vida pasa en la calle, en casa de Marcos y Ana entra la desconfianza, instalada casi como otro personaje más con el que el trabajo de dirección apoya la creencia a ciegas en este inmenso actor y en esta magistral actriz.
Es fácil situarse en esta distancia propuesta en el escenario también gracias al trabajo, entre otros, de Julia Llerena en una sutil pero significativa escenografía, Javier Bejarano en el diseño de proyecciones, que ponen la banda visual a la composición, y en la iluminación junto a Roberto Ortega, Dolores Chaplin en el acertado y contrapuesto vestuario y arte, José Ángel Esteban en el espacio sonoro y, especialmente, de la música de José Luis Bergia y el dúo Galgo.
Helsinki es la segunda parte de la trilogía iniciada por el dramaturgo David Barreiro sobre ciudades. Antes, pudimos viajar a Roma y estamos deseando recorrer Madrid.
Marcos y Ana llegan a su nueva casa en Helsinki, ciudad en la que ella, científica que no ha encontrado oportunidades en España, ha sido contratada en un grupo de investigación de talla internacional. Marcos, su pareja, un periodista que siempre ha ido de acá para allá en trabajos discretos, considera que puede ser la oportunidad para dedicarse a esa novela que nunca ha tenido tiempo de escribir. La ilusión del comienzo, no exenta de dudas por lo que dejan atrás, comienza poco a poco a tambalearse y entre ellos empieza a cundir en ocasiones el desánimo, otras veces la desconfianza. Pasan los meses, los años, aumentan el frío y la soledad y han de aferrarse al amor como única salida al desconcierto en el que viven. Pero quizás el amor no sea suficiente.
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