Durante los sábados en el escenario de La Sala, la esencia del teatro cobra vida para devolver a la carne a una figura de nuestro pasado. Esta no es otra que Juana I de Castilla, más conocida como “la loca”, olvidada e insultada por la historia que ahora, desde su injusto encierro, se presenta ante nosotros para contar su vida. Así es la propuesta de Pepe Cibrián y Nicolás Pérez Costa bajo el título de Juana, la loca; un imprescindible de la temporada que presenta un retrato psicológico de una reina que no puedo reinar.
La historia creada por Cibrián nos presenta a una Juana anciana que, desde su prisión en el pueblo de Tordesillas, revive todo lo que le ha llevado hasta allí, desde su niñez, y maldice su suerte, las traiciones que ha sufrido y todo lo que la rodea. De esta manera, el espectador asiste a la narración de sus conversaciones con su madre (la reina católica), su primer encuentro con el que iba a ser su marido Felipe o la actuación en relación a la revuelta comunera ya en conexión a su hijo Carlos. Varias generaciones dentro de la vida de una mujer culta que se vio abocada al peor de los destinos. Fantasmas y sombras que pueblan sus días y que, poco a poco, le arrebatan el tiempo, ese valioso bien. Pero lo que nunca le arrebatarán es que, como deja claro al público, ella es la soberana y lo seguirá siendo hasta el final aunque sus ropas estén sucias o las malas lenguas quieran dañar su imagen con apodos poco cariñosos que han quedado a fuego grabados en la memoria colectiva.
Nicolás Pérez Costa da vida a todos los personajes que van apareciendo en la obra, convirtiendo un monólogo en una obra coral de una maestría tan excelente que no hay palabras para definir su calidad. De todos ellos, el papel de Juana es el que más peso tiene en el montaje y con él, Pérez Costa llega a lo sublime. La excelencia está presente en todo momento, desde antes de comenzar la obra con una interpretación de los temblores propio de personas que sufren enfermedades mentales, hasta el punto de que el público viaja y cree ver a la verdadera Juana en escena. Ante este trabajo titánico y magnífico solo se puede aplaudir y con mucha fuerza.
Ante tanto halago, solo tengo una pega que hacer al montaje. Me hubiera gustado ver que se hubiera dado una vuelta de tuerca a la visión tradicional del personaje y se hubiera plantado la duda de si, en realidad, Juana no estaba loca y estaba encerrada solo para que no pudiera ser reina (algo que se ha dado hasta en época contemporánea incapacitando a mujeres por medio de su ingreso en psiquiátricos y así tener su herencia. Véase como ejemplo de estas situaciones el relato de Charlotte Perkins titulado El papel amarillo). Nuevas teorías que deben ser reflejadas para hacer justicia a una mujer valiente y que tuvo un marido que, frente a la creencia popular, no era tan guapo aunque presentara gracia al bailar. Revisión de una historia necesaria en los tiempos que corren.
En cuanto a los aspectos técnicos, destaca el vestuario creado por Coral Barcos. Su trabajo nos presenta a una reina Juana cercana a la época final de su vida con unos ropajes que hablan de su pasado pero también de su futuro. La estética plantea un homenaje a la presentada por Bergman en su gran película El séptimo sello en relación al personaje de la muerte. El detalle es tal que hasta los pies descalzos llenos de lágrimas negras transmiten grandes historias al espectador.
Misma perfección y calidad sirven para describir el trabajo de iluminación y la escenografía. Bajo la coordinación artística de Juan Ignacio González, todo está realizado a la justa medida. Como ejemplo, solo necesito citar el momento en el que se habla de la espiritualidad de Juana; las luces nos llevan a un espacio religioso sin nada más en escena y el trono con el dibujo del águila bicéfala señala la identidad de los Reyes Católicos.
Un gran trabajo en una sala muy especial a la que se tiene que ir con los ojos cerrados. Saldrán con la boca abierta después de ver esta creación.
La multipremiada obra argentina de Pepe Cibrián esta vez, con una puesta simple y moderna y a través de la interpretación de Nicolas Perez Costa que da vida a siete personajes para contar los mundos de Juana La Loca en una pieza épica romántica sobre una de las mujeres más famosas de la historia. Su prisión durante más de cuarenta años fue su paraíso, pues allí voló un alma pura rodeada por la crueldad y la ambición de los hombres. Traicionada por su padre, su marido y su propio hijo, Juana La Loca no es simplemente un monólogo pues la vertiginosa interpretación y la dinámica puesta, en escena hacen sentir al espectador en medio de conversaciones viscerales llenas de la más pura verdad que retrata los vínculos humanos de la forma mas cruda y poética.
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