Un grupo de 6 hombres bailan en un escenario vacío y emprenden un camino contra la masculinidad tóxica. Este puede ser uno de los titulares que englobe el espectáculo que ha llegado a Madrid y que pone en cuestión algunas conductas asociados al concepto de lo masculino por insana costumbre. La maldición de los hombres Malboro delata la necesidad colectiva de acabar con roles de género que ya no tienen cabida en ningún ámbito a partir de gestos pequeños que están a nuestro alcance.
Desde que Isabel Vázquez tuviera el deseo de hacer bailar a sus antiguos alumnos y de hablar del mito de la hombría han pasado ya unos cuantos años. Con esa idea, Vázquez coreografía y dirige este espectáculo de danza contemporánea que conmueve con escenas cargadas de rutinas y contraplanos con cuyo mensaje es imposible no empatizar.
Tras su comienzo en el Festival Internacional de Danza de Itálica y tras cuatro años de baile por diferentes ciudades, ahora el Teatro de la Latina acoge esta defensa de la diversidad en todos los sentidos, a través de un lenguaje comprendido desde el amor y la reflexión profunda por entender cómo nos configuramos a partir de nuestros cuerpos y maneras de pensar.
David Barrera, David Novoa, Arturo Parrilla, Javier Pérez, Baldo Ruiz e Indalecio Seura exponen la incapacidad de muchos hombres de expresar sus sentimientos y de los obstáculos que encuentran para hacerlo, debido a diferentes códigos impuestos por la sociedad y un imaginario cultural que debe seguir evolucionando. Sentarse a experimentar sus historias tiene algo de ritual catártico que hace que el aplauso se convierta en un recado para agradecer que en un teatro se sepan exponer de una manera tan honesta aquellos errores que repetimos cuando cae el telón.
La dramaturgia de Gregor Acuña-Pohl pone el foco sobre un nuevo concepto de hombre que estamos desarrollando y su travesía como aprendizaje. A partir de escenas nada condescendientes con ellos, se elaboran una serie de ejemplos que, través del baile, el humor y las caricaturas más instauradas, funcionan a la perfección para derribar esa estatua Malboro de publicidad asociada a rudeza, perfección, insensibilidad y rivalidad. En paralelo, la simbología tiene un apoyo en el vestuario que nos guía con mucho acierto y el lado femenino también es puesto en escena para mezclarse entre las palabras, los ritmos y los ajustes que necesita hacer cada figura consigo misma.
Momentos estelares, como el del hombre blandengue, y musicales, como el de macho men o la contraposición de canciones guerreras y fantasiosas, revelan un carácter potente y nada cobarde para exponer la toxicidad y la hegemonía de todo un catálogo de actitudes que marcan una línea que hay que desdibujar. Actitudes también marcadas por herencia, como la de permitirse llorar solo cuando pierde el Betis o tener que pelear con otros como única forma de comunicación racional.
Llevo toda la vida aprendiendo a ser un hombre. Porque es lo que me impusieron, como un deber, o lo que es lo mismo, aprendiendo no comportarme como una mujer. Basta esta declaración para dibujar una idea principal que se danza durante poco más de una hora, acompasada por la iluminación de Carmen Mori y el espacio sonoro de Santi Martínez.
Del 29 de junio al 4 de julio, coincidiendo con la Semana del Orgullo LGTBIQ+, La maldición de los hombres Malboro aterriza en Madrid para seguir haciéndonos recapacitar a la vez que disfrutar de una pieza que explora nuestra actualidad y la pone al descubierto para seguir cambiando a mejor. Además, esta maldición también puede leerse, pues ha sido publicada en forma de textos breves en un libro de la editorial gaditana Dalya firmado por Max Arel Rafael.
Se trataba de no ser una mujer. Me impusieron ser un hombre, como un deber, o lo que es lo mismo y por eliminación, el no ser una mujer. Como si la peor suerte existente para un hombre fuese ser eso, una mujer. Y tuve que aprender lo que es ser un hombre y tuve que aprender lo que es ser una mujer.
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