Es la tarde nublada de un lunes de enero en los años pandémicos de un Madrid que vive a medio gas. La gente anda con prisas, como siempre, pero con la diferencia de que ahora se mira con el rabillo del ojo a quien va caminando cerca. Parece que el miedo y sus numerosos tentáculos se han colado en cada una de nuestras vidas y no están dispuestos a marcharse sin más.
Pero en medio de tanto caos silencioso, todavía hay pequeñas luces que alumbran nuestro camino. Y una de ellas es el arte de conversar. Y con esa idea hemos quedado con Daniel Migueláñez en un café del corazón de Malasaña. El actor, poeta e investigador, entre otras muchas cosas, encara con una sonrisa el temporal y nos habla sin filtros de dónde ha venido, en qué punto se encuentra y a dónde se dirige.
Así, ante preguntas sobre su identidad y orígenes, se define como “un ilusionado por la vida y un amante de la palabra”. Y nos comenta que estos años 20 “confinados” le han afectado a la hora de centrarse puesto que crear sin saber si eso va dar sus frutos es muy complicado. Aún así, aunque “trabajar como el que escribe sobre el agua es complicado”, ha dado al arte, entre otros proyectos en marcha, la creación, junto a Carlos Jiménez, de Noche de difuntos (estrenada el 28 de octubre de 2020 en el Teatro Fernán Gómez), ha preparado su próximo poemario bajo el título Se miran (es lo único con lo que podemos comunicarnos ahora aunque él siempre le ha dado mucha importancia a su lenguaje) y ha dado vida, junto a Pablo Benavente, a un ciclo de poesía en vivo bajo el título de Voz a voz. El objetivo, como el de todo lo que crea, es dar a conocer el amor al Teatro y, en definitiva, a la Literatura. Lo que creció en redes sociales ahora se puede ver en el escenario del mítico Búho real con la idea de crear algo más grande, un espectáculo poético-teatral, pasando por otra tercera edición que hable de poemas sobre la muerte.
Esa palabra casi tabú, ahora más que nunca, se cuela en la conversación y nos lleva de nuevo a la actual situación y a hablar del sufrimiento y de la falta de empatía y sentimientos que a veces mueve al ser humano. Esos que, por falta de dedicación a la educación y a la creación del espíritu crítico en la sociedad, hacen que la gente no valore todo lo que se merece la cultura y piense que es algo inestable, para el entretenimiento, y poco valioso en una sociedad en la que el capital económico es lo único que importa. Y no se dan cuenta de que sin el arte no seríamos nada y de que si no lo cuidamos, como en la antigua normalidad o mejor, un día de estos se quebrará. Hay luces como la red de teatros y los festivales; focos culturales que necesitan que se vuelquen en ellos y que no los conviertan en producto mercantil más.
Terrenos pantanosos que dejan salir a la luz la falta de huella de la producción cultural en muchos sectores de la población y la idea de que se necesita una reforma en la forma de educar que no imponga lecturas sino que sepa crear amor a las artes. Y que deje claro que el camino no es ser un personaje más en las horas y horas de televisión y que la fama no es lo importante. Tantos mensajes erróneos con los que nos bombardean y que a pesar de lo que tenemos encima no sabemos despertar de ellos.
La tarde sigue avanzado y nos lleva a hablar de la nueva forma de hacer teatro a través de una pantalla. Para Migueláñez esas nuevas formas de teatro confinado no son teatro. No se dan ninguna de las características del teatro como tal y se acerca más al cine o la televisión, pero no es lo mismo. Es un híbrido que ha permitido rehabilitar al sector pero nada más. El teatro es emoción en la butaca y, como diría Lope, “quién lo probó lo sabe”. Y él sí que lo conoce, ya que, además de interpretar, se dedica a la investigación. Y así dejará constancia de todo ello en su próximo libro de la editorial Pigmalión titulado Puro teatro, un homenaje a la profesión que reúne 50 textos de actores, directores y dramaturgos.
Nuevos proyectos que también se materializan en la figura de la obra Lope y sus Doroteas de Ignacio Amestoy (dirigido por Ainhoa Amestoy) que se estrenará el 19 de febrero en el Centro Niemeyer de Avilés. Después de su retraso en cartelera por la pandemia, verá la luz esta dramaturgia que lleva a la felicidad a Daniel, puesto que la escena siempre le llama y es una de las partes necesarias para ser feliz. En sus propias palabras, un día feliz estaría lleno de paz, series, investigación, tardes de teatro y lectura. Todo ello con unas buenas cervezas y amigos. En definitiva, “estar tranquilo y sin preocupaciones” haciendo lo que se ama. Aunque a veces esta realidad te diga que tu lugar es otro, como le pasó a su llegada a la RESAD. No siguió su formación allí a pesar de considerar que es la mejor escuela integral de las artes escénicas. Crisis evolutivas y emocionales que llevan nuestra vida pero que no pueden cambiar su destino.
Y así ha ido combinando la escena con la pluma, como se personifica en su formación como filólogo, en una balanza difícil de mantener que hace que se cuestione a sí mismo en más de una ocasión. Pero no vacila en su credo y llega a todo, acelerado como él dice, pero con una maestría que es digna de admirar. Como muestra su trabajo en el CSIC, sus publicaciones científicas como Farsas y esperpentos de Valle-Inclán (los que todavía no han visto la luz) y su unión al espacio Fernán Gómez (teatro en el que se siente en casa y en el que vio la luz como autor gracias a la productora Arte-Factor) al que seguirá vinculado con nuevos proyectos como creador e intérprete.
El hecho es que no es un caso único. Se habla del ejemplo de Álvaro Tato, pero sí una rara avis en un mundo lleno de especialidades que por su buen hacer hay que valorar y aplaudir. De tal modo que Daniel no se detiene ante nada y sigue andando en la dualidad, al dedicar el mismo tiempo al mundo clásico como al contemporáneo. Y eso se ve en una de sus primeras obras, El círculo de hierro, sobre la figura de Bécquer, que piensa en recuperar más allá de la aparición del personaje en la ya citada Noche de difuntos, como en sus creaciones poéticas con El amor, ese teatro o su reciente participación en Cuarentena literaria. Poemas y relatos que escaparon al encierro. Y es que para él “la poesía, el teatro, la pintura, el arte, en suma, son una misma materia que atraviesa el tiempo personificada en una serie de artistas”.
Y con la verdad resonando en sus palabras, terminamos este rato en una tarde de un lunes de enero que ha merecido la pena vivir. El arte seguirá siendo el motor de nuestras vidas.
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