Una familia viaja en coche para tirar las cenizas del hijo mayor en aquel lugar donde dejó por escrito, un glaciar. La Guerra de las Malvinas como trasfondo de un recorrido en el que afloran pensamientos y deseos que se quieren ocultar y no se quieren afrontar, comenzando por la muerte o incluso el amor. Naves del Español en Matadero acoge El salto de Darwin, un texto de Sergio Blanco bajo la adaptación y dirección de Natalia Menéndez, la segunda colaboración entre ambos después de su trabajo conjunto en Tebas Land.
El texto, cuyo autor quiso estrenar en Argentina en el año 2012 pero no le fue posible por el tema tratado, imposible de abordar aún, permite viajar con los protagonistas y, a la vez, hacer acopio de valor para cambiar perspectivas. A través del género de la tragicomedia y trasladándonos a los años 80, la empatía rápidamente aflora con cada uno de los personajes, hasta con el del fantasma que ronda en aquellas escenas en las que es invocado.
Juan Blanco, Cecilia Freire, Olalla Hernández, Teo Lucadamo, Goizalde Núñez y Jorge Usón componen un retrato en el que varias generaciones e identidades se unen bajo una guerra y una muerte. Así, esta road-obra lleva un destino a modo de duelo que se transforma de nuevo en principio gracias al conjunto de fantasías que se van dibujando en la historia y, sobre todo, a un final inhóspito y tan frío como el paisaje en el que terminan.
En el encuentro con el público, conducido por Espido Freire, Menéndez comentaba las razones por las que quiso dirigir este texto, basadas en la “recuperación de un genio como Darwin, que habla y nos obliga a repensar sobre dónde estamos y qué tipo de sociedad queremos hacer o llegar a ser y qué tipo de comportamiento llevamos, ya sea civilizado o no”. Lucadamo, quien regala una voz a la guitarra exquisita en varios momentos de la función, asumió su papel de fantasma, de hijo muerto que les sigue en la travesía cuando le dejan luz encendida, tomando conciencia de permanecer en otro plano, de “estar en otro ritmo y en otra frecuencia, más allá del bien y del mal y sin juzgar”.
El viaje como huida sin dirección exacta, tan solo una especie de éxodo fronterizo, la fe para expiar culpas – en contraposición con la religión –, la guerra y la transexualidad en forma de laberintos con los que se enredan esta familia son algunos de los temas que conviven en El salto de Darwin también gracias al espacio escénico de Mónica Boromello, lamúsica original de Luis Miguel Cobo, el vestuario de Antonio Belart, la iluminación de Juan Gómez Cornejo y la videoescena de Álvaro Luna. Se trata de una coproducción del Teatro Español y Entrecajas en colaboración con el Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid que se representará hasta el próximo 17 de enero en la sala Max Aub.
El salto de Darwin sucede el segundo fin de semana del mes de junio de 1982, durante el cual se libra la última batalla de la Guerra de las Malvinas, que culmina con la rendición del 14 de junio. Toda la acción se desarrolla en distintos paisajes de la Ruta Nacional N°40, que recorre Argentina de norte a sur. Cada una de las escenas transcurre en torno a un Ford Falcon del año 1971, en el cual el Padre, la Madre, la Hija y su Novio atraviesan el país para esparcir las cenizas del hijo recientemente asesinado en la batalla que ha tenido lugar en la localidad de Puerto Darwin. Dicho Ford Falcon remolca una pequeña caravana con capacidad para cuatro personas, sobre cuyo techo es posible ver al Espectro del Hijo Muerto que, con su guitarra eléctrica, entona diferentes temas musicales de los años 80. Cada vez que lo hace -y a medida que la ruta se aproxima al sur-, un viento suave empieza a levantarse. El mismo viento que viene de Beirut, Saigón, Bagdad, Kabul, Kosovo, Troya… El mismo viento que finalmente terminará trayendo una vez más a Kassandra.
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