La manera en la que los seres humanos nos comunicamos lleva cambiando y, por suerte, evolucionando desde que aparecimos. Un buen ejemplo de ello es la renovada imagen del Centro Dramático Nacional, que esta temporada luce un llamativo y potentísimo lavado de cara diseñado por Equipo SOPA para captar nuestra atención pero también para iniciar un diálogo entre sus diferentes espacios escénicos y la variedad de público que acudimos.
Precisamente, en relación a la comunicación, al lenguaje y, especialmente, a los signos, el Teatro Valle-Inclán apuesta por una obra rica en matices disfuncionales y demoledora por la cantidad de preguntas que nos plantea a nivel social e individual. Los temas que contiene son algunos de los que necesitamos hablar más, como la sordera, formulada a tantos niveles como sensibilidades.
Nos acercamos a Tribus a través de dos familias; una está completa sobre el escenario y otra ausente, aunque definida por una de sus miembros. También a través de dos formas de educar e integrar; la de Guille, el único sordo de nacimiento en su familia que lee los labios para conversar, y la de Sara, a punto de dejar de oír en un núcleo familiar que necesita el lenguaje de signos para relacionarse. Un tercer ente aparece sutilmente en este recorrido. Pronto nos damos cuenta de que somos nosotras y nosotros como sociedad, continuamente inadaptada a lo que ocurre en nuestro propio escenario real.
La destacada dramaturga del teatro actual británico Nina Raine convoca en este texto, inspirado en un documental sobre una pareja de sordos que deseaban que su futuro hijo fuera sordo, varias discusiones saludables y una atención colectiva. A partir de ahí, comienza una reflexión sobre las creencias, los valores, los rituales o incluso el idioma interno por el que brinda una familia. Junto a la adaptación de Jorge Muriel y a la dirección de Julián Fuentes Reta, el trato y el tratamiento están más que bien ejecutados. Sin sobrecarga emocional y sin llevar el rumbo hacia situaciones manidas, no hay motivo por el que no hacer una incursión en la vida de estos personajes para descubrir qué hemos dejado de oír o de entender por una cuestión de sordera metafórica y para que esta deje de ser una barrera a cualquier nivel vital. En palabras del director, supone una oportunidad para “revisar muchas cosas que damos por sentadas acerca de la comunicación y de la pretendida identidad que surge de dominar un idioma”.
El peso principal de este montaje lo recogen los personajes de Guille y Sara, interpretados por Marcos Pereira y Ángela Ibáñez. Todo cambia cuando se conocen y su historia converge en cómo se emplea la lengua de signos, qué significa pertenecer a una minoría o a una mayoría, quién tiene que adaptarse a quién y a qué circunstancias y cómo se moldean nuestras vidas a partir del tipo de comunicación que tenemos con nosotros mismos y con los demás. Estas son solo algunas de las preguntas en las que me vi inmersa en este montaje, gracias también al resto de actores y actrices en escena; Enric Benavent, Ascen López, Jorge Muriel y Laura Toledo, un cordón umbilical exquisito y sobresaliente.
Lo mejor de esta Coproducción del Centro Dramático Nacional, en colaboración con Octubre Producciones, es que sus funciones son accesibles todos los días, tanto para personas oyentes como sordas o con problemas de audición, con sobretítulos integrados en la escenografía y en la dramaturgia, pues de ahí nace precisamente el deseo de que esta propuesta artística sea comunicada y proteja ese vínculo emocional que nos une a todas y a todos en un teatro.
Tribus cuenta la historia de una familia de clase media-alta e intelectual con tres hijos que han vuelto a casa. El pequeño, Guille, es sordo y se comunica leyendo los labios porque en su casa no eran partidarios de usar lenguaje de signos, entre otras cosas, para no integrarlo en una minoría. Las cosas cambian cuando Guille conoce a Silvia, una mujer que se está quedando sorda paulatinamente y que trabaja en una asociación para sordos. Ella habla la lengua de signos.
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