Mucho ha llovido desde que Charles Perrault cogiera su pluma y plasmara la primera versión escrita de Le petit chaperon rouge; o lo que es lo mismo: ‘Caperucita roja’. Ahora, siglos después, el cuento (casi convertido en mito) vuelve a la vida en el escenario de El Umbral de Primavera para dejar claro que el escritor francés y los famosos hermanos Grimm se equivocaron. David Llorente coge el relevo para relatarnos a una Caperucita nueva; sin miedos ni moralejas que valgan. En definitiva: un cuento en pleno siglo XXI.
La historia de Roja Caperucita cuenta como una adolescente coge las riendas de su vida y decide buscar las respuestas que siempre le han sido esquivas. Para ello, no duda en armarse de rebeldía y valor y atravesar un bosque que siempre le ha sido prohibido. Allí, se encontrará con un grupo de desamparados, interpretados por Lázaro Mur, María Bellver y Laura Leal, que tienen como único señor al lobo. Estos, parias que no tienen donde ir por no enfrentarse a sus propias vidas y a los riesgos que el vivir incluye, le acompañarán, de una manera u otra, en su camino hacia la casa de su abuela y a conocer su propio destino. Ese que le llevará a sus orígenes pero también a su futuro, al haberse convertido en mujer. Aunque para ello se tenga que enfrentar a un casposo patriarcado que prefiere morir luchando antes de abrir mente y comprender. Y es que el lobo, interpretado por Ramón Nausía, es eso y nada más. Antiguo rey del que no queda ni el polvo del que estaba hecho.
Como se ve, en este montaje la obra de siempre da un giro inesperado que se agradece y renueva con un corte más brutal a lo que ya nos habían dicho. Pero, al fin y al cabo, no es otra cosa que una vuelta al principio, ya que, en el original, el lobo llegaba al punto de hacer comer pedazos de su propia abuela a Caperucita sin despeinarse ni un poco.
En cuanto al equipo actoral, capitaneado por Sherezade Atiénzar, debo decir que todos están correctos y dan el do de pecho cuando este es necesario. Aunque si tengo que destacar a alguien serían las interpretaciones de María Bellver y Ramón Nausía (quien también es el productor del montaje). Los cambios psicológicos y la modulación de su voz hablan de gran maestría.
La escenografía sigue por el camino del minimalismo actual. Unas hojas secas y unos cajones nos hacen evocar desde la casa de la protagonista hasta el bosque sin árboles en el que sucede gran parte de la acción, incluyendo la casa de la abuela. Un punto positivo que centra la vista del espectador y, a su vez, abre una ventana a su imaginación. Todo ello se debe a Josef Cervený.
Aunque no se puede decir lo mismo del vestuario, que necesita una revisión, a excepción del personaje del lobo, muy acertado con ese abrigo de corte antiguo y militar. Al igual que el atrezo, bien creado como es el caso del trapo rojo que usa la madre de la niña al principio de la obra y que hace un guiño a lo que va a pasar después.
Pero como toda buena historia, tiene sus lados negativos. Y las sombras de este bosque a veces hablan de otras historias que ya hemos oído y hacen que, en cierta manera, pierda algo de frescura al beber de esas fuentes, como la de Angela Carter, ‘En compañía de lobos’. También ensombrece la obra el hecho de que no se hayan renovado cuestiones como el uso de las mal llamadas “armas de mujer” para conseguir algo o el hecho de que a Caperucita no se le haya dado un nombre. Solo se la sigue designando por la manera de vestir.
En definitiva, tenéis una cita con Caperucita y el lobo en el Umbral de primavera. No les hagáis esperar.
Roja Caperucita, atravesando el oscuro bosque de nuestros días, habla de las dimensiones del poder, de la sumisión de los colectivos oprimidos y de ese momento en que se enciende la chispa de la rebelión.
Las narraciones tradicionales, dependiendo de la época en la que son contadas, intentan ser modelo, generalmente negativo, de algún comportamiento que deberíamos revisar.
Caperucita Roja se encuentra dos veces con el Lobo y la dos veces es engañada. La primera, en lo profundo del bosque, el Lobo le miente acerca de cuál es el camino largo y cuál es el camino corto. Y la segunda, tras matar y comerse a la abuela, se hace pasar por ella e invita a Caperucita a entrar en la habitación…
Se trataba de de una lección moral a todos aquellos jóvenes que entablaban relaciones con desconocidos.
Pero lo cuentos tradicionales, si quieren sobrevivir a la furia del tiempo, deben adaptar su anatomía. Y lo hacen.
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