Dioses, monstruos y otros personajes que habitaron el mundo sumerio han cobrado vida en la versión teatral de esta primera creación de la Literatura que se puede ver en las tablas del Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa (sala Jardiel Poncela) hasta el 3 de marzo. El resultado; más de noventa minutos de un conglomerado de imágenes y situaciones, que si bien reflejan el poema original, no llegan al espectador.
La historia muestra las aventuras y desdichas que el rey de Uruk, de nombre Gilgamesh, vive a lo largo de lo que se cuenta en doce tablillas en las que está escrito su relato. El fin del mismo no es otro que abordar, como hacen muchos textos del mismo carácter, cuestiones como la juventud, el amor, el valor o la amistad. Aunque, por encima de ellas, pesa la lucha contra el olvido que preocupaba y sigue preocupando al ser humano (véase desde la figura de Aquiles hasta el famoso poema de Gil de Biedma).
Para conseguir ese recuerdo eterno, el héroe (interpretado por Ángel Mauri) es el protagonista junto con su amigo, aunque primero había sido rival, Endiku (dado vida por Alberto Novillo) de una serie de luchas con seres fantásticos (como el gigante Khumbaba o el Toro celeste) y de viajes que, al concluir, terminan siendo innecesarios. El final de nuestra historia, para bien o para mal, está escrito y siempre es el mismo.
Todos estos elementos parecen los adecuados para llegar al éxito en este montaje pero, y a pesar de que otras voces han opinado sobre el mismo, no creo que lo hayan conseguido en absoluto. La historia no llega a atravesar los límites del escenario y no logra crear esa relación con el espectador tan necesaria y que es la fuente de su existir. Así, por momentos, la obra se hace larga, densa y poco clara hasta el punto de que todo el trabajo realizado, que ha sido mucho (desde la difícil adaptación de un texto desde tipo hasta la perfección de las luchas escénicas vistas sobre las tablas), queda desdibujado en un conjunto de escenas que terminan mudas entre un mar de butacas negras.
Para que esto hubiera sido distinto, el arte de Alex Rojo (dramaturgo y director) tendría que haber incorporado una visión más actual de este conjunto de poemas que forman la leyenda de Gilgamesh. Así, podría haber abordado con más ahínco el control tiránico que el supuesto héroe implanta en su ciudad y hace sufrir a su pueblo. En ese tiempo, eran abusos como el derecho de pernada los vigentes pero hoy estamos sufriendo otros que bien habrían valido para un trabajo más atemporal y que hubiera hecho reflexionar al espectador. En conclusión, mostrar la verdadera naturaleza del personaje que no es otra que la de un rey cruel, déspota y engreído.
Algo que también se hubiera logrado con la vuelta de tuerca necesaria a los personajes femeninos (interpretados por Macarena Robledo e Irene Álvarez) que aparecen en escena. Huecos y bondadosos como la mujer del antepasado de Gilgamesh (al que visita buscando la eterna juventud), celosos, soberbios y débiles como la diosa Ishtar o madres amantísimas como la diosa Ninsun; repiten una y otra vez arquetipos al género femenino que son casposos y llenos de polvo.
¿Ya que se hace algo nuevo y arriesgado por qué utilizar algo tan antiguo y que no responde a la realidad? Es la pregunta y sensación que el espectador reflexivo se lleva después de haber escuchado las últimas frases de la obra.
Dicho esto, los actores que ponen en pie el texto hacen un trabajo en el que se dejan la piel con gran perfección (destacan en este aspecto las escenas coreografiadas) pero que se ve ensombrecido en muchos momentos. Y es que no hay luces brillantes y propias en este montaje a pesar de que la iluminación (llevada a cabo por Carlos E. Laso) es casi la única escenografía que se usa en el mismo. Tampoco llega a transmitir lo que quiere al igual que el vestuario (realizado por Alex Rojo y Alberto Romero) que queda escaso en calidad para las expectativas que genera.
En definitiva, un canto de héroe antiguo que se queda en un lamento caduco y poco entendible que no refleja el esfuerzo y trabajo del que ha sido hijo.
Gilgamesh es la adaptación del relato sumerio considerado primera obra literaria en la historia de la humanidad. Un poliédrico poema que trata los anhelos más profundos del hombre, el sentido de la vida y la muerte, la naturaleza de la espiritualidad, nuestro origen y nuestro destino, en una alegoría que invita a asomarse al abismo del tiempo y la palabra para emprender un viaje a través de las figuras retoricas, los símbolos e imágenes arquetípicas que alberga nuestro subconsciente colectivo.
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