Nos vemos a diario rodeados de palabras. En cualquier lugar. Oficina de trabajo, supermercado, ascensores, bares. Incluso en nuestra propia casa hay palabras. Nos abundan a nuestro alrededor sin que a veces nos detengamos a pensarlas o ni siquiera a valorarlas. Y son nuestro medio de comunicación. Aquel que aprendemos desde que jugamos con la arena en el patio del colegio. Desde que pisamos la tierra, las palabras ya son nuestra primera semilla expuesta a la vida.
Algo así estaba yo pensando al acabar de ver Mantequillaen la Sala Mirador. Que me disculpe su autor si esta no era la postura a la que nos invitaba a pensar con su obra. Pero para mí ha sido un punto firme sobre el que comenzar a dialogar con el montaje que escribe Carlos Zamarriego y dirige Edgar Costas. Con una estructura de monólogos alternados y acompañados, el problema no son las palabras, sino nosotros. Y es que cuando más fácil lo tenemos, más difícil lo hacemos.
La incomunicación aparece cuando no sabemos cómo decir algo o cuando ya lo hemos dicho todo. Quizás Bea y Andrés ocupen cada uno una posición como estas y necesiten contarse sin explicarse, traduciéndose en historias de película o etiquetando constantemente su entorno. Sea como sea, esta pareja de extraños se busca en diferentes direcciones haciendo el mismo camino.
Y, ¿cómo se comunica la incomunicación en un escenario? Claramente, dando la vuelta de tuerca con la que cuenta esta obra; encontrando en lugar de buscando. Y esto lo saben hacer muy bien Roberta Pasquinucci y Rodrigo García Olza. Ambos actores se equilibran en varias capas sucediéndose sin contemplarse y sin apenas inmutarse porque los metros que les separan ocupan ciudades enteras. Su amor está en oferta, en un 2×1 desahuciado y destinado a desconocerse.
La muerte también aparece en silencio en esta producción. Y no lo hace de una forma extraña, sino en forma de devolución y de alerta. Sin duda, enseñando que este conjunto de coincidencias en el tiempo deslumbra más que cualquier diamante en un escaparate de Tiffany.
La línea de batalla de Zamarriego y Costas está en cómo establecemos diálogos con los que no están y compartimos silencios con los que están. El veneno para el espectador está puesto en la parte previa que no vemos y que tanto nos gusta ver; el encuentro entre ambos personajes. Pero se logra sentir lo que hay después; el desencuentro es nuestro antídoto.
Bea, hastiada por el inmovilismo rural y con inquietudes sociales y políticas, decide ir a la ciudad, como lo hizo en su día el padre de Andrés. Pero Andrés no se atreve; su deber es ocuparse del negocio de su abuelo, un pequeño supermercado. Se separan. Tiempo después, Andrés, libre ya de cargas familiares, se da cuenta del error y decide ir a buscarla a la ciudad. Una ciudad de desconocidos conectados. Andrés nunca encuentra a Bea allí y sólo años después, cuando vuelven al pueblo y se cruzan, se dan cuenta de que ninguno de los dos es ya el mismo.
Más teatro
«MANTEQUILLA» Es un tema que parece muy simple , pero es mucho màs profundo, se trata de la palabra y la comunicaciòn y como la distancia y el tiempo esta puede desaparecer en dos personas
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