El pasado domingo 20 de mayo, se mostró algo en el escenario de la Sala Margarita Xirgu de Alcalá de Henares que durante mucho tiempo ha estado vedado, ocultado y atragantado en el alma de muchas mujeres.
Chicas, adolescentes que estaban comenzado a vivir en su mayoría, que fueron marcadas por críticas, golpes y palabras de una crudeza y violencia tan atroz que siguen doliendo a pesar de que el tiempo, según dicen, cura todo. Siguen produciendo daño porque viven en el mundo de la indiferencia de una sociedad que juega al olvido con la excusa de cerrar heridas. Y, hasta hace bien poco, premiaba a los malvados creando un cuento en el que se siguen haciendo comentarios maliciosos si una mujer decide vivir su vida “a su manera”. Pero gracias a personas como ellas la historia resucita y planta cara mostrando la verdad pura y cristalina. Nada más. Descarriadas es hija de todo esto.
Esta obra cuenta la historia de Paloma; una chica normal que vive en un barrio de Madrid y que se pasa el día entre el instituto y los movimientos políticos que se vivían en la Transición después de la pesadilla llamada franquismo. Pero los monstruos no se han ido del todo; siguen allí, bajo una mano de pintura tan falsa que mancha, y uno de ellos es su propio padre. Por él, y otras circunstancias, termina internada en una especie de colegio para santas mujeres en el que va a aprender cosas como que fregar con fregona es de guarras e impuras de corazón. Después de eso silencio y soledad. Una vida truncada que desde la tumba nos da su testimonio invitando a los presentes a un concierto rock con guiños a artistas como John Lennon o Janis Joplin.
Descarriadas reivindica, con su historia y con la voz de todas las que la sufrieron en circunstancias parecidas, el poder de usar la palabra y de la lucha para que esto no se vuelva a repetir. Para que esto se conozca y para que todos los niños que fueron arrebatados vuelvan a sus casas, entre otras cuestiones. Para ello, la mejor arma es el monólogo interpretado por Luna Paredes, la actriz que da vida a Paloma, quien utiliza las palabra con gran maestría haciéndose con el escenario en cada uno de los 70 minutos que dura la función.
Tanto Paredes como Laila Ripoll (autora del texto), Paloma Rodera (directora), la producción de Teatro Al Punto y todos los miembros del equipo se han sumergido en este trabajo de manera profunda llegando a realizar una investigación histórica que nada tiene que envidiar a otros proyectos de gran valía como el de Las maestras de la República o Las Sinsombrero. Desde estas humildes letras pido que esta propuesta crezca y podamos ver libros, documentales, visitas a institutos… Porque la historia con mayúsculas no es la de las guerras, conquistas y otros acontecimientos. Es la que habla de las personas que la vivieron.
Para conformar esta obra, las tres emprendedoras recogieron documentación e, incluso, rescataron testimonios, produciendo un milagro al dar la oportunidad de expresarse y sanar a esas mujeres que son y fueron las protagonistas de este texto. Un relato que se tituló “completo” o “incompleto” dependiendo de la virginidad o no de la víctima. Víctima porque eso es lo que fueron aunque los demás miraran a otro lado y ellas misma no se dieran cuenta.
Digo esto porque a mis años, 28 primaveras, hay mujeres en mi entorno más cercano que siguen limpiando el suelo a rodilla (porque es que así es como queda limpio) y que sufren un llamado mal que se ha denominado “de la beata” por andar siempre arrodillada restregando y sacando brillo. Mujeres que son hijas de una educación que hablaba de “no ser una niña empachada de libros […] de no ser una intelectual” como dijo Pilar Primo de Rivera (persona que presidió la educación de las niñas en nuestro país hasta 1977) y con las que todos los días lucho para que se den cuenta de que aquella historia que les contaron eran solo mentiras y que la libertad está muy lejos de toda aquella farsa.
Fotografías de roderaartworks
Y eso, luchar y llegar al espectador, es lo que pretende esta obra en el camino de un tipo de teatro que agita al público y remueve conciencias. Es una invitación a moverse del asiento y hacer algo por las mujeres que siguen allí, ocultas, maltratadas y olvidadas y que merecen nuestro respeto y admiración. Hasta el punto de que Paredes no volvió a recibir los aplausos de un público entregado porque no hay nada que celebrar; las historias no siempre acaban con “y comieron perdices y vivieron felices”.
Todo ello está acompañado de una escenografía creada por Laura Ferrón propia de un concierto, con unos plásticos cubre-todo que simbolizan personas, sangre, bebés…En una iconografía que evoca esos otros que sirven para recubrir cadáveres y que cada vez más a menudo vemos en los telediarios hablando de otra mujer que ha sido asesinada por la barbarie y la crueldad del machismo más duro y radical con el que seguimos conviviendo.
Una obra magistral, al igual que su interpretación, a la que sería casi obligación asistir. Todos y todas deberíamos parar y, por unos segundos, vivir las vidas de estas mártires calladas que, no hace tanto tiempo, sufrieron un martirio impropio de una incipiente sociedad democrática como fue la que dio vida a la Transición.
Un concierto. Una mujer y sus recuerdos. Unos recuerdos de una época, no tan lejana, en la que esa mujer fue empujada de cabeza al lugar donde vive la culpa, estigmatizada por el resto, castigada por la moral vigente, robada por sus propias cuidadoras, sometida al silencio. Un silencio que ahora se hace grito.
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