Nadie puede negar que en los tiempos en los que vivimos, en muchos sentidos, la ignorancia y el postureo son los reyes de nuestras vidas; esos que lanzan discursos desde los púlpitos en los que se han convertido las redes sociales y los medios de comunicación. Todo el mundo es feliz, o lo parece, y todo el mundo piensa que es “fácil abrir tanto la boca para opinar”, como dirían los Héroes del Silencio, sin saber muy bien lo que dice transformándose en una versión del Doctor Liendres del refranero popular 2.0.
Del valor de la cultura del mínimo esfuerzo y del éxito que se puede lograr con ello, además de otras cuestiones como el poder de la superficialidad es de lo que habla la nueva obra de Arantxa Vela Buendía que se estrenó el pasado 26 de enero y que se podrá ver en la sala fronteriza de los Teatros Luchana todos los viernes de febrero a las 22.15 horas.
En ella, se cuenta el cruce de caminos en un casting, para entrar a formar parte de Reality Cabaret Show (título de la obra), de seis personajes. Ellos son Cuqui Plash (una drag queen que desprende arte por los cuatros costados interpretada por Pablo Casado), Amorcita (nombre artístico de una amada de casa que grita buscando algo de protagonismo encarnada en la piel de Teresa Cuesta), El Santo (un contable con dobles biografías y caras dado vida por Antonio Aguilar), Celeste (la chica “para todo” de la función, a la que le presta su cuerpo Paola Tombolán y que guarda más de un secreto y sueños que serán alcanzables por unos momentos), Jeny (llevada a cabo por Mariana Achim, la regidora de la obra con mucho carácter y con las ideas claras de lo que se va a comercializar en la misma) y el director de la prueba (presente gracias a la voz en off de Carlos Benedí, quien no se cortara un pelo en calificar a los personajes que pasan por su mirada). Todos buscan su papel principal en este show que es la vida y si puede ser con éxito, mejor. Para ello, no dudarán en hacer la peor representación que esté en su mano y, así, hacerse con un puesto en el nuevo espectáculo, aunque eso signifique perder cosas en el camino, hacer descubrimientos y, quién sabe, crear obras fantásticas con eso que creen que es la cosa más ínfima que pueden poner encima de un escenario.
Todos estos “artistas”, ya que el arte es algo subjetivo, se ven acompañados en la selección por unas figuras mudas, que no son otras que el público que interpreta, sin él saberlo, a unos muertos que se quedaron presos en las instalaciones debido a un accidente en una actuación. Aunque no todos los pueden ver, serán testigos y cómplices de varias de las situaciones que se viven fuera y dentro del escenario.
De esta manera, se llega a una obra de gran calidad de la mano de artistas con una gran trayectoria que hará disfrutar a todo al que se acerque al teatro para verlo. No faltarán clásicos del género como son las piezas musicales (memorable es el número de Cuqui Plash con La flauta de Bartolo incluida; en este apartado llevan la batuta María Antúnez y Alice Dos Santos, quién ya ha trabajado con Vela Buendía en Cabaret Paranormal), las coreografías a cargo de Mercè Granè, las situaciones sensuales llenas de picardía o elementos de enredo. Pero el resultado es distinto a lo que se podía esperar. Un final sorprendente y reflexivo que lleva a cumplir con creces el objetivo de que se haga una revisión del cabaret alejándole de las fórmulas ya conocidas y estereotipadas.
En cuanto a la escenografía, los elementos usados encajan a la perfección con el espíritu de la obra. Son pocos (un burro con ropa, unas sillas, cortinas…) pero no se necesitan más. Lo mismo se puede aplicar al vestuario, del que se realizan cambios a lo largo de la función y que llega a la excelencia al ser un elemento más de los personajes, ayudándonos a conocerlos mejor y resaltando, a veces, ese punto Kitsch, el mismo que se pide en el casting y que no siempre tendríamos que rechazar en nuestra vida. En él no faltan los brillos, los corsets, las ligas, los zapatos de tacón y otros elementos llenos de fantasía, como los tirantes que luce El Santo, diseñados por Lana Svetlana en su primer trabajo para teatro.
En definitiva, una obra maestra desde el minuto cero a la vez que una gran declaración de intenciones que ha surgido del Luchana Lab gracias al taller “Reinventando el cabaret”. Risas pero también lecciones vitales y perlas profundas, como ya vimos en la anterior obra de esta autora, en un montaje imprescindible que nos hace ver la existencia de otra manera.
Cuqui, Amorcita, Celeste y el Santo se presentan al casting de un nuevo tipo de espectáculo: el Reality Cabaret Show. El único requisito que se les pide es que no tengan talento. Todos quieren cambiar su vida y creen que la solución es lograr ser la estrella de este cabaret. Pero ¿cómo se gana un casting en el que no se espera que sepas hacer nada?
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