A lo largo de la historia de la Literatura universal, el amor y la muerte han caminado de la mano en cientos de novelas, poemas u obras teatrales. Una de las consecuencias de esta, en cierta manera, trágica unión es el suicidio de algunos de los personajes. Fin voluntario de la existencia que, en muchas ocasiones, tiene orígenes desconocidos ante los que actores de la trama están atados de pies y manos o, simplemente, son los causantes de los mismos sin darse apenas cuenta de ello.
Esto, esta interrupción vital anticipada por parte de la tijera de una Parca, es lo que le ocurre al personaje de Ofelia en la conocida trágica historia de Hamlet creada por William Shakespeare que todo el mundo, aunque sea de oídas, conoce. Pero ¿realmente sabemos cómo piensan, sienten y actúan todos los protagonistas de esta historia? La respuesta es no. Sin ir más lejos, la muerte de Ofelia es relatada por la reina Gertrudis sin dar la última palabra que esta mujer necesitaba dedicar a ese mundo, al que iba dejar de pertenecer mecida por las aguas de un arroyo. Y esto, en cierta medida, es lo que hace Carlota Berzal y su compañía la Turba en su Ofelia vegetariana que se ha podido ver, en su estreno y única función, en la Sala Azarte el pasado 21 de enero. Su propuesta nos presenta a una Ofelia que, desde su estancia en el purgatorio, llama a Hamlet para dejarle claro su papel en la historia y nos muestra lo que fue en vida y lo que es en muerte, desde una perspectiva novedosa además diferente al papel que normalmente se le ha otorgado.
Las canciones tradicionales, los trajes pesados y húmedos por el agua, las flores y su significado, el amor infinito hacia “su” príncipe y la locura que este y la muerte de sus seres queridos le provocan siguen allí pero algo ha cambiado. Y es que ella ha roto parte de ese absurdo y maligno hechizo que le anclaba. Ya no es sumisa y ya no se calla (hasta el punto de llegar a descalificar a su amado); convirtiéndose en bandera y guía de todas esas mujeres que han tenido que soportar el rol impuesto de buenos y sumisos ángeles del hogar. Mujeres que no tienen miedo de hablar de su condición y de las cuestiones naturales de la misma aunque siga existiendo cierto tabú ante ellos, en lugares tan modernos como las redes sociales. Son heroínas cotidianas, valientes, luchadoras pero, por desgracia, con los pies de barro. El estrés, la ansiedad (que solo se calma con mordiscos de gran dureza) y otros monstruos como pueden ser la entrega total al enamorado hacen que su figura siga viviendo en ese lugar en el que Ofelia se encuentra; atada a una danza sin fin, extenuante y caótica, que nos hace recordar la historia de Karen y sus zapatos rojos.
Todo ello es llevado al escenario mediante danza, principal protagonista del montaje con escenas muy impactantes y bien construidas. Un ejemplo de ello puede ser el principio de la obra, momento en el que aparece el personaje cubierto con telas mientras realiza unos impulsos que recuerdan al estado de un cuerpo dentro del agua en movimiento. Además se debe destacar la mezcla de estilos en la misma, en un monólogo corto e interior lleno de lamentos hacia el de Dinamarca y con alguna reflexión a su hermano y padre, grabaciones sonoras junto con música de Carlos Lecaros. Una total mezcla que muestra una de las señas de identidad de Carlota Berzal.
Esta artista, formada en danza contemporánea, artes escénicas y acciones artísticas como las performances, se deja la piel como única actriz del espectáculo en esta transformación en la Ofelia shakesperiana, en una interpretación que lleva al espectador a sentir desgarro, furia, reivindicación pero, a la vez, fragilidad, extenuación y, en alguna ocasión, temor hacia los demás y hacia lo que puede salir de uno mismo. Un trabajo de gran valía y complejidad que a veces se ve enturbiado, como las aguas de un río, por elementos que hacen que la obra sea complicada de entender para público ajeno a la figura del personaje y otras cuestiones que no le restan calidad a esta creación. Sencilla escenografía y también vestuario a cargo de Mariana C. R. Suárez (vestido largo de tonalidades azules en su mayor parte) que encaja a la perfección con el personaje y su situación, al igual que ocurre con el maquillaje que evoca el aspecto de una persona que ha muerto mediante el ahogamiento.
Llegado este momento, solo me queda recomendar esta original creación, que ya se ha presentado en lugares como Buenos Aires o Sevilla, que deja claro que Hamlet no era ese dios que nos habían hecho creer. Eso sí, el espectador que acuda a las próximas representaciones de la gira en nuestros país (el 4 de febrero en Porta 4 en Barcelona y el 23 de ese mismo mes en CAC en Málaga) debe ir precavido en relación a que es una obra de 50 minutos que hará que su cerebro de más de una vuelta de tuerca a lo que ha visto y vivido; algo normal teniendo en cuenta las influencias de Berzal representadas en la figura del gran Bertolt Brecht.
Más teatro