El Teatro ha muerto. Así lo anuncian los programas de mano convertidos en pequeños diarios independientes que corren entre las manos de los espectadores, quienes asisten a la postfunción que gira en torno a su muerte. El Teatro Fernán Gómez se convierte, durante casi un mes, en escenario del crimen, abriendo su telón a una investigación en directo, en la que el público tiene una parte activa para salir del espacio con algo más de formación escénica y valor por la lucha de las artes.
Fotografía de David Ruiz
Crimen y telón es la nueva producción de la ya mítica compañía Ron Lalá. En sus obras, siempre hay humor, música y un deleite apasionante sobre el tema del que decidan dialogar con los asistentes. Su último trabajo de creación colectiva arranca desde un futuro inconfundiblemente replicante de advertencias, que desemboca en una confesión final que nos hace plenamente cómplices de nuestro presente. En definitiva, un trabajo que hechiza por su lenguaje y capacidad para que las palabras sobresalgan y se expandan por el auditorio y también por realizar una mezcla de oportunidades artísticas que dominan con pasión y empeño inaudito.
Fotografía de David Ruiz
La Sala Guirau del Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa acoge, hasta el próximo 28 de enero, un montaje dinámico, astuto y entusiasta por contagiar entre las butacas un amor oxidado que nuestra sociedad está perdiendo por el teatro. Y no se queda ahí, sino que, en defensa de las artes en general, realiza un alegato por la justicia cultural. Con ellos, aprendemos las partes de un escenario y las labores de cada profesional, incluida aquella sin explicación pero a la que se achacan las culpas si algo sale mal (estupendo guiño armónico y desenfado hacia la regiduría y hacia los encargados de la parte técnica y sonora cuya presencia, muchas veces, ni advertimos ni mencionamos). Además, los eufóricos significados de nuestra actualidad, que pueblan un futuro tan oscuro y poco práctico, están servidos con rabiosa simpatía y optimismo para chocar directamente con las risas que provoca cada escena.
Fotografía de David Ruiz
La pregunta quién mató al teatro se convierte en todo un desafió intelectual que resolver con el corazón. Pero, a pesar de la alta nota que nos merece este montaje, no nos podemos parar de preguntar por qué la angustiosa velocidad de sus diálogos, así como palabras gritadas, aunque muy bien argumentadas, que hacen saltar las alarmas de cualquier posible tranquilidad en el patio de butacas. Apoteósica dirección de Yayo Cáceres, que se degustaría mejor con un ritmo más pausado de todas las metáforas, críticas, alabanzas y composiciones lingüísticas agudas que tan sobresalientes hacen a Crimen y telón.
Fotografía de David Ruiz
No es extraño oír carcajadas y aplausos antes de que caiga el telón. Poe, Conan Doyle, Chesterton, Hammelt, Chandler, Christie, Highsmith… y el gran cine del género son algunos de los síntomas más presentes en esta representación, cuya extraordinaria honradez y efecto sorpresa se verán más ampliados aún con los espectadores formados previamente en las artes escénicas. Pero nos os asustéis, si sois amantes amateurs del teatro, también os gustará esta obra. Y si no, es muy buen comienzo para animarse a jugar y a disfrutar con un arte que lleva existiendo desde tiempos inmemorables en nuestro mundo.
Señores espectadores: quedan detenidos como sospechosos, cómplices o testigos de un articidio en primer grado. Tienen derecho a reír, llorar, emocionarse, seguir el ritmo de las canciones y no desvelar a nadie el final de Crimen y telón. El Teatro ha muerto y el detective Noir tiene que descubrir al asesino antes que la Agencia Anti Arte desvele el secreto de su oscuro pasado. Para ello, recorrerá la historia del Teatro en busca de verdades ocultas mientras una red de misteriosos personajes conspira en la sombra…
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