Una tarde cualquiera de un día cualquiera en Madrid, un visitante de a pie se pasea por una de las numerosas exposiciones de una de las numerosas galerías de arte de la ciudad. Se detiene curiosamente ante el grabado de un dibujo de Chillida. Pregunta entonces al distraído responsable de la sala si la firma que aparece en este es original. “Claro, caballero, es de Chillida.” No satisfecho con la respuesta, protesta que parece una reproducción impresa y no hecha a mano. Sorprendido y jocoso, el empleado de la galería contesta que, por supuesto, la primera firma es de su puño y letra pero que lo que se puede ver son grabados de esta. “Entonces, son falsas, ¿no?”
La discusión sobre lo que es o no original es un asunto que se mueve sobre arenas movedizas. Los grandes museos del mundo exhiben entre sus sacrosantas paredes lienzos y esculturas únicos e irrepetibles, ya que sus autores hace décadas que fallecieron y la producción artesanal condiciona la creación de copias exactas. Esto es mayormente cierto en todos los casos asumidos como tradicionales, aunque hay ejemplos relevantes que apuntan a lo contrario. Rafael y Rubens relegaban la mayoría del trabajo a su taller, encargándose únicamente del diseño y, ocasionalmente, de los acabados finales. Canova, por otro lado, es conocido como uno de los artistas que contribuyeron a generar un sistema de producción pseudomecánica de copias de esculturas realizadas, también, en su taller.
Con la llegada de las sucesivas revoluciones industriales, los artistas se interesaron por los medios técnicos de producción y reproducción. No son pocos los que desaparecen tras las máquinas y no quieren que su mano deje huella en la obra. Aunque se han copiado y reinterpretado modelos continuamente a lo largo de la historia del arte, los artistas pop fueron los primeros que de forma sistemática y como alegato artístico tomaron obras clásicas y las manipularon. Una de las bases del postmodernismo es apropiarse de todo, a veces sin necesidad de transformarlo después.
Como se desprende de esta sintética enumeración, no existe la originalidad pura y abstracta, y mucho menos en nuestros tiempos. ¿Por qué, entonces, nos empeñamos en reivindicar el genio y la originalidad para legitimar una obra de arte? Walter Benjamin ya advirtió que, en la época de la reproductibilidad mecánica, en la que todas las imágenes se pueden copiar y difundir masivamente, las piezas artísticas pierden ese aura mágico que recuperan al contemplarse en persona dentro del museo. Muchos analistas sociológicos han comparado el mundo del arte con una nueva religión laica. Los cuadros, los relieves, las esculturas y las fotografías se convierten en iconos religiosos y reliquias de santo por los que los amantes del arte peregrinan. Quizás, por eso, todo lo que no aparente ser único y tocado por la mano de los dioses del arte, no merece ser adorado.
Andy Warhol, Details of Renaissance Paintings (Sandro Botticelli, Birth of Venus, 1482), 1984. The Andy Warhol Museum, Pittsburgh.
Se puede plantear una pregunta paralela: ¿la efectividad estética o intelectual de una obra disminuye en una copia solo porque sabemos que lo es o, precisamente, por serlo? La reproducción inmediata de prácticamente todo a golpe de clic tiene evidentes peligros, pero cuenta con una poderosa ventaja: democratizan la cultura. Es por ello que la cuestión de la originalidad es importante en las ventas y en el mercado, pero no en su admiración, y menos cuando hablamos de obras concebidas para producirse de forma seriada. Poco importa si Chillida desarrolló un problema crónico de muñeca firmando uno a uno todos los grabados de sus dibujos o si solo firmó una vez sobre una placa. Lo importante es que la obra llegue a todos y que todos lo puedan disfrutar. Lo importante es, en definitiva, el arte.
La originalidad de la obra es bueno que esté en los museo , pero que la copia o impresión llega al mayor número de personas posibles es importante en bien de la cultura y del ser humano
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Estams viviendo momentos contradictorios para el arte, porque la popularidad le ha ganado a la originalidad y su resguardo, hasta parece una perversidad ciertas acciones sobre las famosas obras de arte . Entre firmar o no firmar ,creo conveniente siempre firmar aunque sea con su seudónimo.
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