El amor verdadero y la pérdida del mismo habitan las tablas del Teatro Bellas Artes en forma de monólogo magistral. La palabra que escribió Delibes sale del alma de José Sacristán en una obra llena de sentimientos reales. Y es que Señora de rojo sobre fondo gris es la crónica de un amor verdadero que nadie puede dejar de vivir.
La obra, basada en la novela de Miguel de Delibes bajo la batuta de José Sámano, narra la historia de Nicolás; pintor de profesión, pero que en realidad es un álter ego del propio escritor. Este nos habla desde una “melancolía estancada” en la que está preso desde que falleciera su mujer, que tiene siempre presente en un cuadro que da título a la pieza, y, con la ayuda de recuerdos y otros elementos, presenta su historia y la de su familia. A la vez que nos hace una crónica de la España de la época; marca de la casa de Delibes como podemos ver en Cinco horas con Mario que estuvo en este mismo escenario hace poco adaptada por el mismo Sámano.
Todo ello presentado de manera magistral con frases que llegan a dentro de manera incisiva y que hablan de la fragilidad de la vida y del amor verdadero; de ese que solo unos pocos afortunados pueden sentir. Tanto que llegan a doler y, por ese motivo, el escritor vallisoletano no quiso llevarla al teatro ni a cine en vida. Pero Sacristán, que le conocía y que ha interpretado otras obras suyas como Las guerras de nuestros antepasados (una nueva versión se va a poder ver en este mismo teatro a partir del 25 de enero), ha luchado hasta el final para que el público pueda ver este desgarro en canal sobre las tablas. Teniendo claro que el tiempo ni cura ni deja sueños incumplidos.
El equipo actoral solo está formado por una persona. José Sacristán, que también se ha encargado de la adaptación junto a otros, como Inés Camiña, interpreta a este pintor desolado de una manera sublime. No hay nada errado en su interpretación y se nota que siente el texto desde la primera palabra. Quizá, por poner un pequeño borrón, la cadencia algo monótona de su voz puede sacar en algunos puntos al espectador. Pero es que, ese tono lleno de tristeza y depresión, es el que pide a gritos el personaje abandonado en un mundo que ya no existe sin Ana, su mujer. De ella solo quedan reflejos de su voz interpretados por Mercedes Sampietro y algunas visiones que la devuelven a una vida falsa gracias al alcohol.
En cuanto a los aspectos técnicos, la escenografía, creada por Arturo Martín Burgos, teñida de gris por completo representa a la perfección el espíritu del texto y de la época. Una mesa, algunas sillas y libros, pero todo es vacio. Solo destaca el cuadro proyectado de la mujer ausente. Sutil y sin recargar al igual que el diseño de vestuario que ha sido realizado por Almudena Rodríguez y que parece que ha estudiado a la perfección la forma de vestir del novelista protagonista sin quererlo ser. Calidad que también se ve en el trabajo de Manuel Fuster en la iluminación.
Maestría en todos los aspectos que hablan de una labor profunda y con bastante cariño a una obra que se hizo a fuego lento con el dolor en el corazón y en las manos a la hora de escribirla.
Una creación que no hay que perderse siendo un homenaje a Ángeles Castro y su historia de amor con Delibes y al propio sentimiento de la vida y del teatro.
Un pintor, con muchos años en el oficio, lleva tiempo sumido en una crisis creativa. Desde que falleció de forma imprevista su mujer, que era todo para él, prácticamente no ha podido volver a pintar. Estamos en el verano y otoño de 1975. La hija mayor de ambos está en la cárcel por sus actividades políticas, y es en esas fechas cuando surgen los primeros síntomas de la enfermedad de su madre que la hija vivirá desde dentro de la prisión. Es otro recuerdo permanente en la vida de su padre, que también ahora revive. Esta obra teatral es el relato de una historia de amor en camino desenfrenado hacia la muerte, que nos sitúa en aquella España con rasgos inequívocos, que nos habla de la felicidad y de su pérdida, y que llega a la intimidad de cada ser humano, y a su emoción, por el camino recto y simple de la verdad.
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