Los lunes de diciembre y enero en el Teatro Bellas Artes son de Alberto San Juan y su versión de Un poeta en Nueva York, conferencia de Lorca pronunciada por él mismo en el año 32. Una vuelta a las palabras de un clásico con música en directo y mucho que decir en la actualidad. Palabra y verso en un monólogo difícil, pero brillante.
Lorca en Nueva York es un dèjá vu. Nos da la oportunidad de asistir al discurso que Federico dio en la Residencia de Señoritas de Madrid a propósito de su estancia en la ciudad de los Rascacielos. En él, nos cuenta sus sensaciones ante una forma de vida desconocida; nos habla de Harlem, de autores fundamentales americanos como Poe y Walt Whitman o nos relata sus vivencias en el campo de aquella zona. Sin olvidar las tragedias del crack y de tantas vidas perdidas por algo tan superfluo como el dinero que no tiene cabida en el arte y en la magia de un poeta como él. Es una crónica de viajes muy especial que empieza con la idea de aprender inglés, objetivo que no cumple por vivir y que le valió el apodo de sleepy boy, y que termina llena de sentimientos y experiencias. Y todo esto, tan difícil de gestionar y llevar a las tablas, es el material de trabajo de Alberto San Juan, director y actor en este montaje.
San Juan cumple las expectativas ante la dificultad, ya que hay que ser un verdadero mago para dar cuerpo en las tablas a un texto de presentación de un viaje y posterior poemario, llevando él solo el peso de todo. Además, incorpora poemas del libro, como El rey de Harlem o Danza de la muerte, y parte de otra conferencia lorquiana como es Juego y teoría del duende. Labor encomiable pero, como todo, tiene ciertos defectos. A la hora de transmitir al público, las palabras pierden emoción y no llevan todo el mensaje. Una pizca de fuerza y sentimiento serían la clave para que esta versión fuera todo lo redonda que se merece.
Junto al actor, una banda en directo formada por Claudio de Casas, Pablo Navarro, Gabriel Marijuan y Miguel Malla pone el broche de oro. Su arte es mayúsculo y se acopla perfectamente al lenguaje lorquiano, ajustando ritmos y melodías según lo que se está tratando en ese momento.
En cuanto a los aspectos técnicos, el minimalismo es la tendencia seguida. No existe ningún tipo de atrezo o elemento artístico en el escenario más allá de la labor dramática. La idea es llevar al espectador a esa conferencia que no debió de tener ningún tipo de fondo ni otra cuestión. De hecho, el vestuario es un traje como el que lució el poeta es más de una ocasión como reflejan varias fotografías, como en la que aparece ante los micrófonos de Unión Radio. Pero nada de esto es de vital importancia en esta ocasión. Solo son protagonistas la palabra, la música y la iluminación; esta última creada por Raúl Baena de una manera bastante acertada.
Sin duda una obra con gran trabajo detrás a la que le falta un punto para llegar a ese cielo lorquiano del que tanto hablaba Federico.
El espectáculo Nueva York en un poeta es aquel encuentro de Lorca con el público en la Residencia de señoritas en el que por primera vez se escucharon esos poemas, “carne mía, alegría mía, sentimiento mío”. Durante una hora, viajaremos con él de Granada a Nueva York y a La Habana. A través del jazz y el son (interpretado en vivo por La Banda) nos sumergiremos en Wall Street -“llega el oro en ríos de todas las partes de la tierra y, con él, llega la muerte”-, Harlem –“el dolor de los negros de ser negros en un mundo contrario”-, la multitud –“uno de los espectáculos vitales más intensos que se pueden contemplar”-, el campo –“anhelante de las pobres cosas vivas más insignificantes”-, La Habana –“con sus ritmos que yo descubro típicos del gran pueblo andaluz”, la revolución –“del Africa a Nueva York”-. Una aventura, “llena de hechos poéticos”, de “un español típico, a Dios gracias”.
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