Los primeros cinco ensayos abiertos de La voluntad de creer se sincronizaron con los últimos cinco días del mes de abril de 2021. En el Centro Cultural El Pozo del Tío Raimundo, 6 actores y actrices comienzan algo y Pablo Messiez quiere incluir una mirada que afecte a la materialización de los cuerpos y a esa estancia inicial. En la bienvenida a estas personas que vamos a observar el primer acercamiento de su próxima pieza incluye un “A ver qué pasa, sin pretender cerrar”.
Se llama working process y la traducción que se me antoja más correcta es la de compartir teatro y unir miradas y cuerpos, en un espacio en el que nadie sabe qué pasará y en el que lo que se prueba por primera vez puede permanecer o extinguirse enseguida. Ver cómo constela. Ser testigos de una constelación primaria. Es la magia de la asistencia a estos momentos de congregación que deberían darse muchísimo más en lo que respecta a las artes escénicas.
“Con la mirada del público se arma el teatro. Habría que preguntarse qué provoca ese mirar que afecta a la actuación, si tiene sentido, y cuestionar el rol que tiene el público, aquel que va a ver algo que ya está hecho”, comenta Messiez entre improvisaciones. “Si el público potencia y es esencial en el material de ensayos, ¿por qué dejarlo para el final? La escena lo necesita para vivir”. De esta manera, las posibilidades se van inventando también con esa mirada externa como material expresivo y la pregunta clave en este entresijo de ejercicios planteados ha aparecido clara: ¿qué hace que podamos creer en algo, en alguien?
Y tú, ¿qué quieres actuar?
Se trata de salir de la lógica del presente, pero de hacer la obra en presente, de que quizás aparezca una acción contagiosa y de saber que, sin sostener, también se puede estar. Ahora, en el escenario, hay un hombre de fe. Al rato, aparece un personaje que, de primeras, no hace nada y pide acciones a las que somos público. Nos desafía y participamos. Esto es divertidísimo tengo apuntado en las notas que voy tomando. Aparece el goce que hace que no se quiera cortar la escena. Estamos sosteniendo algo, pero sostener es difícil. Otro actor quiere hacer de Hamlet “porque nunca sé si podré hacerlo alguna vez en la vida”. A los pocos minutos de comenzar dice “Me sé hasta aquí, pero quiero estar haciendo esto”. Así que vuelve a entrar en ficción para intentar no terminar nunca. El siguiente expresa su deseo de participar en una película de acción.
Son los primeros pasos que empiezan a detonar lo que se convertirá en funciones casi un año y medio después y que contarán con la dirección y el texto de Pablo Messiez, quién realizó para ello una residencia de escritura en la Sala Beckett.
Ahora estoy aquí, pero antes he estado allí
La muerte es uno de los de los temas centrales de esta propuesta y los diálogos casi se pudiera decir que están en el otro extremo de aquella afirmación de “mañana nazco”, contenida en Todo el tiempo del mundo. En estos ensayos, se oye un “me voy a morir hoy porque lo pone en el texto”, acompañado de un “aquí se va a morir todo el mundo, pero no está bien decirlo ahora”, como respuesta, y un “vamos a morir todos juntos. Mientras tanto, hay que vivir”, como epílogo.
Una idea que conecta estos encuentros abiertos con los siguientes, en el Centro Cultural Meseta de Orcasitas en diciembre, es descubrir el recorrido que hay entre los verbos creer y estar. “Yo creo que estoy aquí / Yo estaré en el mar / Vamos a estar bien” es el primer rezo que aparece. Se trata de un reconocimiento en presente del cuerpo, de los nombres, del espacio y del sonido, que se une, a continuación, a uno de los puntos de gravedad más altos: “¿Qué está pasando?”. El no parar de preguntarse aparece cada pocos minutos y las respuestas llegan cargadas con las siguientes preguntas: “Está pasando que fuimos felices alguna vez. Ahora no, ahora estamos mal. Tiene que haber algo que podamos hacer para volver a ser felices. Pero, ¿el qué?”.
Sobre ese qué también escribió largo y tendido William James, filósofo y psicólogo de hace dos siglos que, en su compendio de título homónimo a esta obra, desarrolló ideas y muchas reflexiones sobre la capacidad nativa de la fe y las evidencias científicas en lo que tiene que ver con aquello que calificamos de verdad en el mundo. Para explicar su afirmación de que hay casos en los cuales la fe crea su propia verificación, escribió: “Cree y tal vez tendrás razón, porque lograrás salvarte; duda y tal vez tendrás razón también, porque perecerás en el intento. La única diferencia es que creer resulta enormemente ventajoso”. Bueno, ya sabemos de qué lado de la balanza se sostenía este autor, sin duda.
¿Quién necesita un milagro?
En los últimos ensayos antes de entrar a sala en agosto de 2022, hay en escena también una televisión, en la que se proyecta Ordet (La palabra), la película dirigida por Carl Theodor Dreyer, a partir del libro de Kaj Munk, en la que se inspira esta obra. Es en blanco y negro, del año 1955, y aunque, de momento, está casi aislada en una esquina, su peso es mayor del que parece. La música de un cine clásico y el binomio de colores, entre otras cosas, traspasan el tiempo e impregnarán la escenografía, los tiempos e incluso algunos pasos.
“Tú vas a decir…” se sigue oyendo en las voces de Marina Fantini, Carlota Gaviño, Rebeca Hernando, Íñigo Rodríguez-Claro, Mikele Urroz y José Juan Rodríguez, un pantocrátor que sustituye las sagradas escrituras por un vinilo y baila la fe con una túnica roja. Dogma y razón, religión y medicina entran en combate también. Como tantas cosas en esta obra, cargada de inquietudes sobre la verdad y la mentira, el irse y el volver a casa, la distancia y la cercanía de la ficción… creer o intentar creer en algo que imaginamos o que estamos viendo delante de nosotras, acaso olvidarnos de que estuvimos allí porque “si os vais todos, esto termina”.
Creo en ti y he sostenido la voluntad de creer
Está pasando el tiempo. Se acerca el final. Se viene un principio. Este equipo estrena el 7 de septiembre y estará hasta el 23 de octubre en la Sala Max Aub de Naves del Teatro Español en Matadero, costelando con fe este juego en el que seguimos participando, sin distancia cuando se apagan las luces. A ver qué pasa.
El menor de una familia de hermanos vascos sostiene que es Jesús de Nazaret. Sus hermanas consideran que ha enloquecido por exceso de lecturas de Kierkegaard. Como en Ordet, habrá muerte y resurrección. Y, sobre todo, el deseo de jugar con la percepción del espectador de modo que la propia función sea una puesta a prueba de su fe.
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