El nuevo espacio teatral El Pasillo Verde presenta en sus tablas Las rapadas, obra que recupera un episodio omitido y cruel de nuestra historia reciente con la idea de dar voz a las mujeres que lo sufrieron y dejar claro que el olvido no se ha apoderado de su historia. Todo ello bajo la dirección de Francisco Gómez.
Esta pieza de carácter breve presenta al espectador, de manera cronológica, la vida de dos mujeres (una madre y una hija) que se ve truncada en el momento en el que la guerra lo destruye todo y su familia es repudiada y dañada por sus ideas políticas. Entre las ausencias, también cabe la violencia y el dolor gratuito y, así, la madre, se ve abocada a ser una rapada entre todas las mujeres. De esta forma, a manera de letra escarlata, será marcada y siempre estará oprimida por quienes le arrebataron todo. Todo menos la lucha y la dignidad que no acallarán sus pensamientos y le permitirán llegar hasta el final dejando claro que aquella guerra incivil no podía cerrarse con solo pasar la página de un libro. Había y hay que cerrar heridas y duelos, pero con la restauración y no con la ocultación y el abandono.
Basada en una historia real, documentada con trabajos como el de la antropóloga Dolores Martín (que va a participar con un coloquio posterior al pase de la obra) y la recopilación de testimonios, Teatro En Defensa De lo Viviente se abre en canal para mostrar las injusticias de los conflictos bélicos que en especial sufren las mujeres en el pasado y en la actualidad. Y así dar un grito de repulsa y agitar alguna que otra conciencia.
Un grupo de actores da vida a todo el montaje en el que no faltan las canciones de lucha social. Un reparto coral en el que destaca la interpretación de las mujeres, sin olvidar la labor de otros actores como es el caso de Juan Carlos Rivera que interpreta al “hijo”, que son Isabel Sánchez, Sara Hidalgo y Sierra Díaz del Campo. Ellas dan vida a la “madre”, a la hija de nombre Libertad que se lo tiene que cambiar por el de Asunción y a todas esas mujeres que, por la violencia y otras cuestiones, vieron sus vidas perderse para siempre. Todos ellos realizan un trabajo de calidad sobre las tablas.
Toda una reflexión que debería enseñarse como materia obligatoria en todos los campos educativos de la vida. Y este es uno de los objetivos de esta compañía que se puede ver en lo ágil de la composición y en la duración de la misma. Ahora bien, esto, en ocasiones, afecta negativamente al montaje. Y es que, en efecto, hay alguna cuestión en este tono que debo reflejar. Como por ejemplo, la caracterización de los personajes. A veces, menos es más y problemas como el del corte de pelo se podían haber arreglado con un pañuelo en todo momento y no introduciendo prótesis de dudoso uso que dificultan bastante la concentración en el visionado. Lo mismo que ocurre con algunos matices de algunas interpretaciones que no llegan al registro deseado.
En cuanto a los aspectos técnicos, la escenografía es de corte minimalista, pero bastante efectiva. Resuelve bien el conflicto y presenta aciertos como la pantalla luminosa en la que se va indicando al espectador el paso del tiempo. El sonido y la iluminación, creados por David Durán, son correctos y destacan algunos momentos sobresalientes como la utilización de sintonías típicas de cada momento histórico o la ambientación al entrar a la sala. Algo que es relativo al trabajo de Colette Mourey en relación a la música.
Las rapadas es un trabajo con un gran mensaje pero con ciertos elementos que mejorar en un camino que seguirá recorriendo con éxito. Recomendable revisar este momento histórico y visitar este nuevo espacio escénico de la capital.
Las rapadas es una historia de resistencia y dignidad que transcurre en el mundo rural de La Mancha y abarca desde el final de la Guerra Civil y el Franquismo, hasta nuestros días. Sus protagonistas son dos mujeres, madre e hija, empeñadas en recuperar los restos de sus seres queridos, víctimas de la violencia bélica. Ellas simbolizan el sufrimiento de miles de mujeres que, por el hecho de ser sindicalistas, obreras y/o pertenecer a organizaciones feministas o simplemente madres, esposas, hijas, novias, compañeras o amigas de republicanos fueron castigadas con el rapado de la cabeza durante la guerra y la posguerra, a lo que se sumó la represión durante 40 años de Franquismo y el olvido durante otros 40 años de democracia.
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