Carlos Gallegos pone voz a la naturaleza más íntima del ser humano en Barrio caleidoscopio, un monólogo que se mueve entre el humor, la realidad y el drama que se puede ver estos días en La Sala. Impactante y sorprendente viaje que, con bases en la historia teatral, revoluciona la forma de comunicar con el teatro.
La obra nos cuenta un día en la vida de Alfonsito; un chico normal que vive acompañado de varias sombras que hacen que todo sea un trabajo titánico. Entre ellas está la ausencia de su madre, el ser diferente a los demás o el problema a comunicarse con la persona amada. Así, el simple hecho de comprar el pan se convierte en una aventura que tiene como principal motor y enemigo al miedo. Él controla su vida y no le permite disfrutar de un tiempo que, aunque no lo parezca, es efímero y que se escapa como agua entre las manos.
De este modo, el espectador se vuelve un personaje más que escucha a Alfonsito e intenta descubrir si ha conseguido su propósito. Y este no es otro que el amor, otro de los elementos que hacen que nuestra vida tenga sentido. Y de la mano de este chico, el público se mimetiza y vive lo mismo que él aunque, a la vez, se pregunta si todo es real o es que está ante una persona con algún problema mental. Pero ¿qué persona no padece algún trastorno de esta índole y más después de estos años pandémicos?
Todo esto es a lo que se enfrenta todo aquel que se acerque a disfrutar de esta obra que está interpretada por el ya citado Gallegos. Ante su actuación solo se puede decir excelencia y sobresaliente. Un trabajo de gran intensidad que borda a la perfección enfrentándose a todo solo en un escenario vacío. En esta labor, se puede ver la gran formación y dedicación que Gallegos pone en todo lo que hace; puesto que hay rasgos del teatro primitivo, pero a la vez del más contemporáneo teniendo en gran peso la gestualidad en todo el proceso. Todo ello a alabar y más teniendo en cuenta que es el director y el dramaturgo de esta creación.
En cuanto a los aspectos técnicos, se deben destacar los trabajos en vestuario, iluminación y sonido. El primero es llevado a cabo por Virginia Cordero. Autora así mismo de la escenografía, nos presenta al personaje vestido con un ropaje digno de cualquier manicomio que se precie (utilizo esta palabra puesto que así eran llamados y, por suerte, son instituciones que ya no existen en la actualidad) y, a la vez, nos habla del interior de cada uno de nosotros mismos. Colores neutros y sin ningún símbolo para llegar a lo que realmente importa, el interior. Por lo que el resultado es de gran calidad.
Respecto a la escenografía, destaca una silla con mensaje final que también, en algún momento de la función, llega a convertirse en un personaje más con muchos significados y claves del montaje.
A la vez que estas cuestiones están en marcha, la iluminación de Jorge Gutiérrez y la música de Miguel Sevilla hacen que la fantasía se haga realidad a la vez que visten el escenario con gran maestría.
Barrio caleidoscopio es una obra profunda que, con momentos cómicos, abarca la realidad de una persona víctima del miedo. Un trabajo actoral y técnico de gran calidad al que hay que ir con la mente muy abierta y sabiendo que el espejo de la realidad es duro de ver sobre el escenario.
Alfonsito despierta con ganas de ir hasta la tienda y comprar un pan, o dos. Para lograrlo, deberá enfrentar sus múltiples y extravagantes miedos. Aparentar ser como los otros, como la gente “normal” y abandonar su casa meticulosamente organizada y polvorienta. Deberá velozmente transitar por la calle vacía evitando las bromas de sus “amigotes”, la melancolía de los barrenderos y el encuentro con su comadre Magalita, la maquiavélica. Y, sobre todo, evitar la explosión del músculo rojo dentro de su pecho al momento de recibir su bolsita de pan.
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