Estos días se puede ver en el Teatro Lagrada un encuentro con el Lorca más vanguardista e íntimo en el que la palabra, la danza y la música salen del libro para lanzar un mensaje actual y lleno de emoción al desnudo y sin ningún disfraz.
Lorca: un teatro bajo la arena es una propuesta que aborda de lleno la psique del poeta y lleva al espectador a un abismo lleno de sentimientos que se expresan de un sinfín de maneras posibles, dejando claro que eso es el teatro. Teatro del que está debajo de nuestros pies, teatro de los que sufren, teatro de los momentos íntimos. De esa soledad de la que Federico hablaba así a Emilia Llanos: “Yo… Siéndole franco estoy un poco triste, un poco melancólico, siento en el alma la amargura de estar solo de amor. Sé que estas melancolías pasarán… Pero el rastro ¡queda siempre!”.
En definitiva, una obra sobre la vida y el amor, además de los momentos buenos y los sinsabores que suelen llevar consigo. Esto se plantea de manera magistral al contar la historia de dos chicos, Daniel y David, que, en el proceso de su formación teatral, deciden encerrarse en una sala de ensayos para mostrar su visión de Lorca al público. Todo ello se hace, bajo la dramaturgia y dirección de Indalecio Corugedo, representando ante el espectador fragmentos de obras lorquianas de su vertiente más interior, rompedora y difícil de interpretar y de entender. Así, desfilan por el escenario personajes como “el director” o “figura de cascabeles” de El público o se recitan poemas de Poeta en Nueva York como la “Oda a Walt Whitman». A la vez, conocemos la historia de los dos chicos: sus sueños, pasado y anhelos vinculados con la figura del granadino. Un ejemplo es la relación de Federico con el escultor Emilio Aladrén. Y es que ya se deja claro en su obra: “es el engaño la palabra del amor”.
El teatro y el amor es lo que hacen que todo el montaje funcione. Todo ello unido a la danza y a la música de una guitarra española en directo (hecha palabra gracias a las manos de Fernando Alonso Garrido) que hace que el viaje sea tan intenso y tan íntimo como recorrer con una linterna los pasillos interiores del alma de cada uno.
Un trabajo hecho con una dedicación y amor especial que nos muestra a ese Lorca íntimo, aquel que no siempre estaba riendo, como nos llega en cada una de sus fotografías que le recuerdan. Al que sufría con miedos propios de niños grandes y al más moderno e incomprendido, dejando atrás esos estereotipos que la mayoría de la gente conoce y que no muestran la esencia del revolucionario y mártir que fue.
La obra, llevada a cabo por la compañía Enebro Teatro, es puesta en escena por dos intérpretes cuyo nombre y personaje son idénticos. Daniel Migueláñez y David Pereira representan a la perfección sus personajes brillando cada uno en diversas categorías. En el caso del primero, su profesionalidad y grandeza se deja ver en los recitales de los poemas lorquianos, véase el “Romance de la luna, luna”. En cuanto al segundo, la danza y el movimiento (algo que ya estaba también en la esencia de las creaciones lorquianas). Es simplemente mágico ver lo que hace con su cuerpo y un aparente anodino carro de la compra. Maestría pura y punto.
En cuanto a los aspectos técnicos, la iluminación tiene un peso destacado, a la vez que la sombra, ya que viste el escenario en el que no hay nada. Realizada por Antonio Hernández Fimia y Gabriel Piñero es un plus a la maravilla. Por otro lado, el vestuario y la escenografía son mínimos. Siguiendo la corriente del teatro de vanguardia, ha sido llevado a cabo por el equipo de la propia compañía.
No puedo acabar con otra cosa que pidiendo más días para este montaje y con un fragmento de El público en el que se dice lo siguiente: “¡hay que destruir el teatro o vivir en el teatro! No vale silbar desde las ventanas”. Y eso, emocionarse y sentir, es lo que los artífices de esta obra le piden al espectador.
España, época actual. Dos estudiantes, Daniel y David preparan una representación de El Público, de Federico García Lorca, para la función de final de curso en su escuela de teatro. Durante veinte días de encierro, han de preparar alguna de sus escenas. Se valorará la originalidad, la calidad artística del trabajo y su adecuación al espíritu del poeta. Se trata sobre todo de plasmar el Lorca de los años 1929-30, representados por aquella obra dramática y el poemario recogido en Poeta en Nueva York. Daniel es un actor procedente del teatro de texto, experto en autores del Siglo de Oro español y es además graduado en Filología Hispánica. David es actor, bailarín y acróbata. Juntos prepararán algo muy especial. La corta, pero intensa convivencia entre los dos actores, generará entre ellos un intercambio mutuo de conocimientos y un peculiar estado de ánimo que se trasladará a los textos que están preparando.
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