Estos días en la Sala Negra de los Teatros del Canal se ha producido la transfiguración de la palabra sagrada en carne. Pedro Mari Sánchez pone sobre las tablas textos del Siglo de oro con los que pretende conmover y agitar al espectador de hoy con mensajes del ayer pero más vigentes que nunca.
La obra bajo el título de La palabra de oro (sangre, poder y dios en el Gran Siglo) es un trabajo con base dramática que recupera fragmentos de textos claves del momento de mayor esplendor de nuestra literatura para tratar temas del siglo en el que vivimos. Así, desfilan ante el público las plumas de autores como Lope de Vega, Cervantes, Calderón o Sor Juana Inés de la Cruz con el mismo objetivo: la reivindicación, la emoción y la revalorización de lo que a veces se ha olvidado o se desconoce. Todo ello siguiendo un hilo invisible basado en temáticas también clásicas: la violencia, la lucha por los derechos de la mujer, el amor, el poder, la enfermedad…
Y es que, a pesar del tiempo, lo que al mundo mueven son los sentimientos. Positivos o negativos, siempre han estado como base y sin ellos no seríamos nada. Todo ello lo recoge Pedro Mari Sánchez (siendo creador, director y actor del montaje), de la mano de Clásicos en Alcalá donde fue vista anteriormente (siendo producida para este festival por Compañía Bitò Producciones/ Excelencia de la Palabra), para crear algo inusual y sublime que emociona desde el minuto uno y da una clase de cómo deber ser la dicción en un buen intérprete. Con gran originalidad y sin caer en los tópicos que todo el mundo conocemos.
Sánchez, junto a Susana Cantero, ha elegido todos los textos y ha creado una dramaturgia excelente en la que el trabajo del primero no se puede definir con palabras. Este habla de esfuerzo, tesón, maestría y un conjunto de adjetivos que todos juntos no podrían describir lo que se ve sobre el escenario que emociona a público y elenco a partes iguales. Y algo tan conocido como algunos soliloquios que da forma con su buen hacer hacen que sean distintos y cuenten otras historias distintas a las que ya se conocían desde siempre.
Ahora bien, desde mi punto de vista este indefinible monólogo poético tiene un talón de Aquiles. No es otro que la cadena de textos sin cesar sin ninguna explicación entre ellos.
Cierto es que el mensaje se entiende, pero alguien ajeno a la producción del ya citado siglo se puede ver desubicado y desconectado de la obra al rato de haber empezado. Esta cadena hace imposible unirse una vez fuera y convierte al montaje, en cierta manera, solo acto para eruditos.
En cuestiones técnicas, el minimalismo es el rey de esta creación. El diseño escenográfico y el vestuario está creado por Ana Garay con la base en un gran telar, que tiene múltiples oficios como el de velo de una mujer, y en todos los medios que suele tener un escenario, como los focos que sirven de telón al principio de la función. El vestuario se basa en ropa de calle en tonalidades negras que habla también de los oficios en los aprendizajes del mundo del teatro.
En cuanto a la iluminación, creada por Pedro Yagüe, trabaja en la misma línea de lo explicado destacando algunos enfoques que dan gran carga poética y mística al montaje.
Una obra que no hay que perderse por su calidad suprema, pero a la que hay que ir sabiendo que hay que encontrar el ovillo adecuado para seguir a Pedro Mari Sánchez por su laberinto.
La palabra de oro es un acto de amor. Un impulso vital inspirado por una época en la que se escribió el castellano más hermoso, complejo y de mayor riqueza formal y conceptual. Ese siglo largo, más su área de influencia que, a modo de agujero negro a la inversa, atraía la luz del pensamiento hacia su centro para irradiarla después a todo el mundo, ofrece tesoros que siguen asombrándonos hoy. Como lo harán mañana.
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