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«Con esta obra, me he sentido identificado con cómo nos relacionamos con el duelo, la vulnerabilidad o la escucha». Entrevista a Luis Sorolla, actor en EL MAL DE LA MONTAÑA

Desde hace unas semanas, Luis Sorolla vive, profesionalmente, en la calle del Príncipe. En el número 14, firma la versión de La gran Cenobia en el Teatro de la Comedia y en la plaza de Santa Ana, ensaya El mal de la montaña, montaje en el que participa como actor.

Francesco Carril y Fernando Delgado-Hierro dirigen esta obra de Santiago Loza en el Teatro Español, en la que también actúan junto a Sorolla y Ángela Boix. El estreno absoluto de este relato cruzado de cuatro jóvenes será el próximo 10 de febrero en la Sala Margarita Xirgu y antes de ese día, nos hemos sentado a charlar con Luis Sorolla para que nos cuente de primera mano más cosas sobre esta historia que comienza con la angustia de Manu, quien narra a su amigo Tino su ruptura con Pamela.

Fotografía Jose Alberto Puertas

¿Cómo empieza este proyecto, cómo os juntáis?

Me llamó Francesco hace más de tres años y medio. Quedamos, me enseñó el texto y me habló del resto del equipo. Desde el principio, dije sí porque me gustó, me interesó, sentí curiosidad y me generó muchas preguntas sobre cómo abordaríamos el trabajo. En el texto, que no tiene acotaciones, hay una especie de ausencia de conflicto y alguien podría pensar o se podría llegar a afirmar que en esta obra no sucede nada. La sensación es la de unos personajes atascados, insertos en un estatismo vital y en plena búsqueda para salir de ahí. Y, precisamente, hay algo en esas relaciones que a mí me interesa mucho.

Para una espectadora como yo que no sepa nada de esta obra, ¿qué vamos a ver en El mal de la montaña?

Creo que esta obra va de gente que está “atrapada” y no sé si ellos tienen conciencia o no de estarlo porque el atrapamiento puede ser, en parte, voluntario, en el sentido de estar retenido en unos estados y obsesiones que tienen que ver con procesos de duelo personales. Hay un grupo de tres personas que se juntan regularmente en un espacio que no tenemos muy claro qué es, pero no es ninguna de sus casas, para estar, en el que hablan y ventilan cosas a las que dan vueltas. En ese estar, a ratos, parece que no se escuchan nada y otros parece que hay una escucha muy profunda. Y parece que la obra está todo el rato estableciendo un diálogo con el lugar donde podrían aparecen las grietas, para poder salir, contactar con el exterior o salirse de uno mismo. Y la interrupción desde fuera la marca o la propone el personaje femenino.

Fotografía Jose Alberto Puertas

Lo primera información de la obra es que parte de una ruptura, ¿te parece un buen punto de anclaje para el público?

En general, mucha gente sabe por experiencia propia y cercana lo que es una ruptura. Entonces, como primer punto de anclaje el enganche es inmediato. También, en la cultura que consumimos es un tema recurrente. Pero también creo que la obra permite trascender rápido esta ruptura concreta hacia procesos de duelo que pueden englobar más cosas. La obra es muy abierta en cuanto a las metáforas y simbolismos que propone.

Al preguntarle sobre los procesos de ensayo, Sorolla cuenta que “en el trabajo de puesta de escena, actoral y de dirección ha habido varios días y ensayos enteros dedicados a pensar en la mirada y en qué hacemos con ella”. Así que la siguiente pregunta está clara. 

¿Qué importancia tienen las miradas en esta propuesta?

El propio texto, al estar en relación con la mirada interna y con gente obsesionada y muy centrada en sí misma y en su proceso de duelo, ansiedad, obsesión o depresión, hace que sean personas con una gran mirada hacia uno mismo y con una ausencia de una mirada hacia fuera. En paralelo, contiene un concepto de la mirada muy metafórico y abierto sobre lo que significa. Y también con una relación con el exterior, con mendigos y con gente necesitada y con cómo hablan de ellos y del mundo de fuera los personajes. Todo eso genera una reflexión sobre cómo miramos o sobre la capacidad que tenemos de mirar el afuera.

Fotografía Jose Alberto Puertas

Además de la ruptura inicial con la que se inicia la función, el peso de las miradas, físicas y metafóricas, también hay espacio para otros temas en otras capas de la obra. Luis reflexiona sobre ello e indica que “podrían aparecer preguntas o reflexiones sobre la masculinidad, la relación con la fragilidad, con la empatía o con posibles masculinidades tóxicas. Son personajes vulnerables que se permiten una sensibilidad muy mediatizada y atravesada por el egocentrismo, el egoísmo y por quiénes son. Y por eso, la irrupción de un personaje femenino es potente, aunque no haya en escena prototipos masculinos y femeninos”.

¿En qué más podemos vernos reflejados en esta obra o con qué te sentiste tú identificado?

La obra deja muchos espacios para que el público reflexione sobre ello. Es una pregunta muy abierta. Personalmente, me he sentido identificado con cómo nos relacionamos con el duelo, la vulnerabilidad o la escucha y con el contacto real con el prójimo cuando estamos en estados obsesivos o de gran preocupación. Hay un vínculo muy fuerte con la capacidad de empatía y la obra deja muchos espacios para que, a partir de ahí, aparezcan relaciones que pueden tener que ver con la idea de la insignificancia, la inexistencia, el no ser visto, el anonimato, el hecho de ser ignorado o sentir que no eres parte de nada, que nadie te está viendo realmente. Y preguntarnos qué nos hace eso, desde lo íntimo a lo social.

Fotografía Jose Alberto Puertas

Describe cómo sientes El mal de la montaña con tus cinco sentidos.

A qué huele: a vegetación húmeda, a tormenta de verano que está a punto de desatarse pero no llega y a cerrado.

A qué sabe: a mortadela y a caramelos Smint de limón.

Qué tacto tiene: el tacto de un sofá hinchable.

Qué ves: veo a Ángela porque los momentos en los que mi personaje mira más hacia fuera tienen que ver con su personaje y con su encuentro.

Qué oyes: oigo un espacio sonoro que parece un personaje más y una canción de Aute.

El mal de la montaña es el relato cruzado de cuatro jóvenes que se buscan anhelando consuelo. Comienza con la angustia de Manu, que narra a su amigo Tino el episodio de su ruptura con Pamela, el único personaje femenino de la obra, una ruptura que estaba resultando a la perfección (el marco era incomparable: la lluvia fina cayendo, el paseo mudo y distante por la calle…) hasta la irrupción de un mendigo orinando en la acera de en frente. Lo que atormenta a Manu no es la ruptura en sí, es la aparición en lo real de algo que se escapa al marco de su relato, de algo que lo vuelve vulgar, de algo que deshace la imagen perfecta de una ruptura que estaba saliendo de una redondez novelesca.

Amanda H C

Luis Sorolla

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