El pasado fin de semana, en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares asistimos a la representación de Martirio. Una de las hijas de Bernarda Alba menos querida toma la palabra y decide contar su historia a los cuatro vientos sin nada que esconder. Un monólogo directo y claro que cala en todo aquel que se pare a escuchar.
La obra, creada por Julio Rojas, es la tercera producción de Los Bárbaros y nos sitúa en un camposanto un día cualquiera en el que Martirio decide ir a ver a su madre, enterrada allí, guiándose por sus pasos y con la única idea de ser la protagonista por una vez y que su mayor papel sea el de la catarsis. Necesita zanjar cuentas con la que fue su progenitora y, a su vez, con la sociedad en general, y deshacerse de las telarañas que la han secado por dentro, encerrándola en una gran guarida sin saber cómo es el mundo. Por fin es libre para descubrir quién es y quién será, pero lo que no sabe es que una vida así deja factura y que las cadenas ya están grabadas en su piel de tal manera que ya son ella misma.
A través de su relato, somos testigos de la vida de muchas de las mujeres de nuestro pasado. Se abordan temas incluso en cierta manera tabús hoy en día, como es el caso de la menstruación, y otros, por suerte, superados, como la sexualidad y la vida adulta. Sin duda, un repaso a la historia dejando claro que lo femenino ha estado bajo el yugo de los mayores y de los hombres, hasta el punto en que cada palabra que pronunciaban estaba creada por ellos y no por lo que ellas pudieran pensar.
Una historia desgarradora, llena de tristeza que, aunque duela, tenía que ser contada siguiendo las directrices de Aarón Lobato como director. El silencio nunca es una opción y aunque el habla no nos devuelva la felicidad, tampoco lo van hacer otros elementos como el dinero (a pesar de que a priori pudiera parecer que sí).
En la piel de este personaje lleno de tantas cicatrices y marcado con una herencia triste desde el nacimiento, como su propio nombre indica, se mete Alba Enríquez. De manera magistral borda con letras de oro el papel y deja claro la maestría que tiene en su trabajo. No hay nada mal en su interpretación y hay que resaltar la entrega total en cada momento, hasta el punto de que duele ver sus rodillas rojas por arrodillarse en la arena a la hora de rezar o al hablar con Bernarda. Ella sola lleva el peso de toda la función y pasa por muchos registros de emociones en la representación.
En cuanto a las cuestiones técnicas, destaca la escenografía. Creada por Aarón Lobato, es minimalista pero con mucha potencia y lleva al espectador a un cementerio con un simple vistazo. Al igual que el color utilizado, el negro, la base en la que se construye todo. El mismo tono es el protagonista del vestuario, creado por el ya citado Lobato y por Gabriel Besa, que representa a la perfección la época en la que se mueve la obra, con elementos como las características medias. En los mismos parámetros de perfección se mueven otras cuestiones técnicas como el diseño de movimiento escénico creado por Andrés Acevedo.
Martirio no es otra cosa que el grito de muchas mujeres que, por estar siempre calladas, se ahogaron con sus propios sentimientos. Ahora es el momento de que se las escuche.
Martirio acude al cementerio para visitar el sepulcro de su madre, Bernarda, fallecida el día anterior. Necesita comprobar que la que la alumbró sigue en su tumba, y rezar un último Rosario por Bernarda. Al fin y al cabo, una vida termina, pero otra empieza… Pero, ¿quién es Martirio? De ella supimos que era, de entre todas las hijas de Bernarda Alba, la más fea, enfermiza, la envidiosa. Ahora, tras la muerte de su progenitora, ¿quién puede ser Martirio? ¿Muerto el perro, se acabó la rabia? Ahora es libre, se abrió la jaula.
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