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ALFONSO EL AFRICANO, por la gracia de Dios

De camino al Teatro María Guerrero, voy leyendo la sinopsis de la obra que acudo, en ansia viva, a ver. Todo gira en torno a la figura del apodado rey «el Africano», productor de películas pornográficas. Al cruzar un paso de cebra, veo la placa conmemorativa del nacimiento de José Antonio Primo de Rivera, fundador de La Falange Española, en la calle de Génova. Y, a punto de torcer para enfilar la calle que desemboca en el teatro, el árbol gigantesco de “Navidad” asomado en la plaza de Colón. En unos minutos, sus luces rojigualdas se encenderán y harán juego con la bandera de España más grande izada en Madrid a pocos metros.

Fotografía de Luz Soria

Ahora ya estoy en la Sala de la Princesa y es precisamente una la que da comienzo a este trayecto histórico que se presenta bajo el título Alfonso el Africano, la más reciente creación de Club Caníbal, compañía que continúa en caza por satirizar, exprimir y hacer de rabiar (por qué no decirlo) nuestro sentimiento patrio, conjugado tanto en forma de herencia como de espíritu aventurero por descubrir quiénes somos a causa de nuestra historia como país.

Fotografía de Luz Soria

El Centro Dramático Nacional produce y acoge este pedacito de historia moderna de España a modo de espejo al que enfrentarnos con risas, gracias a su humor crítico y electrizante. Font García, Juanfra Juárez y Vito Sanz llenan el espacio de carambolas escénicas con su desparpajo y sus grandes interpretaciones de personajes tan variados como sorprendentes y cómicos. Desde que el público entra en el teatro, convertido en su planta baja en una sala de fiestas de comienzos del siglo XX, puede ir poniendo la vista en detalles y recovecos que configuran una fantasía a la que entregarse sin remedio.

Fotografía de Luz Soria

Una de las mayores cabriolas que consigue este equipo en la función la realiza Pablo Peña con la música en directo. Con su coquetería y virtuosismo con el sonido exalta y propone tanto o más que las palabras y pone en valor los ritmos, las transiciones y el empaque para hacer brillar al completo esta pieza. Además, otro de los clímax de esta obra es su capacidad de abordaje hacia cuestiones que no se centran solo en la personalidad del rey como figura soberana y divina o como productor de películas sicalípticas.

Fotografía de Luz Soria

En este puzzle de ficción que conjuga otra época presente, hay luz verde también para dañar una masculinidad carroñera. Y es que el texto escrito a cuatro cabezas – la de Chiqui Carabante, Font García, Vito Sanz y Juan Vinuesa – ameniza también con otras cuestiones que seguimos arrastrando en nuestro estimado estado español y que también son necesarias poner en relación con los recorridos actuales. Los asuntos guerreros, cinéfilos, sociales y monárquicos se ponen en jaque gracias a un enfoque gamberro con un eslabón digno de destacar: “O le das una democracia a este país o una guerra”, con todo lo que ello vino a significar y palpita todavía. Y como guinda del pastel, la dramaturgia y dirección de Chiqui Carabaote. Por mi parte, no puedo pedir más.

Fotografía de Luz Soria

En toda esta marcha estrambótica, vemos ante nuestros ojos aparecer desde personal doméstico de la corte a Primo de Rivera, pasando por varias generaciones de Borbones y un grupo de militares, obispos, prostitutas y hasta algún animal exótico irremediablemente unido ya también a nuestra memoria. Y todo este conjunto de diversión y trueque entre actores y espectadores por devorar con fe esta suculenta propuesta se corona con el trabajo, entre otros, de Walter Arias en la escenografía a modo de regalo listo para desenvolver, de Benito Jiménez en la cuidada iluminación y de Salvador Carabante, que vuelve a lucirse con el peculiar y genuino vestuario.

Fotografía de Luz Soria

Alfonso XIII, orgulloso, muestra en su sala de proyección las películas pornográficas que ha producido. Decepcionado, escucha las mofas de sus amigotes sobre las actrices que aparecen en pantalla: mujeres desfondadas y carentes de encanto. A partir de ese momento, el Africano se obsesiona por llevar sus películas a otro nivel. Mientras, los políticos y militares le piden a Alfonso que se centre en las cuestiones de Estado y que no haga oídos sordos a lo que se escucha en los mentideros de Madrid: el populacho comienza a hablar de República. Pero el Africano, ocupado en sus películas sicalípticas, desprecia los consejos de sus asesores y les ordena que se centren en lo que realmente tiene importancia en este momento: encontrar a la estrella que mejore sus producciones.

Amanda H C

Centro Dramático Nacional

Teatro María Guerrero

Club Caníbal

Juan Vinuesa

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