Decía José Sanchis Sinisterra en su famosa obra que “los vivos, en cuanto tenéis la panza llena y os ponéis corbata, lo olvidáis todo”. Y aunque ha pasado el tiempo desde su estreno, todavía esa idea sigue siendo de rabiosa actualidad. Así que toca remangarse y ponerse manos a la obra para recuperar nuestra historia, lo que fuimos y somos, siendo el Arte una de las mejores formas para hacerlo. Y eso es lo que ha hecho la compañía La Basal que ha estrenado el pasado domingo Qué fue de Carmela, una versión inspirada en ¡Ay, Carmela!, bajo la dirección de Sergio Toyos en las tablas del Teatro del Barrio. Una revisión del clásico que aborda temas más allá como la memoria histórica.
La obra nos presenta la historia de Maru y Carmela; dos hermanas artistas a las que la contienda les vino encima sin darse cuenta. Juntas recorren diversos “escenarios” en medio del conflicto, mostrando sus cualidades como bailarinas y cantantes, entre otras cuestiones. Variedades diversas que alegran, aunque sea por unos momentos, la vida de soldados y prisioneros. En uno de ellos ocurrido en Belchite, un suceso terrible cambiará sus vidas para siempre y hará que, muchos años después, se necesite la ayuda de la asociación de memoria histórica para recuperar su historia. Así, fantasmas y recuerdos vuelven para recordar que las heridas no están curadas y que todo lo que pasó fue un doloroso trance sin sentido que hizo que muchas familias se rompieran para siempre.
Quienes hayan seguido la obra de Sinisterra, desde que se estrenara en los años 80, reconocerán la esencia de la misma en escenas y diálogos, ya que es una adaptación muy fiel a la historia original aunque presenta varias novedades que encantarán tanto a fieles como a los no iniciados.
Sobre el escenario, dos actrices llevan al completo el peso de la función. Cristina Salvador encarna a Carmela mientras que María Carrión da vida a Maru, la hermana y partener de la misma en la compañía. Las dos realizan un trabajo de calidad, además de ser las autoras de esta adaptación, y de buen hacer que da vida al texto y llega al fondo del espectador. Son de destacar las actuaciones musicales en directo que ofrecen canciones y baile, además de la floración de la esencia de sus personajes en cada una de ellas. Si hay que poner una pega es la interpretación de la Maru anciana, puesto que le falta algún punto para llegar a ver bien el paso del tiempo en el personaje.
En cuanto a las cuestiones técnicas, la tendencia minimalista en escena sigue su curso en esta obra. Algunas cajas de madera, una cortina y alguna utilería más hacen las funciones de escenografía siendo creada por Rebeca de Arriba. Pero es que la obra no necesita más para funcionar bien como lo hace. La iluminación, también realizada por de Arriba, traza el mismo camino, destacando algunos cambios y unas proyecciones con imágenes reales de la contienda.
El vestuario es creado por María del Valle Reyes Bazán y sigue a la perfección las características escénicas que requiere este montaje. En especial, con el traje de flamenca con estampado de flores.
Y es que esta pieza debe ser vista de nuevo porque habla de nuestra esencia y, también, del Arte de nuestro pasado (véase la canción de las viudas de La Corte del Faraón) y qué mejor que hacerlo de la mano de La Basal y del Teatro del Barrio.
En el verano de 2000, Maru, una mujer de 89 años, recibe la visita de su hermana Carmela, desaparecida durante la Guerra Civil. Con ella, revivirá ciertos episodios fragmentados de su pasado. Maru tendrá que enfrentarse de nuevo a «Aquello que no sucedió en Belchite en Marzo del 38′». Su memoria la ayudará en la búsqueda de los restos de su hermana, que han permanecido enterrados durante más de 60 años en una de las miles de fosas comunes que comienzan ahora a romper su silencio.
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