El arte de la copla, tan denostado a veces incluso por sus propias figuras, vuelve a brillar estos días gracias a Miguel de Molina al desnudo. En esta ocasión, el Teatro Infanta Isabel se convierte en un templo en el que la memoria histórica tiene su casa y la figura de Miguel es recuperada con pases todos los viernes y sábados desde el pasado 27 de noviembre de la mano de la dirección de Félix Estaire.
La obra es un monólogo musical, interrumpido en alguna ocasión por la figura del pianista, en el que el artista se presenta ante los periodistas, que son el público, y con los que llega a interactuar, con la idea de contar lo que vivió y hacer un repaso a toda su carrera profesional. De ese modo, se va descubriendo cada etapa y faceta de Miguel de Molina. Desde sus inicios en una casa humilde hasta su exilio en Buenos Aires, pasando por su papel en la Guerra Civil y el lamentable suceso de su maltrato por parte de personajes afines al franquismo. Todo ello unido a una profesionalidad inmensa, a una vis cómica y a una mirada actual que atraen el pasado al presente de una manera sutil y admirable. Y es que además de teatro, lo que se ve y se siente es mucha música en escena, de tal calidad que llega a eclipsar la figura del propio Miguel. Hasta el punto que interpretaciones icónicas como La bien pagá o Me da miedo de la luna ponen los pelos de punta a la vez que anécdotas con Lorca o referencias a hechos actuales generan la risa general entre espectadoras y espectadores.
Y gran parte de esta gran obra de arte total se debe a la actuación en el papel del protagonista de Ángel Ruiz. El actor y cantante demuestra con este montaje que es uno de los mejores en su trabajo. Su encarnación perfecta del malagueño le hace brillar más allá de todo lo que hay en escena y todo ello se debe a un esfuerzo brutal que emociona a todo el que tiene el honor de verle actuar. Y es que Ruiz es capaz de mostrar hasta el acento y el más mínimo gesto del maestro sin olvidar las interpretaciones de otros personajes, como Concha Piquer. Un monstruo escénico sublime que hace que lo difícil sea fácil y que el respetable no pueda apartar la vista de la escena ni un minuto.
A su lado, y de igual valía, César Belda da todo el alma al piano y a todas las canciones que se interpretan en la obra. Magistral es su interpretación de Ojos verdes y Compuesto y sin novia, entre otras. Al igual que el juego de interrupciones que lleva a cabo con Ruiz de manera natural y fresca a lo largo de la pieza.
A su lado, y de igual valía, César Belda da todo el alma al piano y a todas las canciones que se interpretan en la obra. Magistral es su interpretación de Ojos verdes y Compuesto y sin novia, entre otras. Al igual que el juego de interrupciones que lleva a cabo con Ruiz de manera natural y fresca a lo largo de la pieza.
Todo ello en un escenario casi desnudo, creado por Lúa Testa, en el que destacan algunos elementos claves en el funcionamiento de la narración. En especial, el caso del baúl tocador que es hilo conductor de muchas anécdotas y vivencias.
También destaca sobremanera el vestuario de la mano de Guadalupe Valero. Camisas, sombreros, capas y otros elementos hablan de un trabajo muy bien realizado además de documentado. Al igual que en la iluminación de Juanjo Llorens en la que, si tengo que destacar algo, sería el emotivo momento de la canción Agüita del querer, dedicada al herido durante la guerra. Luz y vida unidos en unos segundos que sirven para transmitir todo el horror de un conflicto bélico con gran maestría.
Y es que nadie se debe perder esta creación porque las palabras obra de arte se quedan cortas. Así que no me queda más que recomendar a todos que vayan corriendo a verla y no pierdan más el tiempo a pesar de que ya lleva años en escena. La ovación final por parte del público lo demuestra.
Miguel de Molina es la mejor encarnación que ha dado España de la sugerente mezcla entre vanguardia y tradición. Ponía pasión y amor sobre el escenario, pero resultó molesto para muchos por ser un fenómeno de masas, de izquierdas y abiertamente homosexual. Artista de raza, se vio obligado a emigrar a Argentina. En esta obra, el personaje vuelve para contar su verdad, desde su infancia hasta los fugaces encuentros con Lorca y la tortura que sufrió ya terminada la Guerra. No es sólo un homenaje a su figura o una biografía musical, es la necesidad de contar a través de su vida algo que atañe a nuestro presente y de situar a la copla en el lugar que le corresponde, como un arte popular que surgió en tiempos de libertad y sedujo a grandes como Rafael de León, Manuel de Falla o el mismísimo Lorca.
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