La negrura comienza en las dos obras que se representan este mes de marzo y abril en El Pavón Teatro Kamikaze. Remiten a la realidad. Son realidad. Tan compleja y apabullante que cuando se terminan ambas, pareciera que el teatro estuviese en las calles y no en La Sala que abandonamos. Port Arthur y Jauría nos dan una nueva oportunidad. Pero quién sabe cuántas necesitamos.
Jordi Casanovas vuelve a investigar sobre el ser humano, en dos ejemplos de discordia acrobática sobre el escenario. Su empeño por darnos una bofetada es de agradecer siempre. Su dramaturgia es sinónimo de discordia, opiniones y diálogos cuando se sale del teatro. Hablar después de la incomodidad. Hablar después de agotar al espectador con lo que tiene delante y (nos) atraviesa.
Estos dos montajes, dirigidos por David Serrano y Miguel del Arco respectivamente, se han catalogado como Teatro Documento o verbatim porque fundamentan su dramaturgia alrededor de un hecho real. En este caso, son transcripciones reales; un interrogatorio que puede encontrarse en portales de activismo mediático como Wikileaks, que ha dado pie a varias teorías conspiratorias pues parte del diálogo está perdido, y declaraciones de los acusados y la denunciante del juicio La Manada.
Port Arthur se presenta como un digno montaje extrapolado del interrogatorio que tuvo lugar el 4 de julio de 1996 en la prisión de Risdon, Tasmania, a Martin Bryant, acusado de haber cometido la mayor masacre en la historia de Australia. Javier Godino y Joaquín Climent echan un pulso con Adrián Lastra en una hora y poco en la que nada falla (salvo la absurda peluca demasiado perfecta y femenina del protagonista resucitado en escena varias décadas después del episodio real). Este triángulo recrea con astucia lo que pudieron ser aquellas 8 horas y Lastra consigue un enigmático y atrayente personaje con el que vamos de la mano continuamente, sin dudar. Y qué gusto.
Jauría es un trabajo a partir del cual, mantener la esperanza. Su tratamiento, su puesta en escena, su mensaje, su ritmo… recrean una pesadilla pasada y presente aún. No hay distracciones ni mala puntería. La monitorización de los hechos nos da la posibilidad de ir más allá de lo que pasó esa noche. Y de hacernos preguntas. Las preguntas y las respuestas son lo mejor que cada uno y cada una nos vamos a llevar, además de ese abrazo final que hace saltar la chispa colectiva provocada por Fran Cantos, Álex García, María Hervás, Ignacio Mateos, Raúl Prieto y Martiño Rivas. Por supuesto, las voces contrarias no han tardado en aparecer frente a esta obra. Primero, las que se quedan sobre el relieve del tema y segundo, las que la tachan de oportunista. Lo es. Pero es ahora o nunca, superémoslo. Esta vez, la corriente está bien aprovechada para que reaccionemos. Porque si no, ¿cuándo?
Una mención aparte merece, sin duda, el trabajo de escenografía de Alessio Meloni. En ambas producciones, engrandece las historias que se cuentan. No acoge ni arropa a ningún personaje sino que cualquier acción la magnifica y la coloca en el lugar exacto de origen para transmitirla bajo óptimas condiciones. En paralelo, la iluminación de Juan Gómez Cornejo resulta imprescindible para realizar tantas lecturas como focos de atención se muestran sobre el escenario.
Un hombre es acusado de haber cometido un terrible crimen. Él no se acuerda de nada. Durante el interrogatorio, dos inspectores de policía harán todo lo posible para que recuerde algo. Hoy es su última oportunidad para conseguir que confiese. ¿Realmente desean que recuerde? ¿O solo quieren que firme una declaración que le inculpe? Esta obra reproduce lo que se dijo en una sala de interrogatorios de la prisión de Risdon, en Tasmania, Australia, el 4 de julio de 1996.
Dramaturgia a partir de la transcripción del juicio realizado a La Manada, construida con fragmentos de las declaraciones de acusados y denunciante. Una ficción documental a partir de un material muy real, demasiado real, que nos permite viajar dentro de la mente de víctima y victimarios. Un juicio en el que la denunciante es obligada a dar más detalles de su intimidad personal que los denunciados. Un caso que remueve de nuevo el concepto de masculinidad y su relación con el sexo de nuestra sociedad. Un juicio que marca un antes y un después.
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