En estos momentos de grietas, pero también de lucha y esperanza, lo mejor que podemos hacer es volver la vista atrás. Aprender de nuestra historia y tomar como ejemplo a las mujeres y los hombres que lucharon por unos valores que deben ser los nuestros. Y eso, dar sitio a los que no lo tuvieron y ya no están, es de lo que habla La voz dormida y su versión teatral que ha vuelto estos días a Madrid para habitar las tablas del Teatro Bellas Artes, en 4 únicas funciones, hasta el 12 de marzo.
La obra cuenta las historias de Hortensia, Tomasa, Javier… Personas que vivieron la derrota externa e interna en una España que pasó de ser democrática a vivir una dictadura. Un lugar territorio de la posguerra y sin espacio para el amor, la amistad o el arte. Un espacio en el que sí había represión, miedo, silencio y muchas cárceles inhumanas como la de Ventas, donde se encuentran encerradas las protagonistas de esta historia coral; solo por pensar diferente y defender lo que creían justo con uñas y dientes.
A todas ellas pone nombre y persona el personaje de Josefa Rodríguez García (interpretada por Laura Toledo), más conocida como Pepita, que simboliza a todas esas gentes que fueron denigradas, obligadas a callar y que, en muchos casos, ni tomaron arte ni parte en el conflicto. Ella, hermana de Hortensia, protagoniza un monólogo en el que nos narra varias de las batallas con las que tiene que lidiar durante el día a día. En ellas, hay resistencia, aguante, terror pero también hay espacio para el amor y algún que otro momento dulce. Pero la incertidumbre y la espera son duras compañeras de viaje para estas personas que fueron vistas como simples daños colaterales en este y otros enfrentamientos absurdos.
Esto es, simplemente, una lectura superficial de lo que esta creación teatral muestra a un espectador que a duras penas podrá contener la emoción desde su asiento. Ya que La voz dormida no solo es una historia más sobre guerra civil y dos bandos condenados afrentarse. Es un canto de lucha y de reivindicación frente a la cantidad de injusticias que se siguen viviendo en la actualidad. Eso y dar el lugar que les corresponde a los olvidados y marginados por los supuestos vencedores es la finalidad del relato que creara Dulce Chacón en 2002 y que hoy ve la luz en este montaje de Julián Fuentes Reta al que no le falta de nada para ser catalogado como brillante. Sin olvidar la estupenda labor de Cayetana Cabezas a la hora de adaptar una novela de más de 374 páginas sin restar nada de argumento y mostrando en carne viva todo lo que la misma transmite.
La interpretación de Toledo es puro teatro vivo. Con maestría lleva a buen puerto el personaje de una Pepita con mil y un matices. Un caleidoscopio emocional de gran dificultad que pone su trabajo a la altura de grandes damas de este género como es el caso de Lola Herrera y sus Cinco horas con Mario.
Todo esta labor se encuentra a la perfección en una escenografía, a cargo de Laura Ferrón (al igual que el vestuario, sencillo pero de calidad), muy potente y visual que muestra una telaraña que atrapa a todos mental y físicamente. A ella se une una máquina de coser, sustento y azote de las mujeres de la época, y una mesa que hace de personificación de las zonas de comunicación de la cárcel de Ventas. Un cuerpo que funciona a la perfección, al igual que la iluminación de Joseph Mercurio, con el alma de esta obra.
Especial mención en estos aspectos técnicos al elemento sonoro que lleva a cabo Luis Paniagua creando una atmósfera tan real que a veces llega a doler. Pero es que el Arte no es solo ese lenitivo del que hablaba Matisse; es provocación, sufrimiento o reivindicación. Mensaje de muchas formas que lo que busca, como reza la dedicatoria de la novela, es un reconocimiento “a los que se vieron obligados a guardar silencio”.
Pero la perfección es inalcanzable. Y este montaje tiene una pata que se tambalea en escena. Esta no es otra que la figura masculina interpretada por Ángel Gotor. No hablo de su buen hacer actoral, sino del poco peso que se le da en el montaje. Su figura, de espaldas en muchas ocasiones, hace ruido metafórico en la escena y no deja lugar a su expresión. Puesto que incluso en el instante de la carta, solo se le escucha en algunos momentos. Se entiende su papel después de los primeros minutos pero su figura está desaprovecha y su potencial se encuentra deslucido.
Voces que claman en un bosque de asfalto, barrotes o casas bajas una sola palabra y un solo sentimiento: libertad y amor. Y nunca más pondrán ser silenciadas aunque lo intenten.
Monólogo basado en la posguerra española, donde un grupo de mujeres son encarceladas en la madrileña prisión de Ventas. ‘La voz dormida’ enarbola la bandera de la dignidad y el coraje para lograr enfrentarse a la humillación, la tortura y la muerte.
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