Corren tiempos convulsos, es una obviedad decirlo, en los que parece que la gente ha olvidado todo lo que otros, los que se fueron pero aún están, vivieron, crearon, sintieron o sufrieron. El Arte es uno de los antídotos frente a esto y en esa lucha está Mauthausen (la voz de mi abuelo) que se puede ver todos los domingos de enero y febrero en Nave 73.
La obra, basada en hechos reales y dirigida por Pilar G. Almansa, relata la historia de un chico normal que se ve envuelto en un conflicto bélico entre hermanos. Éste le terminará llevando a un campo, como refugiado republicano, de concentración situado en Francia para después terminar en otros mucho peores como el de Mauthausen, pasando por convertirse en soldado en la segunda de las grandes guerras que poblaron el siglo XX. Allí conocerá más miseria, rivalidades, amores e incluso practicará deporte porque siempre hay que buscar luces en la oscuridad. Pero, sobre todo y a pesar de que la muerte reina en esos lugares, tendrá esperanza y luchará por salir de allí. Junto a otros compañeros, como el fotógrafo Francisco Boix, logrará resucitar del infierno y contarlo. Memoria histórica que su nieta, la actriz Inma González, interpreta sobre las tablas de la mítica sala.
Durante todo este proceso de supervivencia y superación ante la adversidad, el espectador asiste a una agitación de alma y consciencia en escenas como la que transmite la ferocidad y maldad de los nazis (memorable es el recurso de la lámpara portátil para dar más dramatismo; algo en lo que hay que tener en cuenta a los encargados de iluminación Jesús Antón y Sergio Guivernau) o la que muestra el horno crematorio. Y eso, que se sepa y que despertemos del sueño narcotizado en el que nos tienen presos, es lo que pretende esta obra.
Creación que puede definirse como un monólogo llevado a cabo por González con tal maestría que traspasa cualquier pared metafórica que pueda existir dentro de un teatro. En una transformación tan mimética y perfecta que parece que su abuelo está presente en todo momento. Representante de tantos abuelos y abuelas que, a veces, no tenían palabras para expresar lo que pasaron pero siempre dijeron todo y más con sus actos. Por lo que, en ocasiones, se necesitaría la figura de un replicante en la obra.
Un drama, con tintes de humor aunque parezca contradictorio, que muestra la vida de la gente de a pie que, como diría la canción, “solo quiere vivir en paz” y que se ve en vuelta en el horror y la maldad de esos otros. De esos monstruos que nunca habitaron ningún cuento infantil, sino que eran muy reales.
La escenografía, realizada por Rubén Díaz de Greñu, a pesar de ser sencilla acopla perfectamente al mensaje que se quiere mostrar al espectador; la forman unas luces que hacen de valla del campo, zapatos, humo, una escalera y una silla alrededor de los que se forma toda la obra.
El mismo camino lo sigue el vestuario, a cargo de María Calderón, básico pero demoledor a la vez que asemeja mucho la figura de la intérprete a la de su abuelo.
Quien se acerque a ver esta obra saldrá con sentimientos encontrados del teatro. Por un lado, tendrá el alma encogida; por el horror al que puede llegar el ser humano (tan real en la interpretación que se puede tocar). Pero, a la vez, con fuerzas para continuar (“dejadme la esperanza” como diría Miguel Hernández) y dejar claro que esos hechos que sucedieron, ni muros y ni otras cuestiones, se deben repetirse nunca más.
MAUTHAUSEN. La voz de mi abuelo quiere transmitir el testimonio real de un protagonista de nuestra historia reciente, a partir de los recuerdos grabados directamente por él mismo antes de morir, a los que da vida Inma González, su propia nieta. Manuel cuenta su huida de España tras la sublevación de Franco y el periplo que le llevó recorriendo Europa hasta el campo de concentración de Mauthausen, en el que estuvo desde 1940 hasta la liberación del mismo al final de la guerra por parte del ejército estadounidense. Su huída a nado de La Línea de la Concepción a Gibraltar, su paso por el ejército republicano, la dura estancia en el campo de refugiados de Argelés (Francia), cómo fue apresado por el ejército nazi, su llegada a Mauthausen, el trabajo en las canteras, el campo de exterminio de Gusen, los partidos de fútbol, cómo sacaron los negativos de Francisco Boix del campo, la comida llena de gusanos, los piojos, el frío, el recuento, los andrajos, las muertes por agotamiento, las ejecuciones… Manuel relata con la calma y la sencillez del que ha presenciado la atrocidad. Sin alharacas. Sin dramatismos. Sin concesiones. Pero, por encima de todo, MAUTHAUSEN. La voz de mi abuelo es un canto a la vida, a la fortaleza del ser humano, a la solidaridad y al humor como una estrategia, literalmente, de supervivencia.
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