La gente viste sangre mientras tú eres oro.
Nave 73 está siendo la segunda casa para el dramaturgo, director y actor Jose Andrés López, quien se ha instalado allí durante dos meses con Viviseccionados, la compañía que capitanea. En esta sala, hemos podido disfrutar en enero de 4,2 y, ahora, de Fauces. Ambas obras parecen tener un universo en común mientras sus diferencias abundan en el campo de batallas presentado en el escenario. En la primera, la historia de Joselito se abría en canal desde las tripas familiares y, en esta segunda, un incipiente deseo de fe expone los demonios más intrínsecos del ser humano, desde tantas facetas como dioses ha creado.
Fotografía de Virginia Rota
4,2 revienta por todos sus extremos y cavidades sin pedir perdón por cada una de las palabras que vomita. Para traducir el texto, Jose Andrés comparte cuerpo artístico con Carlos Gorbe, Paloma García-Consuegra e Irene Domínguez, quienes estallan sin finuras desde una caverna familiar, pasando por un escondite escolar y llegando, a ultranza, a la madurez hecha derrota, en la que ser insuficiente es la baraja que tenemos para seguir jugando el resto de nuestras vidas. Al final, todos acabamos ahogados con este montaje, que resulta ser un bodegón de naturaleza muerta insurgente y que abandonaba Nave 73 como un cuadro que deja la huella de haber estado hiriendo la pared durante mucho tiempo.
Fotografía de Virginia Rota
Con la llegada de Fauces, tenemos la afianzada sospecha de que Jose Andrés López parece tener un especial interés en destripar las contrariedades que nos ahogan y aquellos aspectos que tenemos delante y sobre los que no reflexionamos (o no queremos hacerlo). Por ejemplo, qué hacemos delante de un altar intentando pedir milagros a la escultura de un cadáver abrillantado en oro. Por qué y cómo es posible que la lista de malvados históricos y reales se siga inflando. Cuánto pesan y aprietan nuestros miedos y nuestros mejores sueños (hechos realidades). Cuántas lanzas de flores envenenadas hay dictaminadas para cada uno de nosotros. Qué nos está intentando decir el teatro que no queremos ver.
Fotografía de Virginia Rota
El exorcismo practicado por estos tres actores es aumentado por María de la Flor, quien toca el violín a la vez que hace tocar el cielo al público. A su lado, Jose Andrés López se sienta a dialogar con nosotros con una sencillez cruda e inhalada de un lazo invisible, pero universal, que le hace estar atado al público desde que entramos en la sala y nos miramos a los ojos. Carlos Gorbe vuelve a hacernos disfrutar con otro de sus viajes, a modo de collage musical y sensorial, ya que equivale a un pájaro en libertad sobre escena, sin más ataduras que las manos que necesita para devanar el espacio sonoro y la instalación. Y el invitado de honor esta vez, Román Méndez de Hevia, hace un desgaste físico y emocional tan potente como angustiante, llevando al límite esta comedia amarga que evalúa lo que amamos y adoramos, como colectivo y como individuos. Además, la plástica teatral de Antiel Jiménez (quien también ejerce como ayudante de dirección) nos envuelve en la lujuria y en la pretensión necesarias para rozar el éxtasis, flexionado a la voluntad artística.
Fotografía de Virginia Rota
Sentarse en Nave 73 a ver Fauces es entrar en un agujero negro con la fe fundida en terror(es) e idolatría(s) y salir desdoblado de certezas, agujereado de olores y agradecida porque el teatro se siga sabiendo revolver mostrando sus propios obstáculos, físicos y emocionales, sin parar a lamerse las heridas. Fauces es pan de oro atragantado.
El terror se vence con amor.
A mi alrededor veo gente dispuesta a luchar y matar por sus dioses, gobernantes y cualquier figura que les transmita poder y promesas. Mi fe no entiende de creencias religiosas, políticas o ideológicas. Yo adoro algo más bello. Fauces es una obra dividida en escenas independientes que tratan la adoración como sentimiento que une a las personas, desde un amante a un terrorista.
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