Había una vez, un ogro que quería ser el único rey y, para asegurarse, se comió a toda su estirpe habida y por haber. Igual que un Saturno devorando a sus hijos, comienza esta nada inocente obra, duramente agrandada por las historias reales de dos adolescentes. Los Teatros del Canal acogen el estreno absoluto de la versión en español de La tristeza de los ogros, en la que comprobamos que, para sobrevivir, un ogro necesita su ración de carne fresca y de sangre.
Fotografía de Luz Soria
Fabrice Murgia estrenaba en 2009 la versión original de este espectáculo. Desde entonces, ha pasado por varios países, adaptando diferentes historias patrias para enseñar, de la misma manera pero con diferentes protagonistas, una fábula sobre el desconcierto y, quizás, la pérdida de rumbo de toda una generación que se consolida con tintes negros y mediáticos. Su texto, adaptación en nuestro país de Borja Ortiz de Gondra, y su dirección aúnan una compleja reflexión sobre el antes y el después de dos fechas claves que azotaron las noticias y las mentes de muchas personas y que, ahora, recrean el imaginario de los adolescentes españoles.
Bastian Bosse y Natascha Kampusch son los dos ejes desde los que se construye y se representa toda una metamorfosis intranquila y motivadora de preguntas. Al lado de Nacho Sánchez, que aborda su personaje con la inquietud de un niño y con la fuerza de un hombre, y Olivia Delcán, mostrando sus excelentes dotes para fijar la vista en ella y mantenerla sin pudor, existe una presencia que ayuda a hilar ambos casos y completa un círculo extraordinario. Andrea de San Juan, enclaustrada en un exigido desvelo emocional y artístico, se toma todas las licencias para impactar con su personaje y ayudar a perder la inocencia contenida.
Fotografía de Luz Soria
Murgia se ha basado en el blog personal de Bastian, descargado de Internet, y en las entrevistas de Natascha, concedidas a la televisión, para construir un cuento onírico en el que la pérdida de la infancia es simplemente la base para mezclar ficción y realidad y para trasladar varias verdades a voces que navegan entre la desdicha más potente y la oscuridad más latente. Siendo dos formas de intentar comprender dos acciones que comenzaron mucho antes del primer disparo o del primer paso hacia la libertad, Murgia comentaba en rueda de prensa que escribió esta historia “en un momento de mi vida en que acababa de tener un hijo. Me encontraba entre ese papel de padre, con una gran responsabilidad que asumir, y el papel del adolescente, aún soñador. Es uno de esos espectáculos que sólo puedes escribir una vez en tu vida. Es ante todo autobiográfico”, añadiendo que hace “un teatro de preguntas y no de salvaciones”.
Fotografía de Luz Soria
La búsqueda de la identidad, el miedo de los niños como energía que viaja dentro de todo el espectáculo, la moralidad de unos pasos acertados o equivocados, la astucia de dos personajes para deshacerse de lo que les aprisiona, las motivaciones y las consecuencias… todo esto juega en escena con los códigos del teatro de adolescentes. Para ellos, creemos que es una magnífica forma de llegar y no de justificar, funcionando a la perfección para que prueben y comprueben un camino tortuoso y nada agradable, seguramente, de contar. El intento de equilibrio balanceado entre dos mínimos habitáculos, a modo de escaparates virtuales y saltos al precipicio, es claro y directo, así como el azote social que hurga en los orígenes de estas dos trampas destructoras. Pero también es posible que el resto del público que haya dejado atrás la minoría de edad necesite un escalón más.
Fotografía de Luz Soria
Este montaje es una coproducción entre el Théâtre National de la Communauté Française de Belgique, Teatre Lliure y Teatros del Canal que, además, cuenta con el trabajo, entre otros muchos, de un necesario y preciso vídeo de Jean François Ravagnan, del efectivo diseño de vestuario de Ana López Cobos y de la ayudantía de dirección de Diego Garrido (al que ya disfrutamos en Esto no es la casa de Bernarda Alba como actor y al que ya tenemos apuntado en la lista de descubrimientos inolvidables del 2017).
La tristeza de los ogros aborda su estructura como un cuento onírico, con complementos audiovisuales y tecnológicos en escena, pero se acompaña de un toque macabro por el hecho real. “Son tres pequeñas historias que utilizan estos dos casos para hablar de algo mucho más grande que es la pérdida de la infancia”, nos explicaba Andrea. “Es un paso muy abrupto de la adolescencia a la madurez, de golpe”, completaba Nacho.
Y colorín colorado, este cuento no ha acabado.
El 20 de noviembre de 2006, Bastian Bosse, alemán de 18 años, disparó a cinco compañeros de su instituto. Después se suicidó. Había cumplido con precisión el plan que había anunciado en las redes. Unos meses antes, la austriaca Natascha Kampusch, de la misma edad, escapaba de la casa donde había vivido diez años secuestrada. A partir del blog personal de Bosse y de las entrevistas que Kampusch concedió durante y después de su hospitalización, la primera obra de Fabrice Murgia trama una fábula que muestra el desconcierto de su generación. Pero él matiza: «No es una obra sobre Kampusch y Bosse, sino sobre la pérdida de la infancia».
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