La guarda cuidadosa y El rufián viudo son los dos entremeses “nunca representados” que Ernesto Arias dirige en el Teatro de la Abadía desde el pasado 23 de noviembre. Ambas piezas cervantinas comunican en presente la libertad humana, sobre todo la femenina, con palabras del pasado que aún podremos encontrar salvadoras de lo que somos ahora.
Fotografía de Sergio Parra
Tras celebrar, hace dos temporadas, el XX aniversario de este teatro, con un reencuentro con los Entremeses (La cueva de Salamanca, El viejo celoso y El retablo de las maravillas), Arias vuelve a indagar en las palabras de Cervantes, a través de un grupo de actores del Centro de Estudios, con Dos nuevos entremeses “nunca representados” —calificación tomada de la portada de la primera edición impresa de las piezas—: El rufián viudo llamado Trampagos y La guarda cuidadosa.
Fotografía de Sergio Parra
Con un lenguaje y una forma pícaras y exquisitamente bien exhibidos en el espacio madrileño, el valor colectivo y la pertenencia a una lengua universal se aúnan en el conjunto de una obra dominada por el canto de los personajes, sus desvaríos y sus luchas en un respeto verdadero por Cervantes. Temas sobresalientes, como la libertad de las mujeres, el valor individual y la fuerza colectiva, y otros más inocentes y personales quedan al descubierto en un paisaje desolador en el que cada personaje es víctima de sus propias penurias y desacuerdos con la vida que lleva (o que le ha tocado vivir).
Fotografía de Sergio Parra
Aída Villar, Carmen Bécares, Carmen Valverde (cuyo momento de esplendor tiene tanta dulzura y madurez que consigue un silencio memorable en la sala) Ion Iraizoz, José Juan Sevilla (quien amarra como ninguno un interés especial al predominar su estancia en escena, primero, con migajas y, después, con un banquete en su magnífico Escarramán), Marcos Toro, Nicolás Sanz, Pablo Rodríguez y Juan Paños y Luna Paredes (cuya unión en el escenario no deja duda alguna de su comodidad constante frente a cualquier público) se ponen al frente para interpretar un trabajo difícil pero llevado a cabo con impecable razonamiento escénico y motivador de fieles aplausos, tanto de los más asiduos al Teatro de la Abadía, como de los nuevos que se interesen por estos clásicos tan bien traídos y extraídos. Desde un ambiente humilde y lúgubre, se extrapolan las acciones a uno más festivo, claudicado por la supervivencia y sobrellevado por una realidad más que grosera con los protagonistas.
Fotografía de Sergio Parra
La Sala San Juan de la Cruz acoge también a Brenda Escobedo en la dramaturgia, Eduardo Aguirre de Cárcer en la composición musical, Rosario Ruiz Rodgers en la coordinación artísticas, Silvia de Marta en la ambientación, Carlos Díaz en iluminación, Raquel Alarcón como ayudante de dirección, Javier García en la coreografía, Vicente Fuentes como maestro de voz y José Troncoso al frente del taller de bufones. Cada uno ha logrado configurar un montaje cuyas divisiones no representan grietas ni pausas entre las diferentes escenas, sino que acontecen un milagro con capacidades suficientemente estables para tener la oportunidad de ir a disfrutarlo hasta el próximo 10 de diciembre.
Estos dos nuevos entremeses se pueden clasificar como piezas “de ambiente”, en las que se evocan universos muy concretos. El rufián viudo llamado Trampagos nos muestra el mundo del hampa y de la prostitución, mientras que La guarda cuidadosa presenta un friso de actividad y oficios vinculados a entornos urbanos: soldado, sacristán, zapatero, buhonero, etc. En ambas piezas, uno de los personajes debe elegir pareja y en ambas el factor decisivo es el dinero. Pero más allá de la historia, su atractivo radica en el trazo de los personajes, la comicidad de la situación, las posibilidades de juego que ofrece a los actores y dotar de oralidad la belleza literaria de Cervantes.
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