Cuenta la antigua mitología griega que existían nueve musas. Hijas del poderoso Zeus y de la evocadora Mnemósine, a cada una de ellas se le otorgó el don de velar por diversas disciplinas. Así, como ejemplo, Clío se encargó de la Historia, Calíope de la Poesía épica y Terpsícore de la Poesía ligera y de la Danza. Desde ese momento, han alumbrado con sus candiles inspiradores muchas de las obras que estas disciplinas han creado y, también, han dado a luz a las manos que las han llevado a cabo.
Esto último se ha podido ver reflejado en la realización y puesta en escena de dos obras del recientemente celebrado festival Flamenco Madrid. Muchas han sido las creaciones artísticas que se han podido ver en las tablas del Teatro Fernán Gómez, J.R.T y La Chana, Diosa del compás, han sido dos propuestas tan especiales que han sabido mostrar amor, recuerdos, vida, muerte, alegría y muchos sentimiento más como el núcleo de lo que significa el Arte flamenco, ese que, en ocasiones, es muy difícil de ver porque se esconde entre tópicos y viejas visiones que, simplemente, le absorben y no le dejan mostrarse, tal como es, ante los ojos del público. Esa misma sensación de asfixia la lleva padeciendo, incluso después de emigrar al otro mundo, el protagonista de la primera obra. Este no es otro que don, tratamiento que se merece sin discusión, Julio Romero de Torres, el mismo que pintó a la mujer morena y que ha sufrido el lado amargo de la fama y el destierro más deplorable, visto desde calendarios de cuartos de estar y estampas de salón. Penosa e inmerecida situación que poco a poco va curando estigmas gracias a propuestas como la que llevaron a cabo Úrsula López, Tamara López y Leonor Leal el jueves 25 de mayo en el también llamado Centro Cultural de la Villa en su puesta de largo en Madrid.
J.R.T propone un viaje que se inició con la proyección sobre el telón de varios de los lienzos del pintor (en un formato que recordaba a las antiguas diapositivas; técnica que, en ocasiones, dificultaba el visionado de las obras), lleno de conocimiento y profundidad a la figura de nuestro Leonardo cordobés, como ellas mismas le presentaron, visitando la tradición y la novedad, en partes iguales, teniendo como punto de partida y llegada el Flamenco con mayúsculas.
No crea el lector que lo que se vio allí gracias a estas bailaoras y otros artistas presentes (cantaoras y músicos; destacando Proyecto Lorca que aportó lecturas nuevas a las que se suelen dar a obras como La morena de mi copla) fue una puesta en escena de la vida de Romero de Torres sobre las tablas, a modo del recorrido cronológico de la obra sobre Miguel de Molina que se ha podido ver en los escenarios (próximamente en los Teatros Luchana). Lo que se mostró en esta representación fueron pasiones, fuego, sensualidad, maestría, ironía (con expresiones como yo pensaba que alternar era venir un día y al otro no)… en definitiva, todo lo que significa la obra de uno de los pocos artistas simbolistas de nuestras filas pictóricas al que tan poco hemos valorado tiempo atrás. También, sufridoras si cabe más que el pintor, fueron protagonistas todas las mujeres que en algún momento posaron para él. Mujeres como Rafaela Torres, Adela Moyano o Ángeles Muñoz…Todas reinas del lienzo, flamencas, pero, sobre todo, maltratadas por una sociedad amante del folletín y de roles desfigurados que solo buscaba cosas superfluas en algo que era mucho más profundo.
Úrsula, Tamara y Leonor fueron las maestras de ceremonia en una composición en la que se interpretaron piezas en solitario y otras de manera conjunta, con vestuario diferente y, en ocasiones, alejado del canon tradicional, sin olvidar que lo que realmente importa es la esencia de este bien inmaterial de la humanidad reflejado en el zapateado al desnudo o el movimiento de un mantón de Manila acompañado únicamente de sus susurros.
Estoy segura de que, desde el patio de butacas, expectante y en el papel de espectador como en su Nuestra Señora de Andalucía, el creador andaluz disfrutó de este homenaje a su figura sonriendo como nadie a la interpretación, en los momentos finales y entre otros, de Testamento gitano.
Propuesta distinta, pero a la vez enlazada por distintos puntos de unión, como el del sentido homenaje hacia una gran figura, fue la que se pudo ver en el mismo escenario la tarde del pasado 4 de junio. Durante más de dos horas, la magia creada por una bailaora consagrada, que ha resurgido para quedarse, y otros artistas como Lole Montoya o Eva Hierbabuena, reinó en un escenario que solo tenía ojos para ella y su regreso. Estoy hablando de la vuelta de La Chana, en un estreno absoluto en el que, durante varios momentos, el público aplaudió de pie y marcó el compás a modo de agradecimiento.
Qué es lo que tiene La Chana
La diosa del compás
Que cuando la veo bailando
Me tengo que emborrachar
Su regreso comenzó con un cuadro flamenco que desencadenó un sinfín de interpretaciones en las que se abordaron distintos puntos, abarcando desde el pasodoble hasta el arte propio de otra grande, Rocío Jurado, con Se nos rompió el amor. Todo ello enmarcado en una escenografía simple pero a la vez compleja (sillas colgantes, un muro que fue derribado por Antonio Canales y proyecciones, entre otras, de fotografías de la artista formaron esta parte de la obra). Y es que, si algo es La Chana es el Arte y la contradicción. Expreso esto porque sus apariciones en esta obra mostraron el cultivo de la improvisación y ésta, aunque parece fácil, es lo más complicado que un artista puede llevar a cabo delante de un público ilusionado, que ha llenado todas las localidades disponibles.
Sin duda, Diosa del compás es una propuesta que transmitió emoción y esperanza ante las injusticias de la vida. Es algo que se recogió en un momento extraordinario, en el que Canales hizo una ofrenda a esta diosa del flamenco (aunque vea, humildemente, que ese título es demasiado para definirla a ella) con los pétalos de una flor que cayeron desde su cabeza, recorriendo todo su cuerpo, en un éxtasis tan grande que, en alguna ocasión, hicieron que abandonara la silla desde la que bailaba. Quizá, por poner un lado algo más amargo, fuera excesiva la duración del espectáculo y hubiera sido más vistoso que La Chana hubiera estado más presente en él. Y es que los años no pasan en balde pero, en ocasiones, sí lo hacen y dejan que se produzcan verdaderos milagros como el de esa tarde de junio en el Teatro Fernán Gómez.
Quizá, en otra ocasión, los astros se unan para repetir lo que se ha vivido en las entrañas de este teatro que está de aniversario. Siguiendo el espíritu de La Chana, solo nos queda decir: Dios proveerá.
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