Primero fue realidad. Después, se convirtió en noticia. La historia continuaba y se estrenaba como pieza radiofónica en la BBC, dirigida y editada por Paul Dodgson, y como versión teatral escrita por la londinense Hattie Naylor en 2010, en el Soho de Londres. Se han realizado traducciones a 8 idiomas y producciones de la misma en países como Brasil, Holanda, Estados Unidos, Grecia o Georgia. Ahora, la obra Iván y los perros llega al Teatro Español, protagonizada por una huida al pasado llena de hambre y de miedo en el escenario de las calles de Rusia, a 30º bajo cero.
La Sala Margarita Xirgu del Teatro Español acoge este monólogo contado en presente, para sobrevivir a unos hechos que nos llegan directamente de sus recuerdos y de las vivencias de un personaje al que cuesta mantener la mirada ante la profundidad del mundo que recrea. “Iván es una persona muy limpia, emocional y esencialmente puro, cuyo aprendizaje lo hace en la calle, con los animales, él solo”. Así describe el actor protagonista, Nacho Sánchez, a este niño adoptado que consigue guiar al espectador por el camino de la esperanza.
Es el estreno en castellano y en Madrid de este texto, que ya gozó en nuestro país de una exitosa versión en catalán en el Teatre Lliure, bajo la dirección de Pau Carrió, en 2012. “Es casi la historia de un niño salvaje en la que la jungla es la ciudad y donde tiene que aprender a sobrevivir”, comentaba el director Víctor Sánchez, encargado también de esta adaptación junto a Juanvi Martínez Luciano. “Este texto habla de la fragilidad del humanismo, de que en un momento de crisis, el ideal de solidaridad entre comunes se desquebraja”.
Escapando de la casa en la que habitaba con el maltrato de sus padres, Iván huyó encontrando otra familia, esta vez, animal, aunque quizás más coherente. El Moscú post-soviético de principios de los años 90 fue su casa durante dos años y las calles su refugio, junto a miles de niños más. “El texto es un alegato a encontrar lo humano en otro sitio, un aullido necesario para estos tiempos”. El lenguaje se transforma hacia lo salvaje, así como el teatro se adapta a las circunstancias reales de esta historia. El aullido es protagonista cuando se alza la voz para indagar en el reflejo y en el refugio que este niño encuentra en una manada de perros, entre los que aprende a sobrevivir.
Iván y los perros es una producción de La Pavana Companyia Teatral, con la colaboración del Institut Valencià de Cultura, INAEM, Ajuntament De Sagunt y La Nau Escénica. El productor ejecutivo de la compañía, José Alberto Fuentes, explicaba la apuesta que han hecho por “una fusión de jóvenes talentos con gente con más experiencia porque creemos que es importante que las generaciones veteranas y las nuevas trabajen conjuntamente”.
El trabajo se completa con música y espacio sonoro de Luis Miguel Cobo, el espacio escénico y vestuario de Mireia Vila Soriano, quien explicaba que han trabajado el concepto de crear una atmósfera, huyendo de lo figurativo, conformando un espacio “muy simple, pero muy poético y simbólico”, la iluminación de Luis Perdiguero y Cristina Fernández en movimiento y como ayudante de dirección. El estreno se produjo en diciembre del pasado año en Sagunto y, en el Teatro Español, cierra temporada en la sala pequeña. Conmovedor, sin artificios e insuperable por la humanidad que arroja.
Nacho Sánchez se está calzando el Teatro Español del 25 de mayo al 18 de junio, con una actuación sin fisuras, en la que lo da todo y más y en la que alcanza un nivel escénico al que rendirse. Bajo su atenta mirada a cada uno de los espectadores presentes y con su entrega agónica, asistimos a un relato sincero que acepta todas las tonalidades humanas y perrunas que transmite este joven actor. Su compromiso teatral es inaudito. Y la dirección que ha realizado Víctor Sánchez, inagotable y decidida, es merecedora, sin duda, de parte de los aplausos en pie que reciben cada día, junto al resto del equipo, con quienes ha logrado recrear, en un ahora, un tiempo inolvidable en el que la emoción es la base, aumentada hasta la reflexión más cruda sobre nuestra humanidad. Salir temblando del teatro es lo mínimo que vais a experimentar viendo esta adaptación de Iván y los perros. Os lo aseguramos.
Entrevista a Nacho Sánchez:
¿Qué importancia tiene tu corporalidad y el movimiento en este montaje?
Sin convertir al personaje de Iván en un animal, porque realmente estuvo dos años en la calle, queríamos ver como a través del cuerpo y de la gestualidad también se podía contar la vida que él ha pasado; su miedo, su estado de alerta, su relación con los perros. Es un chico solitario, que ha tenido que aprender a base de golpes, y eso se queda en el impulso, en la rapidez y en el tipo de movimientos. Además, añade algo poético al contenido y a la estética.
Un niño que convive entre perros. ¿Dónde está el límite en escena entre el humano y el animal?
Iván no hace distinciones. Le gustaría que no hubiera diferencias entre lo humano y lo animal porque lo considera lo mismo, ya que lo importante es que el otro es parte de mi manada y hay que apoyarle, salir adelante como equipo. El límite es bastante difuso o, al menos, es lo que quisiera él.
¿Qué ha sido lo más difícil de transmitir en esta obra?
El texto no escribe emociones sino hechos. A partir de ahí, el público tiene que asimilar lo que acaba de ver y de escuchar, que parece muy objetivo, y transformarlo y saber en qué parte le toca. De alguna manera soy narrador y tengo que hacer que el espectador entre, desde el principio, a descubrir mi espacio, el clima, la soledad, la relación con el entorno, etc. Es difícil recrear el conjunto y que todas las partes se logren relacionar.
¿Hay perdón en Iván y los perros?
No puedo hablar por el verdadero Iván pero creo que el nuestro es capaz de perdonar, no de una manera altruista, sin olvidar, pero sí porque encuentra la manera de estar feliz, tranquilo y en paz en el mundo en el que está. Hay momentos en los que pierde toda la esperanza pero, al final de la obra, encuentra una manera de estar bien.
Iván y los perros, ocurrió. Fue una historia real, la historia de Iván Mishukov que con tan solo cuatro años tuvo que escapar de un padrastro que lo maltrataba y de su madre alcohólica que era incapaz de defenderle, y se echó a la dura calle del primer Moscú post-soviético donde la historia de Iván no era la excepción: cientos de niños se guarnecían del frío en las estaciones de metro junto a sus perros callejeros. Iván encuentra en sus perros el amor que el mundo le niega, por eso el texto es un alegato a encontrar lo humano en otro sitio cuando vemos que en el vecino, o en nosotros mismos, se ha evaporado. Un aullido necesario para estos tiempos.
Fotografías realizadas por Cristina Alonso Pascual. Galería completa aquí
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