El Goya a mejor película ha sido en esta edición 2017 para Un monstruo viene a verme. Y no es para menos; la nueva película de Juan Antonio Bayona es una suma exultante de talentos. Recopilemos; al talento del barcelonés se suman las actuaciones del pequeño Lewis MacDougall (Conor), un niño de 12 años que, ante la grave enfermedad de su madre (Felicity Jones), construye un mundo de fantasía donde refigurarse, una guarida imaginaria donde cobijarse de todas sus desventuras: el delicado estado de su madre, el acoso que sufre en el colegio, un padre de presencia intermitente y una abuela (interpretada por Sigourney Weaver) que le fuerza a madurar y a enfrentarse, por fin, a sus problemas.
Pero un día, ese universo fantástico toma la forma de un monstruo (tras el que se esconde Liam Neeson). Un viejo árbol aparece una noche en la habitación de Connor para proponerle un reto: contarle tres relatos a cambio de una historia final en retorno. A partir de entonces, y cada noche a las 12:07, el joven se adentrará en una nueva aventura, a través de la que se enfrentará al dolor y a la verdad, a la muerte y a la vida. Una aguda reflexión sobre la gestión de la emoción y la resilencia humana, rompiendo con la artificiosidad de una moraleja única e inevitable, para enseñarnos que la vida es un abanico de posibilidades y que no hay una única lectura de los acontecimientos.
Ya decía Patrick Ness, autor de la novela homónima al origen del film y guionista de la película, que “las historias son criaturas salvajes. Cuando las sueltas… ¿quién sabe los desastres que pueden causar?” Y es que el poder evocador de la metáfora y la fuerza transformadora del relato quedan patentes en esta historia, como un bello elogio a la capacidad transformadora de la narrativa oral. Y es que desde la infancia, los cuentos nos acompañan a construir nuestra imagen de la realidad, a conjurar temores, a hacer brotar nuestros sueños y emociones y a aprender valiosas lecciones. Las historias son puentes que conectan al hombre con su pasado, con su presente y su futuro. Pero no con su versión concreta de éstos, sino con el universo de posibilidades que se despliegan ante él. Es ahí donde reside su magia, en la materialización de esas eventualidades que abren una brecha de duda, de reflexión y cuestionamiento, agitando sus moléculas para que choquen y generen el cambio.
Además, los cuentos son un vehículo sensacional de integración de lenguajes artísticos. De hecho, el film de J.A. Bayona lleva al cine un cuento que ya había sido ilustrado por Jim Kay, cuyos trazos inspiraron las formas que adopta el personaje en la gran pantalla. Además, la historia es toda una mise en abîme, por ser un cuento que contiene, a su vez, otros tres relatos intrínsecos. Son tres historias simbólicas de ira y de injusticia que enseñan a Connor, protagonista del tercer relato, que en la suya, como en todas las historias, no hay buenos ni malos, sino situaciones relativas.
Las historias toman cuerpo en acuarelas digitales que son ilustraciones made in Spain por Headless Productions, un estudio de diseño, ilustración y dirección de animación asentado en Barcelona. Una experiencia pionera para esta empresa de tres socios, fundada en 2008, que ya había colaborado en la película Las aventuras de Tadeo Jones. En definitiva, un trabajo exquisito de ilustración construido a imagen de las indicaciones de Bayona, muy presente en la concepción de las animaciones y gran apasionado del arte del dibujo (de hecho su padre era un gran dibujante). «Bayona no ha sido para nosotros un cliente más, con el que negocias y ya está. Hemos trabajado codo con codo y mantenido un diálogo constante», explicaba el diseñador. Todo un reto para estos artistas, cuyo propósito era integrar las historias en la narración del film, así como poner de relevancia el poder de la imaginación, para sobrevivir, y del arte (sea ilustración, narrativa o cine) como catarsis redentora.
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