Si vas a intentarlo, ve hasta el final. De otro modo, no empieces siquiera.
La Sala Nao 8 en Madrid tiene la buena costumbre de acoger obras en su espacio que son capaces de superar las expectativas. Siempre tienen un toque diferente, edulcorante o excitante, que hace que un montaje en su pequeña sala off se convierta en todo un lugar en el que vivir algo más que la historia que ocurra en escena. Y Lanzar los dados es sólo una muestra de todo esto.
Entramos en un despacho oscuro, “con las persianas bajadas para que no entre la luz, ni el aire, ni el pasado; tampoco el futuro”. Pero antes de abrir la puerta, el espectador ya está jugando. Como si fuéramos a ser detectives en segunda línea de batalla en nuestros asientos, ya hemos leído unas instrucciones dadas y ya está rondando por nuestras cabezas parte del enigma que compone este puzzle de asesinatos. La organizada atmósfera, además, nos hace respirar intranquilas. Es necesario que esto que os escribimos no cuente tanto como una crítica de la obra, sino como un cúmulo de buenas y divertidas sensaciones que nos provocó el rato que estuvimos recreando un mortal acertijo con únicamente dos actores.
Un escritorio, un teléfono, una máquina de escribir y algunas copas de más nos dan las primeras pistas atemporales de la investigación que están realizando dos policías. Cuando entras y ves la actitud de Sergio Torrico ya sabes que va a pasar algo fuerte. Y cuando comienza a hablar, te tiembla el cuerpo. Su reconversión hacia un personaje oscuro pero valiente, arisco pero decidido es absolutamente brillante, tanto que la violencia que utiliza en contadas ocasiones hace que el público se mueva intranquilo en sus sillas. Enfrente de él, Diego Thomé hace maravillas con su personaje, igualando la osadía del primero y superándola en un camino marcado por los detalles.
Hay un momento en el que el argumento de la obra da un giro tan necesario como esperado, en el que la tensión es máxima a partir de un texto creado por Miguel Ángel González y dirigido por Torrico, una situación que no pierde el equilibrio en ningún momento. Ambos han conseguido que esta obra sea una reconstrucción de hechos propia de una película, cargada de humo que nos llevamos a casa y con una escenografía que nos permite recolectar todos los gestos y datos aportados, como si estuviéramos ante una escena del crimen.
El ritmo, la luz cambiante que ofrece un viaje en el tiempo, la suma de pistas que va aumentando la inquietud y la astucia que conecta todo lo que pasa hacen de Lanzar los dados toda una experiencia para disfrutar, para no poder relajarte ni un solo minuto. Esta obra pertenece a ese teatro off que te hace casi involucrarte, que te cambia la estrategia de sentarte en una silla “a ver qué pasa” y que, sobre todo, maneja un lenguaje y unas formas por las que dar gracias por desafiarnos y con tanto valor escénico.
Dos hombres dentro que buscan a un asesino que caza a sus víctimas fuera pero que, inexplicablemente, siempre parece estar presente. Junto a ellos, terminando las frases que dejan inconclusas, haciéndoles preguntas para las que no tienen respuestas, proponiéndoles macabros juegos en los que solo él conoce las reglas. Ambos esconden un pasado del que nunca hablan. Ambos conservan heridas que no llegaron a cicatrizar. Y ambos tienen un mismo objetivo: cazar al asesino al que buscan.
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