Todos nos hemos preguntado alguna vez si, en el caso de que la Tierra dejara de ser habitable, podríamos encontrar otro planeta donde vivir. Passengers habla del viaje de Jim Preston (Chris Pratt) y Aurora Lane (Jennifer Lawrence) hacia un nuevo planeta que colonizar. Ellos son dos de entre los 5.000 pasajeros que hibernan en la nave espacial Avalon, donde dormirán durante 120 años. Sin embargo, ambos despiertan 90 años antes de alcanzar su destino.
El tráiler del film nos la presenta como una historia de amor contextualizada dentro de la ciencia ficción. Pero al llegar a la sala de cine, la película nos sorprende con una profunda reflexión acerca de los límites de la moral y los efectos del sentimiento de soledad sobre el ser humano -puesto que, a pesar de los miles de personas que hay en la nave Avalon, los protagonistas son los únicos que están despiertos-. Todo ello se acompaña de una muy lograda ambientación a través tanto del decorado y los efectos especiales como de la música de Thomas Newman, que producen una inmersión casi instantánea del espectador.
Aunque durante el primer tercio de la película el romance entre los protagonistas ocupa un segundo plano, siendo el género central el de la ciencia ficción, la relevancia del amor se incrementa progresivamente y el film inicia una transformación hacia el cine clásico de Hollywood, olvidando el conflicto principal -o que al menos lo parecía hasta el momento- planteado por Passengers: el de dos individuos que despiertan de su hibernación antes de lo debido. Así, tras una serie de incongruencias, inverosímiles incluso en el ámbito de la ciencia ficción, se desvanece la sumersión del público que se había logrado.
Aun así, dejando de lado el decepcionante final, esta película posee escenas inolvidables y una banda sonora fantástica y completamente acertada, lo cual hace que Passengers se convierta en un film que, bajo mi humilde opinión, vale la pena ver y, sobre todo, disfrutar.
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