Lo que pasa fuera de línea, se queda fuera de línea.
iMe es el futuro. O es el presente en el que vivimos sin remedio. Sea como sea, esta obra presenta y representa una realidad que no se nos está quedando lejos. De la mano de cuatro actores en escena, el público asiste a la decadencia de nuestra civilización, embutida en una pantalla que hace las veces de vida, exterior e interior. El Pequeño Teatro Gran Vía ha acogido un montaje que viene de Barcelona y con el que se inserta al espectador a una smartcomedy en su tercera temporada.
Roc Esquius ha escrito y dirigido un texto futurista que dialoga con la actualidad, en un intento, nada ingenuo, de dejar claro hacia lo que estamos, quizás, abocados. Escribimos la palabra quizás porque siempre nos gusta pensar que hay una esperanza, aunque sea un botón de escape que podamos pulsar alguna vez si sentimos la necesidad, la misma que logran sentir los protagonistas de esta obra y por la que son capaces de verse y de sentirse, destacando la juventud con la que atraer y convocar su argumento.
Llorenç González, Mónica Portillo, Bernat Mestre y Mireia Pàmies son los cuatro jóvenes con los que rápidamente pasamos de la risa a la reflexión profunda a la que invitan. Parecen seres inmortales en un universo lejano pero, gracias a la cercanía que muestran, el espectador va a poder intentar redimirse de las acciones que reconozca en el escenario. Cada joven es adicto a los likes y corazoncitos, ¿nos suena de algo?
Las redes sociales y la virtualidad han acaparado todo en esta historia y ahora son las personas las que están a su servicio y de ellas depende su supervivencia. La comunicación no existe cuando las relaciones se establecen sin palabras, cuando se tiene sexo sin mirarse a los ojos y, sobre todo, cuando no se nombra quienes somos. ¿Y cómo se avanza en esta encrucijada mostrada por la caída del sistema virtual-electrónico? A través de una de nuestras necesidades básicas: el hambre. El planteamiento, en forma de duda contemporánea y con una contraseña divertida y palmeada, está servido y, al igual que el desarrollo de iMe, sigue un discurso voraz, lleno de ansia por la mejor de las evoluciones; el amor.
La compañía Dara presenta su primera obra, en la que la imaginación constante tiene que correr por parte del público ya que, aunque se trate de una pequeña producción y de un ambiente lejano, la falta de escenografía chirría de manera incesante. No se trata de abusar del minimalismo, sino de que se hacen necesarios algunos elementos más en escena para que no parezca tan desnuda y desolada siempre.
La inestabilidad, las dudas, el miedo y las emociones descubiertas en esta pieza devuelven (a) la vida a estos personajes, cuyas preguntas están bien construidas y relatadas con un contador como fondo de pantalla. Nuestra absoluta recomendación para ir a disfrutar de iMe es hacerlo sin mirarse el ombligo y con la firme certeza y deseo de ir a contemplar a cuatro actores que se tambalean al ritmo que marca la emoción de la obra.
En una sociedad donde la gente sólo se comunica a través de las redes sociales, una caída del servidor les forzará a levantar la mirada. Una comedia profética sobre nuestra gestión 2.0.
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