BOURNE

Jason Bourne ha vuelto. En realidad nunca se fue. Ha resucitado tanto como veces le han dado por muerto en esta saga, que ya lleva cuatro películas con un perfecto e inalcanzable protagonista y un intento fallido entremedias de seguir la senda marcada, ya hace muchos años, por un impecable y calculado trabajo entre Greengrass y Damon. Con Jason Bourne parece que la historia vuelve a repetirse pero los fans siguen agradeciendo una nueva entrega, en la que las mismas preguntas vuelven a quedar en el aire pero aportando las dosis justas de respuestas para necesitar que continúe la historia de este miembro de élite de la CÍA.

Atacando a la privacidad y a la ciberseguridad, dando señales ineludibles de haber recordado algo más de un pasado, al que cada vez parece más difícil acceder, y con el prestigio de seguir siendo un personaje capaz de rehuir de nuevo de sus enemigos, la película mantiene la paciencia del espectador sin defraudarle porque Matt Damon ha vuelto a ser Jason Bourne. Había riesgos de caer en la repetición pero no se llega ni a rozarla, gracias a la intrépida acción, a sus pocas palabras y a la nueva dimensión que adquiere por la introducción de personajes pasados y presentes que no paran de girar en torno a otro por casi todo el planeta.

Los espías y los juegos sucios del gobierno de Estados Unidos se ponen de nuevo al descubierto, en una saga en la que es de agradecer que las mujeres no se tengan que levantar la falda o ampliar su escote para llamar la atención del protagonista o del público. Tan bien tratadas hasta ahora resultan que en esta última entrega, vuelve a ser una mujer, Alicia Vikander, la encargada de conectar directamente con la mente de Bourne y de dejar clara la situación machista de la agencia americana, encarnada por Tommy Lee Jones, del que tan orgullosamente logra zafar por puro instinto e inteligencia emocional. Las mujeres no son meros acompañantes de un antihéroe moderno que estamos siguiendo en pantalla grande sino que pasan a ser las antiheroínas dentro de un cortocircuito tecnológico que vuelve a insistir en reinar inútilmente.

La introducción de Vincent Cassel también supone un aliciente más para darnos cuenta de que, junto a Bourne, aún tenemos mucho que descubrir. Paul Greengrass,como director, y Matt Damon, como actor y productor, parecen haber encontrado no la fórmula, sino una de ellas, para seguir haciendo un cine que les guste y con el que se sientan cómodos, ya que la relación entre ellos parece ser tan apaciguante que ninguno quiere trabajar sin el otro, según algunas de las declaraciones previas al estreno del film. La acción vuelve a ser palpitante, apenas sin descanso, mostrando a un protagonista que igual se confunde entre una manifestación, que realiza una persecución en coche con la frialdad necesaria, que confía en su instinto a la vez que en su razón para luchar por un presente que no puede convertirse en futuro sin un pasado claro.