Un año más, y ya van 59 ediciones, el premio World Press Photo ha elaborado el almanaque fotográfico del año. Cuarenta y cinco instantáneas, repartidas en ocho categorías, que han sido elegidas como mejor ilustración de los acontecimientos destacados del pasado año. Sucesos por todos conocidos, por haber protagonizado las portadas de los diarios y haber sido reproducidas hasta la saciedad en los informativos. Y es que vivimos sometidos a un bombardeo constante de información e imágenes, en las que, muchas veces, la calidad brilla por su ausencia. Estamos saturados de mala información, como dice Gervasio Sánchez.
¿Cómo discriminar, entonces, una buena fotografía en el mare magnum de imágenes que nos rodean? La era digital ha encumbrado la imagen como medio de comunicación preeminente. Gracias al desarrollo técnico cualquiera puede publicar una fotografía relevante, disparada en automático por su móvil o cámara. Mirar y saber qué ver nunca se antojó tan complicado. Es por eso que, para estimular y reivindicar la calidad en la fotografía de prensa, la fundación holandesa World Press Photo organiza este concurso anual en el que eligen las imágenes del año, protagonistas, después, de una exposición itinerante.
Esperanza en una nueva vida (sobre estas líneas), se ha alzado, en esta ocasión, con la máxima distinción: world press photo of the year.Una fotografía sencilla, en blanco y negro, apenas iluminada por la luz de la luna. “No podía usar flash para no ser descubierto por la policía“, cuenta su artífice: el fotógrafo Warren Richardson. Una situación de persecución y angustia, compartida con los refugiados del campamento en el que se encontraba. Allí pasó varios días, aprehendiendo su penuria y desesperación. Allí su cámara fue testigo, la noche del 28 de agosto de 2015, de cómo dos hombres pasaban un bebé por la alambrada que dibuja la frontera entre Horgoš (Serbia) y Röszke (Hungría). Un instante efímero, capturado para siempre en un solo disparo. Una fotografía rápida, movida, emancipada del molde de los cuatro tercios, cuyo encuadre arriesgado y composición dinámica recogen el movimiento, la fuerza y la tensión de la escena. Una potencia dramática y simbólica que encandiló al jurado, que la consideró una imagen icónica, clásica y atemporal.
Y es que la fotografía del australiano sitúa la cabeza, el corazón y los ojos en el mismo eje. Una imagen al servicio de la información y del conocimiento, que favorece el entendimiento de la realidad y, en consecuencia, ayuda a construir una sociedad con criterio.
“Una foto es una pequeña voz, a lo mejor, pero algunas veces – solo algunas veces – una fotografía o un grupo de ellas puede hacer conscientes nuestros sentidos. Mucho depende del observador, en algunas, las fotografías pueden capturar la suficiente emoción para catalizar el pensamiento.” – William Eugene Smith.
En efecto, para comprender el mundo, hay que verlo; y pensar lo visto. Bien lo sabía ya Francisco de Goya, que inmortalizó la guerra a golpe de pincel. Yo lo vi, decía en una de las crónicas del desastre, a las que añadía sus particulares pie de foto explicativos. Ahora la cámara es el ojo de la historia, como fuera la pintura tiempo atrás. Necesitamos buenas fotografías, que impacten, conmuevan, sensibilicen… que nos liberen de la alienación y la banalización del horror al que la sobreabundancia de imágenes nos ha llevado. Fotografías con un sentido comunicativo, que ayuden a la gente a ver y a ser vista, que desempañen miradas y despierten conciencias. Un despertar de la conciencia, en el que la emoción nos lleve a la empatía, la reflexión y el aprendizaje. Fotografías que revuelvan nuestro lado humano, excitando una empatía que nos lleve a la reflexión y al aprendizaje de una moraleja útil.
“La fotografía es una lucha. El enemigo es el tiempo y vences cuando consigues congelarlo en el momento adecuado, evitando que algo que habla de ti y de lo que está pasando muera y desaparezca para siempre.” Cristina García Rodero.