Cuenta leyenda que, en China, durante el Festival de la Primavera, una abominable bestia recorría las calles en busca de niños que devorar. A fin de evitarlo, las casas se protegían con distintivos rojos, encendiendo fuegos en la puerta o tirando petardos para asustar a Nian, como era llamado el depredador. Fue la risa, sin embargo, la que salvó a China de la bestia real que asolaba el ánimo de la población a finales de los años ochenta del siglo pasado. Por aquel entonces, los insólitos acontecimientos políticos y económicos hicieron despertar el pensamiento crítico de una sociedad dócil hasta el momento, que ahora se aventuraba a cuestionar y criticar su presente. Un viraje con repercusión en la cultura y el arte, produciéndose en éste último un cambio en las formas y temas de representación tradicionales que inauguró la contemporaneidad.
Para situarnos, en las últimas décadas del siglo XX, a China se le atragantaba el capitalismo. Y es que el precipitado progreso económico resultaba excesivo, teniendo en cuenta la precaria situación de la población y la incertidumbre política que había producido el estrepitoso fracaso del régimen comunista liderado por de Mao Tse-tung (Hunan, China, 1893- Pekín, China, 1976). Muerto el líder, no se acabó la rabia; Se alzaba ahora una generación de creativos e intelectuales que, herederos y supervivientes de la Revolución Cultural, expresaban su insatisfacción con nuevas formas y desenfadadas composiciones.
Artistas como Wang Guangyi (Harbin, China, 1957) o Luo Brothers (trío formado por Luo Wei Dong [1963], Luo Wei Bing [1964] y Luo Wei Guo [1972]) tomaron antiguos carteles e imágenes de propaganda política comunista con los que parodiaban al realismo socialista, arte oficial hasta la época, creando composiciones pop, de estrambótica estética kitsch. Occidente y el capitalismo habían llegado, profanando el imaginario comunista con marcas comerciales, hamburguesas y latas de refrescos. Y como no podía ser de otra forma, Mao se convierte en frecuente protagonista de las sátiras visuales. Así, le vemos retratado a todo color por Yu Youhan (Shanghai, China, 1943) como si de una estampita pop de Warhol se tratara, o son evocadas sus promesas vacías por medio del vacuo metafórico que la mano de Siu Jianguo (Shandong, China, 1956) abre en las chaquetas del militar.
China se ríe de sus símbolos, y de cómo su longeva cultura se ahoga ahora en el mar capitalista, dejando a la población flotando a la deriva. Un desatino que, durante los noventa infectó de carpe diem la actitud frente a la vida, haciendo que la sociedad china se riera de sí misma para combatir la desesperanza y esquivar la depresión. “La risa, sin duda es una trampa. Quiero esconder todas las emociones negativas detrás de la risa” afirmaba Yue Minjun (Daqing, China, 1962), uno de los máximos representantes del realismo cínico, movimiento artístico en el que cristalizó esta sátira de la vida. Sus obras de personas riéndose sin motivo, junto con las calvas bostezadas de Fang Lijun ( Handan, China, 1963), se han convertido en máximas representantes de un arte simbólico, burla de la hipocresia y antagonista de la sombría sociedad de los últimos veinte años. Es la expresión de una generación desilusionada que se ríe irónicamente del vertiginoso absurdo del paso del comunismo férreo a un capitalismo salvaje. La risa como expresión de libertad; expresión irónica, optimista, revulsivo infalible contra la alienación sufrida y la desilusión vivida.