El eterno historiador y crítico de arte Francisco Calvo Serraller sentenció en una de sus casi performativas conferencias que vivimos, a todos los niveles, en la era del pop. Y si Francisco Calvo Serraller lo dice, no será una afirmación muy desencaminada. Bromas aparte, es cierto que esa revolución que sacudió el mundo del arte en la década de 1960 no ha perdido ni un ápice de su fuerza tanto en la producción artística como en las industrias culturales y publicitarias, que siguen explotando muchos de los recursos utilizados por Warhol, Lichtenstein, Wesselmann y compañía. ¿No es irónico que la publicidad haya adoptado una estética surgida gracias al expolio de su propio lenguaje? Ironía, precisamente, es uno de los rasgos fundamentales del pop, aunque no el único, ya que varios importantes museos han dirigido sus esfuerzos en los últimos años a desvelar otras facetas de esta corriente artística que también sirvió para protestar social y políticamente: cerca nos queda en el espacio Mitos del Pop (Museo Thyssen-Bornemisza, 2014) y en el tiempo The World Goes Pop (Tate Modern, 2015-2016).
El hecho de si a España llegó el arte pop o no es un tema bastante controvertido. Tradicionalmente, la respuesta ha sido un rotundo no. Esta negativa se explicaba tanto por la insuficiente cultura de consumo en la España del franquismo tardío como por los artistas entonces más proclives a la influencia exterior, cuya ideología próxima al comunismo chocaría con la (supuesta) celebración del capitalismo que los artistas pop anglosajones abanderaban. En la actualidad, tras la apertura conceptual del arte pop hacia lo político, artistas como Equipo Crónica, Equipo Realidad, Rafael Canogar o Juan Genovés son emplazados dentro de esa órbita, perdiendo fuerza otras etiquetas como neo-figuración. Tenían en común trabajar con imágenes y técnicas provenientes de los incipientes medios de masas así como denunciar la situación sociopolítica del país. Además, todos habían estado vinculados, en mayor o menor medida, con la escena artística surgida en la Valencia de los sesenta. Y, aunque a veces se nos olvide, todos eran hombres. Por eso es importante recuperar a un dúo también valenciano, también equipo, también (neo) pop y, esta vez, femenino: Cuqui y Cari (Esperanza Casa y Carmen Roig) o, lo que es lo mismo, Equipo Límite.
Desde 1989 hasta 2002, recogieron el testigo de sus antecesores y pusieron su talento artístico al servicio de coloridos e irónicos collages de imágenes provenientes de la “baja” cultura. Aunque muchos de los materiales recuerdan a los tebeos y anuncios de los sesenta y setenta, cuando ambas artistas se criaron, no podemos olvidar que nos encontramos en la España de la post-Transición y la post-Movida, en medio de la reconversión neoliberal del sistema económico y los modos de vida. En este contexto, Cuqui y Cari vieron con claridad su misión. Aunque su obra ha sido vista por algunos como un “simple” pastiche de iconos culturales, en ella existe una clara constante: denunciar a golpe de yuxtaposiciones pop la opresión que los medios y el sistema ejercían (y ejercen) sobre la mujer. Para ello, acudían principalmente a los recuerdos de su infancia, donde crecieron rodeadas del estereotipo favorito del nacionalcatolicismo: la buena y casta ama de casa. Esto lo enfrentaban con el otro modelo femenino por excelencia: el objeto sexual. Aunque las imágenes tuvieran un sabor añejo, su influencia llegaba hasta los noventa, cuando el país vivía una modernización estandarizada y un nuevo impulso de los medios de masas que perpetuaban esta esquizofrénica mirada de dominación y deseo sobre las mujeres. De nuevo, un (neo) pop con vocación social, aunque de distinto signo.
Han pasado casi quince años desde la última exposición del Equipo Límite y hoy ya prácticamente nadie las recuerda. No aparecen en libros sobre arte ni su obra se expone en los museos. No son las únicas artistas que desde el pop han trabajado asuntos de género ya que hace relativamente poco se han recuperado figuras como Ángela García, Eulàlia Grau, Pauline Boty o Nicola L, pero son igualmente parte de la historia cultural de nuestro país. Aunque en esta época los sentimientos patrios pueden quedar algo rancios, es necesario continuar reivindicando nuestros artistas y nuestro legado cultural (entendido, claro está, de forma plural y heterogénea, no dogmáticamente). Por otro lado, lo que Cuqui y Cari intentaban comunicar aún no ha perdido su vigencia, a pesar de que el panorama haya crecido y ahora tengamos que sumar a la ecuación el vasto mundo de internet. Las nuevas generaciones tenemos la responsabilidad de seguir subvirtiendo lo nocivamente establecido. De seguir, como ellas, en el límite.