En las galerías más selectas de Bath (Reino Unido) ocupan un lugar privilegiado los cuadros de David Cobley (Northampton,1954). Afamado retratista, sus efigies de Ken Dodd y Sir Martin Evans se exponen en la National Portrait Gallery (Londres), su talento se ha reconocido siendo elegido miembro de la Royal Society of Portrait Painters (1997), del Royal West of England Academy (2001) y del New English Art Club (2003).
Iniciado en la pintura desde niño, su interés por la figura humana despertó cuando en clase de dibujo, un compañero le mostró las ilustraciones de un antiguo libro de historia. Entre los retratos de los monarcas ingleses le llamó la atención el del rey Henry VII, cuya cautelosa postura y calculadora mirada le inspiraron certeras conclusiones sobre su personalidad. Así, a través de esta obra y de su pintura predilecta: el Autorretrato de Rembrandt como el Apóstol Pablo, aprendió que los mejores retratos permiten gestar una especial intimidad psicológica entre artista y modelo.
Esta fascinación por la figura humana la convierte en reiterada protagonista de sus obras. En ellas explora su naturaleza desde la silueta exterior ahondando en la intimidad psicológica. Para ello Cobley elige escenas cotidianas que, sometidas a una composición limpia y sintética, se escabullen del devenir diario disipándose en apenas un rumor pictórico. Un instante melancólico envuelto en una atmósfera silenciosa, serena, que interroga al espectador acerca de la historia que encierra entre sus pinceladas.
En el marco de una estancia vacía encontramos figuras pensativas, estáticas, desnudos inmóviles sobre las sábanas… Sujetos aislados, solos consigo mismos. Retratos anónimos de la frágil y solitaria vida contemporánea que nos recuerdan a la obra de Edward Hopper. Una pintura realista , sugerente, que ambiciona un trasfondo psicológico.
En The Figure Cobley realiza un estudio pictórico del contoneo de los volúmenes corporales en el espacio, y de la incidencia de la luz en ellos. Desnudos, en su mayoría femeninos, que recuerdan a las vírgenes desvalidas retratadas por Ramón Casas. Cuerpos serpenteantes entre las sábanas esculpidos con una pincelada impresionista del estilo del francés Edgar Degas, alabado referente de los temas femeninos intimistas.
Su estudio es su refugio; allí Cobley pasa los días entre pinturas, escondido del mundo. En él cualquier objeto es susceptible de ser sujeto, y sus naturas están más vivas que muertas. «La cuestión de qué pintar- afirma Cobley– ya no es un problema; la única pregunta es cómo hacer una pintura interesante con la materia frente a mí. Mi imaginación tiene vía libre y todas las cosas parecen posibles«. Un enfoque con el que este artista busca impregnar de drama y misterio sus creaciones, insertándolas en una secuencia narrativa. Unas sábanas arrugadas insinuando el rastro del cuerpo que las ha ocupado o una botella de leche derramada son apenas un pestañeo que encierra una historia ante y tras de sí y que el espectador debe identificar.
El cuerpo humano es una incognita. Pintarlo y hacerlo interesante es un reto para el artista, D
Me gustaMe gusta